Capítulo XII
Por J. A. Albertini, especial para LIBRE
Y en pleno mes de noviembre se soluciona el misterioso caso policial, acontecido tiempo atrás, del asesinato y descuartizamiento de Cecilia Margarita Mena. Durante meses, ciudadanos y autoridades van descubriendo, en diferentes lugares, extremidades y partes de un cuerpo humano, hasta que al desbordarse, en la barriada de Llega y Pon, la fosa séptica de una letrina comunal, hallan la cabeza de una mujer. Por un diente de oro, que el despojo conserva, el sargento Jorocón brinda la pista que conduce a un estudiante de medicina; amante de la occisa y perpetrador del crimen.
Los restos de Cecilia Margarita Mena que, hasta ser completados sufren congelación, son colocados en una caja metálica, que en nada se asemeja a un ataúd. Sellados, a causa de la putrefacción avanzada, y acompañados por una muchedumbre curiosa, al fin reciben cristiana sepultura.
Jorocón ascendido a teniente por el éxito de la investigación y exhibiendo en el pecho del uniforme una medalla de reconocimiento, pletórico de felicidad y orgullo, encabeza el cortejo fúnebre.
Generoso y Felipito cavan la tumba y bajan el cajón.
Al concluir la tarea el enterrador, al descuido levanta la vista y tropieza con una sección de tapia. El corazón le da un vuelco. Allí, en los muros del camposanto, asoma el detalle adicional que faltaba para que sus temores adquiriesen dimensiones corpóreas.
Bejucos tempraneros de campanillas de pascuas se insinúan, trepan tímidos y se regodean en algunas desconchaduras.
-¡Carajo! -profiere impulsivo.
-¿Qué fue…? -Felipito se sorprende.
-Otra vez, campanillas de pascuas -contesta pálido.
-Hacía tiempo que no las mencionabas -el ayudante dice zumbón.
-No hablo de lo que no veo. Este año llegan temprano como cuando la reconcentración, la revolución y las matazones del capitán Rodríguez.
-No acabo de tragarme eso que dices. ¿Qué tiene que ver que nazcan campanillas de pascuas en el cementerio? Creo que exageras.
-¡No exagero! Es como digo -se exaspera.
-Este año todo está bien. No hay grandes tragedias. Se murió el cura Vandor y un tipo tasajeó a la querida. Pero eso es normal -Felipito alega.
-¡Claro que es normal! Las desgracias son más que las alegrías -el enterrador afirma-. Las muy cabronas llegan y se pegan como los mosquitos al pellejo, pero no me acostumbro. Por eso me da escalofríos ver campanillas de pascuas en el cementerio. ¡Si tan siquiera estuviéramos en diciembre!
-En diciembre pare Juana -Felipito dice y sonríe. Al momento se pone serio ¿Piensas en Juana y en el hijo…? ¿Tienes miedo de algo…?
-Tanto como miedo… no… -se repliega.
-Sí, ¡eso es lo que te pasa! -Felipito apuesta. Suaviza la expresión y manifiesta-. No creo en eso. Un paritorio no es una tragedia y si algo pasara, ¡que Dios no lo permita! -se santigua mecánicamente -sería una casualidad. Las desgracias que ligas a las campanillas de pascuas han sido grandes, muy grandes.
-No metas a tu mujer en esto porque yo no la he nombrado -el enterrador se molesta-. No me hagas caso, parece que me estoy poniendo viejo -flexibiliza.
Felipito suelta una risita nerviosa y alardea.
-¡Es más!, al niño o niña que Juana para, además de leche le voy a dar miel de abeja.
-¿Miel de abeja…?
-Sí, miel de abeja; pero no cualquier miel. Voy a castrar, en esta navidad, bastantes colmenas que tengan panales hechos con campanillas de pascuas. La miel es blanquita, blanquita y muy rica.
Generoso afirma con la cabeza y agrega. -Es muy buena, sobre todo para los dolores de garganta y los catarros.
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