El entierro del enterrador

Written by José A. Albertini

11 de febrero de 2025

Capítulo XIII

Por J. A. Albertini, especial para LIBRE

Un ruido gutural brota de la pequeña, seguido por un llanto estruendoso.

-¡Mi hija, mi hijita está viva! -Juana proclama.

Las parteras se abrazan emocionadas. Candelaria abre la puerta de la pieza y anuncia a los que aguardan.

-¡Está vivita y coleando!

En tropel invaden el cuarto. Felipito cada vez más inquieto, acompañado por Generoso, se retrasa.

Román recobra la compostura habitual, aunque su rostro refleja cansancio. Con cuidado, acomoda a la niña junto a la madre.

-Tienes que amamantarla enseguida y no limpiarle la miel hasta que mañana salga el sol y escuches el canto de varios gallos.

Juana, entre lágrimas, sonríe dichosa y rectifica. -Se llamará Inmaculada, no Inocencia. 

-Lo sé -el zapatero asiente -pero tu hija ha nacido un veintiocho de diciembre. Día de los Santos Inocentes. Además, se lo prometí a los santos si para salvarle la vida intercedían con el Supremo.

-¿No se podrá llamar Inmaculada?

-Inmaculada puede ser su primer nombre. Inocencia el segundo y queda reservado para uso de Dios -explica y con la mirada acaricia a la pequeña.

-Si lo prometiste, así se llamará -Juana ratifica.

-Encima de ser una promesa que ayudó a salvarla, es importante que todos los seres humanos, después del nombre que los padres prefieran darle, también lleven el que sacaron en el santoral.

-¿Y eso por qué?

—Porque Dios no reconoce otro. Por él se dirige a las almas que desencarnan y escoltadas por el Angel de la Guarda y el santo tutelar, quien otorga la gracia del nombre, acuden a su presencia para rendir cuentas de su paso por la vida terrenal.

-Aunque no entiendo bien, me doy cuenta que es algo importante -Juana, impresionada, comenta.

-¡Sumamente importante! -el zapatero enfatiza- Por violar esa sencilla ley de Dios hay muchas almas penando. ¡Y ahora dale de mamar a Inmaculada Inocencia! -adquiere un tono desenfadado y simula exigir.

-¡Frente a tanta gente! -exclama cohibida.

-Caballeros, salgan del cuarto que Juana tiene que alimentar a la niña y le da pena hacerlo delante de ustedes -Román pide en voz alta.

-Pa’ fuera, pa’ fuera, si no Juana no se saca la teta -Candelaria lo secunda.

-¿Y Felipito…? Es importante que el padre venga -el zapatero dice y Candelaria va en su busca.

Familiares y amigos salen poco a poco y se reúnen en la sala.

Felipito se detiene en el umbral de la estancia. Está pálido e inquieto de emoción. Generoso, a sus espaldas, suavemente lo empuja.

-Arrímate para que conozcas a tu hija y beses a tu mujer -Román lo estimula.

El joven padre se sienta en el borde del lecho. La barbilla le tiembla y en los ojos brillan lágrimas. Toma la mano de Juana y el habla le falla.

-Es mejor que se queden solos. Y nosotros… -las pupilas de Candelaria chisporrotean de dicha -a celebrar el nacimiento de mi ahijada.

-¡Carajo!, y hasta chilindrón tenemos -Generoso se congracia.

-Sean felices -Román se despide y en su voz late una inflexión triste.

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