Por J. A. Albertini
Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo
de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos.
Jorge Luis Borges.
Toda la escritura creativa de Luis de la Paz es memoria. Retentiva del aquí del allá y del acullá poblado “De espacios y sombras” donde vegetan “Los de antes”: “Cuando todavía éramos / como esos que hoy / miramos con codiciada memoria…”
Rememoración palpitante que atesora a la madre. A “Mima”. A la que sitúa, siempre, en “La casa” y la inmortaliza con amor de entraña cuando evoca: “Del otro lado mi madre. / Apacible clamor de mis sentidos / espesa como la sombra que se desplaza a toda prisa, / esgrimiendo el hambre como maldición, / condena compartida, / marcando un desaliento inquietante, / como ráfagas de obstinación.
También, el escribidor, a contrapelo de la invención, en algunas historias sacude, al o los personajes, con ramalazos de culpa indeleble que restallan en lo más puro o turbio de la conciencia: “…me sentí culpable, me cuestionaba conceptos importantes de mi vida que se desmoronaban en segundos. Sólo pensaban en Dios. Ojalá no exista”.
En otras, como el relato “El que espera” la figura o imagen de Rodolfo, compañero escolar del autor, se mantiene imborrable a la espera que el padre sea descubierto y fusilado, como aconteció, víctima de los hacedores de milagros terrenales. Rodolfo espera y el trazo del cronista lo acompaña en la espera. ¡Quiera el Supremo! no maten al padre que al fin matan. Y el memorioso recuerda, venciendo lejanía y tiempo, el ómnibus habanero, mudo de palabras, que compartió con Rodolfo y su dolor.
Relator impenitente, del acaecer que ronda o asalta las huellas del pensamiento, se siente tocado por “El balcón” y habitaciones que van sellando el trajinar de la anciana dama poeta, que, por causas de vida prologada y capacidades físicas menguadas, acepta ir a vivir con Manuel, el hijo; nuera y nietos. Todos la quieren pero a ella, calladamente, le cuesta desprenderse del balcón, cómplice de algunos poemas, con vista al mar. Entonces, en medio del apartamento vacío, con resonancia de abandono, la dama poeta ejecuta una sonora palmada. Ya de camino, al nuevo hogar, el hijo la interroga: “Tú sabes cómo soy yo de extraña. El golpe fue para que en el eco quedara atrapada la vida que dejo en ese lugar”.
Otras situaciones y comportamientos, pletóricos de la compleja y repetitiva simpleza, clara o turbia, del alma humana, sin entrar en detalles rebuscados, se encuentran en los, desgranados a lo largo de décadas, cuentos siguientes: “La pared frente al flamboyán”, “El examen”, “Después del noticiero”, “Fotos familiares”, “Sombras de una carta”, “Todo un verano”, “El laundry”, “Cita desde la infancia”, “A partir de un recuerdo” y un puñado de etc, etc, que andan “Por las paredes”. Muros que aprisionan y callan el “Pedalear en silencio” del mudo que gritó su atormentado mutismo perpetuo cuando, con una cuerda anudada al cuello, se lanzó a “el otro lado” del puente. Pasarela que no asoma el final, pero si muestra un tramo de inicio donde “La traición” que victimizó al esposo se acumula de tal manera que la mujer tiembla y en el pecado de su deslealtad piensa: “Tengo tanto miedo a morir, como a la incertidumbre de que José Luis se entere de mi traición”.
En “La familia se reúne”, hasta el presente primera novela de Luis de la Paz, cuyo título se toma de un cuento integrante del libro “Un verano incesante” (Ediciones Universal, 1996) los personajes, todos parientes, convergen en una funeraria de Miami en la que velan los restos mortales de Manolo; padre de una familia numerosa de cubanos. Por más señas, habaneros. Empero, “Mima”, la viuda, como la nombran los hijos; hembras y varones, es reconocida como el tronco sufrido, cariñoso y aglutinador del clan. La prole, numerosa, la quiere y respeta.
Allí durante las horas de velorio se destapan secretos familiares que, ficción-realidad, han señalizado parte importante de la cuentística anterior del autor.
Elena y Alfredo, hermanos muy cercanos, por ratos se apartan del resto y hablan. Elena no oculta su resentimiento en contra del padre que yace. Elena se queja de la falsa rectitud moral del progenitor que en definitiva, según masculla, “fue un verdadero hijo de puta”.
Alfredo recuerda a su madrina Rita. Era niño y la acompañaba a recorrer retazos de La Habana. Alfredo jamás olvida la frese que, la tía-madrina, solía decir cuando presentaba la necesidad de descargar la vejiga: “¡Quieto en base!”.
El velorio pasa. Las rencillas se anquilosan. Discurre el tiempo y los hijos, ya entrados en años, de Manolo y “Mima” se reúnen en el cementerio. Incluso los hermanos, que en año no se hablaban, convergen para limpiar el mármol de la tumba familiar.
Afloran nuevas, agradables o desagradables, anécdotas. “Ya nadie era el mismo, Ya no se juzgaba. De alguna manera se cumplía la sentencia de Rita: lo que ves de una manera hoy, lo verás mañana distinto”.
Por mi parte, como lector, me aventuro a decir que la literatura imaginativa, hasta la actualidad, de Luis de la Paz está esculpida, con ahorro justo del vocablo amor, en mosaicos de patria rota, lápidas de cementerios. También, recuerdos ajenos y propios; exilio de “contratiempos”, trabajo, deseos, lujuria, sexo que satisface el cuerpo, adormece los sentidos y repercute, con obstinación de vida en: “El cuerpo del hombre” que se afinca al sendero: “Hay un desgaste en el cuerpo del hombre / pero nada lo detiene”.
*“El hombre de lejos: El niño, el brazo de Cristo y la impasibilidad de la india”. ENFOQUE3 MAGAZINE. Sábado 6 DE OCTUBRE DE 2018.
Luis de la Paz: En narrativa ha publicado “Un verano incesante”, “El otro lado”, “Tiempo vencido”, Salir de casa” “Del lado de la memoria”, “La familia se reúne”, “Al pie de la montaña: memorias del fuerte” y “Por las paredes”.
Asimismo, las compilaciones: “Reinaldo Arenas aunque anochezca”, “Teatro cubano de Miami”, “Soltando sorbos de vida”, “La floresta interminable: poetas de Miami”, “Voces femeninas del PEN” y “Alrededor del teatro en Miami”.
Relatos suyos han sido recogidos en otras publicaciones.
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