Por Herminio Portell VilÁ (1955)
Los primeros criollos, ya con mezcla de español y de indio, que fueron de Cuba a la Florida, formaban parte de la expedición de Pánfilo de Narváez, que salió del puerto de Jagua (hoy Cienfuegos) el 23 de febrero de 1528.
Este Narváez era el mismo cruel capitán de la conquista, en tiempos de Velázquez, el de las matanzas de indios cubanos mientras iba de Bayamo hasta La Habana, el que después fue a sorprender a Hernán Cortés, en Veracruz, para continuar la empresa conquistadora de México y que fue él, a su vez, sorprendido, derrotado, despojado de su expedición, y expulsado de México.
Había llegado a Santiago de Cuba a mediados de 1527, procedente de San Lúcar de Barrameda, con la encomienda de conquistar a la Florida, pintada como un segundo imperio azteca por sus riquezas. De Santiago había ido a Casilda y en esos dos puertos, como en Bayamo y en Trinidad, había estado reclutando hombres de armas y esclavos para su expedición, con el apoyo de Vasco Porcallo de Figueroa. Ambos tenían mucho en común en cuanto a falta de escrúpulos.
La expedición, azotada por un ciclón a la altura del cabo de San Antonio, se internó en el golfo de México y luego fue arrojada por la tempestad contra la costa de la Florido, hasta refugiarse en una amplia bahía, que llamaron del Espíritu Santo, cerca de lo que hoy es Tampa.
Los únicos sobrevivientes, que años más tarde llegaron a pie a México, dándole la vuelta a la costa septentrional del Golfo de ese nombre, fueron Alvar Núñez Cabeza de Vaca, después conquistador del Río de La Plata, y un esclavo negro, de origen español. La ruta que hoy los norteamericanos llaman el “Spanish Trail” o “camino español”, de la Florida a México, la inauguraron, pues, dos viajeros de Cuba, Alvar Núñez y el esclavo, hace más de cuatro siglos.
Pasaron algunos años y hacia 1538 resurgió el interés de los españoles por la Florida y se dio la encomienda de conquistarla y colonizarla, desde Cuba, a Hernando de Soto. Por orden de éste el piloto Juan de Añasco fue a reconocer las costas de la Florida, a bordo de un bergantín, y después de recorrerlas vino con el dictamen de que el mejor lugar para efectuar un desembarco era el de la ensenada donde años atrás había estado Pánfilo de Narváez, la bahía del Espíritu Santo o bahía de Tampa, para darle el nombre indio que ha perdurado hasta hoy.
La expedición de Hernando de Soto tomó tierra en la bahía de Tampa a fines de mayo de 1539, y allí comenzó la espantosa odisea de españoles y cubanos que, si lograron vencer a los indios, no lograron estar en paz con ellos y nunca encontraron las riquezas que se había prometido.
Hernando de Soto descubrió el Mississippi y fue a dormir el sueño eterno en el fondo del río, en el ataúd recubierto de plomo que le hicieron sus soldados; pero entre los sobrevivientes del desastre, llegados en 1543 en Tampico, se encontraban el cubano Gómez Suárez de Figueroa, hijo de Vasco Porcallo con una esclava indígena, y el mulato Estebanillo, también procedente de Cuba.
Así se fundaron las relaciones entre La Habana y Tampa, que luego se desenvolvieron con grandes dificultades por el continuo estado de guerra con los franceses, dueños de la desembocadura de Mississippi hasta que la Luisiana fue cedida a España, en 1763.
Durante todos esos años Tampa fue el refugio de contrabandistas y de piratas, cuando España entregó la Florida a la Gran Bretaña, a cambio de La Habana, se interesó más por Tampa como una de las avenidas para el comercio con los indios floridanos, y como uno de los puntos de contacto para el contrabando con La Habana, que era muy lucrativo.
San Agustín y Pensacola eran, sin embargo, las dos principales poblaciones de las que entonces se llamaban “las dos Floridas”, la oriental y la occidental. El Golfo de Vizcaya, donde está Miami, era un desierto, y así toda la costa desde la extremidad de la península hasta San Agustín.
España recuperó las Floridas en 1720-81, durante la Guerra de Independencia de los Estados Unidos, con tropas enviadas desde La Habana y entre las cuales figuraron hasta los “batallones de pardos y morenos” habaneros que pelearon por la misma causa que Washington y Lafayette.
Hubo un mayor interés en colonizar aquellos abandonados territorios; pero ese interés no duró mucho tiempo porque, después del efímero renacimiento del poderío español con Carlos III y sus progresistas ministros, vino la decadencia irremediable con Carlos IV y Fernando VII.
El abandono de las Floridas llegó a ser tal, que de La Habana había que mandar la comida, las medicinas, las ropas, el calzado, las armas y las municiones, el papel y hasta los sueldos de los funcionarios y las tropas coloniales.
La colonia de Tampa, como la de Cayo Hueso, de antiguo estaban al margen de la ley; pero entonces la situación empeoró porque España no tenía con qué afianzar su autoridad. Francia había vendido la Luisiana a los Estados Unidos y los norteamericanos trataban de empujar sus fronteras, por Georgia y por Alabama, hacia el interior de las Floridas.
Los indios, los corsarios, los esclavos fugitivos, los contrabandistas y los aventureros de toda laya eran los que dominaban la situación, y un día Fernando VII cedió a los Estados Unidos las dos Floridas por una indemnización pecuniaria. En 1823 el villorrio español que había en Tampa tuvo vecinos norteamericanos y los Estados Unidos construyeron el fuerte Brooks.
Tampa prosperó lentamente y cuando la Guerra de Secesión la escuadra de los federales la bombardeó varias veces y por fin la ocupó militarmente para impedir que su puerto rompiese el bloqueo de los estados confederados para traficar con Cuba.
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