Capítulo XIII
Por J. A. Albertini, especial para LIBRE
Un ruido gutural brota de la pequeña, seguido por un llanto estruendoso.
-¡Mi hija, mi hijita está viva! -Juana proclama.
Las parteras se abrazan emocionadas. Candelaria abre la puerta de la pieza y anuncia a los que aguardan.
-¡Está vivita y coleando!
En tropel invaden el cuarto. Felipito cada vez más inquieto, acompañado por Generoso, se retrasa.
Román recobra la compostura habitual, aunque su rostro refleja cansancio. Con cuidado, acomoda a la niña junto a la madre.
-Tienes que amamantarla enseguida y no limpiarle la miel hasta que mañana salga el sol y escuches el canto de varios gallos.
Juana, entre lágrimas, sonríe dichosa y rectifica. -Se llamará Inmaculada, no Inocencia.
-Lo sé -el zapatero asiente -pero tu hija ha nacido un veintiocho de diciembre. Día de los Santos Inocentes. Además, se lo prometí a los santos si para salvarle la vida intercedían con el Supremo.
-¿No se podrá llamar Inmaculada?
-Inmaculada puede ser su primer nombre. Inocencia el segundo y queda reservado para uso de Dios -explica y con la mirada acaricia a la pequeña.
-Si lo prometiste, así se llamará -Juana ratifica.
-Encima de ser una promesa que ayudó a salvarla, es importante que todos los seres humanos, después del nombre que los padres prefieran darle, también lleven el que sacaron en el santoral.
-¿Y eso por qué?
—Porque Dios no reconoce otro. Por él se dirige a las almas que desencarnan y escoltadas por el Angel de la Guarda y el santo tutelar, quien otorga la gracia del nombre, acuden a su presencia para rendir cuentas de su paso por la vida terrenal.
-Aunque no entiendo bien, me doy cuenta que es algo importante -Juana, impresionada, comenta.
-¡Sumamente importante! -el zapatero enfatiza- Por violar esa sencilla ley de Dios hay muchas almas penando. ¡Y ahora dale de mamar a Inmaculada Inocencia! -adquiere un tono desenfadado y simula exigir.
-¡Frente a tanta gente! -exclama cohibida.
-Caballeros, salgan del cuarto que Juana tiene que alimentar a la niña y le da pena hacerlo delante de ustedes -Román pide en voz alta.
-Pa’ fuera, pa’ fuera, si no Juana no se saca la teta -Candelaria lo secunda.
-¿Y Felipito…? Es importante que el padre venga -el zapatero dice y Candelaria va en su busca.
Familiares y amigos salen poco a poco y se reúnen en la sala.
Felipito se detiene en el umbral de la estancia. Está pálido e inquieto de emoción. Generoso, a sus espaldas, suavemente lo empuja.
-Arrímate para que conozcas a tu hija y beses a tu mujer -Román lo estimula.
El joven padre se sienta en el borde del lecho. La barbilla le tiembla y en los ojos brillan lágrimas. Toma la mano de Juana y el habla le falla.
-Es mejor que se queden solos. Y nosotros… -las pupilas de Candelaria chisporrotean de dicha -a celebrar el nacimiento de mi ahijada.
-¡Carajo!, y hasta chilindrón tenemos -Generoso se congracia.
-Sean felices -Román se despide y en su voz late una inflexión triste.
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