Capítulo XII
Candelaria, recortada en el vano de la puerta de la cocina, previene.
-No se olviden que antes de matarlo hay que caparlo, si no la carne no se puede comer por la peste y sabor a berrenchín que coge.
-Capando animales soy la candela
-Generoso alardea y desenvaina el cuchillo cuya empañadura sobresale de la cintura.
-¡Déjame a mí! -Aquilino interpone-. A punto de Juana alumbrar una nueva vida el sacrificio de esta criaturilla del Señor debe ser un acto de amor y fe. Y nadie mejor que yo, fiel intérprete de las escrituras sagradas -reclama en ampulosa combinación de licor y mística.
Un prolongado lamento de Juana llena la casa y sale al patio.
-¡Ave María! -Candelaria exclama-. Creo que ahora el parto si va en serio.
Liduvina emerge de la habitación de la parturienta y dice excitada.
-¡Hay que avisarle a las comadronas! Le están dando tremendos dolores.
-Ve tú misma -Candelaria dispone-. Yo me quedo con Juana. ¡Pero apúrate mujer!
Felipito pálido se margina y se empina medio vaso de aguardiente.
Aquilino descubre la hoja de su inseparable cuchilla. Con la mano izquierda estira los testículos del animal y de un tajo rápido los cercena. Un hilo de sangre moja la tierra. El chivo se contorsiona, mueve las patas y más que balar emite un grito de dolor universal.
En la habitación, Juana prosigue quejándose. -Termina de cortarle el pescuezo que está sufriendo -Generoso exige.
-El sufrimiento es parte del sacrificio -Aquilino responde y limpia, en la tela del pantalón, el acero de la cuchilla. A continuación, en movimiento no exento de teatralidad, la levanta a la vez que repite la plegaria, de su invención, que invariablemente dice cuando mata un animal con propósitos comestibles.
-Consagramos la sangre y carne de esta criatura a la gloria del Señor. Hacedor del cielo y de la tierra -esta vez añade-. También que esta sangre tierna y justa libre de culpas y pecados a la criatura que está por nacer e ilumine su paso por la vida.
Apresta el acero de la navaja y apretando los dientes degüella a la víctima. El chivo se bambolea en la cuerda y la vida se congela en los ojos. La rama del mamoncillo cruje; el follaje se agita y un intento de balido se ahoga en un borbotón de sangre que salpica el rostro de Aquilino y encharca la tierra.
Juana vuelve a gritar.
-¡Coño…! ¡Qué jodío es tener que esperar! -Felipito se inquieta.
-Despelléjenlo con cuidado que quiero el cuero para cambiar el asiento de un taburete -Tiburcio pide.
-¡Llegaron las parteras! -Marisela avisa.
Juana, hundida en el lecho, sudorosa y lívida padece contracciones dolorosas y repetitivas.
-¡Respira profundo y puja! -Genoveva Santana la estimula.
-No está dilatando bastante. Hay que ayudarla -Angelita Valdés interviene.
-¡Cómo suelta agua! -Candelaria apunta-. ¿Serán jimaguas?
-Estoy segura que es una sola criatura, y no creo que sea muy grande -Genoveva Santana pronostica.
-¡Y yo que pensé…! -Candelaria sonríe.
-Es una barriga de agua -Angelita Valdés dice-. ¡Pero puja… puja mujer!
0 comentarios