Capítulo XI
Por J. A. Albertini, especial para LIBRE
Frente al teatro “La Caridad” Cosita tiene que aminorar el trote de Tobi. Una muchedumbre ávida de conseguir entradas pugna por llegar a las dos taquillas disponibles, rebasa el portal del edificio y se desparrama en la calle adoquinada.
-¡So… sooo! Tranquilo Tobi -Cosita tira de las bridas-. ¡Eh…! ¿Qué pasa aquí? -grita desde el pescante.
-¿Pero no lo sabe…? -responde, con rostro de asombro, una mujer que carga a un niño.
-¿Saber qué…?
-La gran Berta Singerman declamará esta noche “Pregones de Buenos Aires” y otros poemas.
-Y también nuestra niña prodigio, Thelma Treto hará su debut poético y teatral -interviene Marrero, anciano enhiesto y atildado de fina barba blanca e inseparable bastón de caoba.
-¿Quién es la artista? -Juana interroga a Felipito.
-Una rumbera -miente, ante la imposibilidad de responder correctamente-. En una revista leí que le dicen “El Ciclón del Caribe” -alardea impávido.
-¡No hagan olas caballeros! y dejen pasar que si un casco de Tobi le parte una pata a alguien no será mi culpa -Cosita, vergajo en alto, clama y se mueve en el pescante-. ¡Arriba! échense a un lado que en el coche van dos recién casados que están muy apuraditos por estar solitos.
De mala gana el público abre un corredor y Cosita, despacio, guía al caballo que tira del carruaje.
Al llegar el coche al portón de la herrería los desposados son recibidos por estruendosas muestras de júbilo. Candelaria y Generoso que, por razones organizativas, han precedido a la pareja, la conducen a donde aguarda el notario.
Mesas largas, improvisadas con bidones vacíos y tablas rústicas, en asientos disímiles, acomodan familias enteras y endomingadas. Los hombres más jóvenes hablan y beben. Algunos, con la nostalgia que se deriva del licor, escuchan al trovador, que responde al nombre jocoso de Benito Bemba, rasguear su vieja guitarra, mientras que ahito de cerveza pone ojos de pez moribundo; desentona la melodía y salpica en saliva la letra del tema “En el tronco de un árbol”. Otros se agrupan en el fondo del patio; hacen un círculo protector y a gritos apuestan a las patas espolonadas de dos iracundos gallos de pelea.
El enlace civil toma poco tiempo, pues el abogado y notario Armando López Salomón arde en deseos de probar fortuna en las peleas de gallos. Tan pronto firman los testigos y un coro de mujeres exige: “¡Beso, beso, beso…!”, el letrado, sin despedirse de los contrayentes, corre donde los jugadores y dinero en mano anuncia estentóreamente.
-¡Voy cinco monedas al gallo giro de Pancho Mariano!
La celebración prosigue y Candelaria disfruta del libreto de novela radial que ha estructurado y materializa en imágenes que desafían el control “del perro de la bocina”.
Benito Bemba canta “Las perlas de tu boca”, y Aquilino sirve un segundo vaso de vino de fruta bomba para el cura José Vandor. En algún momento el sacerdote congela la sonrisa condescendiente y pausado cuenta de Budapest, del río Danubio y de los tanques de guerra rusos que disparaban contra las fachadas de los edificios; los viejos y bellos edificios de Pest y Buda.
A punto de retirarse los recién casados, surge una discusión en la valla improvisada. El abogado López Salomón trata de apaciguar los ánimos, pero lo único que logra es recibir una bofetada y perder los lentes.
Y cuando la pelea de los apostadores gana pasión, Oscar Zaragoza, flaco, calvo y desgarbado, que por apodo tiene la guasasa, despierta de una borrachera temprana en el atestado y pequeño almacén de la herrería donde Genaro dispone de una colombina en la que suele pasar el sopor de los almuerzos caniculares luego de una mañana de herrar animales, cortar y emparejar crines y colas. Curar mataduras y suprimir garrapatas.
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