LA VISITA: TEXTO TEATRAL DE ORLANDO ROSSARDI

Written by Libre Online

7 de enero de 2025

Por J. A. Albertini

El tiempo, ya se sabe, vuela unas veces

 y otras  se arrastra como una oruga.

Ivan Turguniev.

El 5 de diciembre, del pasado año 2024,  murió en Santiago de Chile, a los 86 años de edad, rodeado por el afecto de sus hijos y nietos, el reconocido académico, poeta y ensayista cubano exiliado, Orlando Rodríguez Sardiñas cuyo nombre literario es Orlando Rossardi.

Orlando, hombre de un largo destierro que comenzó, 1960, en España y luego, la mayor parte del tiempo de su quehacer laborar e intelectual, en los Estados Unidos, con énfasis en la ciudad de Coral Gables, estado de la Florida,  deja, para orgullo de la verdadera y única literatura cubana una obra vasta. Sobre todo poética,  de calidad incuestionable, que desborda su condición de cubano y lo proyecta como un isleño de ribetes universales, que mucho tiene y tuvo que ver con su condición de expatriado, sediento de justicia.

“El alma también está exiliada. Nacer es siempre vivir en un país extranjero”. Escribió el griego Empédocles, olfateando el aire de los tiempos que preña el destino de muchos. Por su puesto, Orlando Rossardi no escapó a la predicción del filósofo.

Y hoy, recordando, al siempre presente amigo y colega, por sobre toda su producción literaria, me referiré  a la obra teatral en dos actos, surgida de su pluma en 1976,  hasta el presente no escenificada, titulada  “La visita”.

“La visita” está llena de reminiscencias vividas o soñadas que naufragan en polvo, fantasmas y fotografías amarillentas que una muerte “a caballo y con las cintas del pecho al aire” se encarga de  recrear con hálito de caprichosa eternidad.  

Las hermanas Casilda y Eremilda moran en una casa que patentiza la solidez de sus muros, gracias a un reloj cuyo “Cuco” enmudeció para siempre en medio del fatídico ciclón que en el año veintiséis asoló a “la isla en peso” y que el autor, magistralmente,  emplea como recurso para decirnos que la tragedia sigue vigente. Sólo basta que el reloj vuelva a funcionar para que los hoy felices muertos adquieran vida y desamparados retornen a encontrarse con el capricho de las inclemencias…todas las inclemencias que nunca fueron solucionadas.

Casilda y Eremilda se desplazan en un tiempo imaginario, donde los salones de su vivienda siempre están abiertos para recibir invitados inexistentes a los que agasajan con manjares, música y bailes también figurados.

Visita asidua y fantasmal de las hermanas son “Un Mariscal de Campo en tiempos de paz, Un General de Armas Tomar, una Princesa cara de Porcelana y un Príncipe de Peluca Empolvada”.

A pesar que el lector- espectador no ve a estos personajes, sí palpa las emociones y sentimientos que, a través de las hermanas ancianas, se niegan al olvido.

“Casilda, la guerra no termina nunca con los muertos, Ellos esperan y esperan…”, Eremilda comenta con la sabiduría  que otorga llenar el nacimiento y la vida con el impulso de los que nos antecedieron.

En “La visita” el ahorro de actores es importante para que ciertos elementos jueguen rol fundamental. El arcón de las hermanas, pletórico de papeles, cartas, baratijas y fotografías desteñidas, con polvo de tiempo, es lo único que ofrece continuidad y aroma de época. Aunque el  Sr. Verdict (Veredicto) responsable, con unos cargadores, del desalojo del inmueble, más allá de algunos detalles materiales, es inhábil cuando de doblegar la voluntad de las hermanas se trata.

En el transcurso de la escena  del desalojo la incomunicación con Verdict, representante del orden establecido, es total. Y, es entonces, cuando el lector- espectador se pregunta  si las ancianas están vivas o simplemente son reflejo de nuestros intereses, anhelos y esperanzas, ligados a la feroz preponderancia que la vida adquiere al rechazar el anonimato transformador de la muerte.

 El Sr. Verdict  se marcha en medio del desorden y las hermanas comienzan a rehacerlo todo a partir de la sempiterna parca: “Tendrá que regresar. Apenas comienza a amanecer”, reflexiona Eremilda. “Abriremos la puerta y entrará sin hacer ruidos”, asegura Casilda en el giro indefectible de lo ya acontecido.

En “La visita”, paradójicamente, el decorado descansa en las palabras, frases y oraciones que las hermanas van desgranando. Asimismo, el polvo, sustancia de creación, juega un papel cardinal en las intenciones, no tan secretas de Orlando Rossardi.

Sin embargo, quienes, en vida, conocimos al autor sabemos que esta obra teatral está íntimamente ligada al desarrollo de su poesía. “La visita” también se insinúa en algunos de sus poemarios como son: “El diámetro y lo estero, Que voy de vuelo, Los espacios llenos, Memoria de mí” y otros.

“Se han juntado muerte y sobrevida en la palabra quiero /  y se han paseado por mis ojos a su arbitro los delirios. / Por el todo en que palpita el mundo la nada habita”, confiesa Rossardi en “Encuentro” poema incluido en el libro “Memoria de mí” que bien  pudiera catalogarse como la matriz que parió a Casilda y Eremilda.

Es una pena que en vida del autor “La visita” no haya sido representada. A su memoria le debemos una puesta en escena. Bien ocurra en  Miami o Coral Gables, nuestras ciudades y las de Orlando Rossardi. No obstante, a pesar de la ausencia física su voz creativa nos llega, como él bien dijo, dice y seguirá diciendo, con ímpetu existencial: “Hacemos mundos con el aliento de una vida y borramos universos en el transcurso de unos segundos, como si nada y nadie fuese a pedirnos cuentas de aquel derrumbe y de aquella barbarie”.

La huella de la barbarie marcó a este creador que, a contrapelo de la tiranía totalitaria, castro-comunista que lo lanzó a un exilio temprano, supo apretar los puños y embestir la realidad circundante con empeño misionero. Muy a pesar de sus dolores de patria y equipaje de desterrado.

Descanse en paz el poeta cubano, de voz imprescindible,  Orlando Rossardi.

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