Generalmente esta explicación no se hace, pero en este caso es necesaria, porque este trabajo va dedicado a un matrimonio amigo que estuvo a punto de disolverse por un agudo sentimiento de desconfianza.
Se trata de un matrimonio cristiano de quince años, con la grata presencia de dos hijos. Una tarde, a pesar del coronavirus, se me acercaron para conversar y lo que me pidieron fue algo totalmente absurdo. Debido a que fui yo quien los casó vinieron a pedirme que disolviera el compromiso establecido entre ambos. “Yo caso, pero no divorcio”, les dije añadiendo que en lo que sí me especializaba era en mantener unidos a los que querían separarse. Y surgió la idea de que era oportuno escribir sobre el tema y así lo he hecho, y gracias a Dios, los dos que querían divorciarse por celos regresaron unidos y felices al hogar.
La palabra celos cuenta al menos con cinco acepciones, y de cada una puede escribirse un capítulo. Brevemente las mencionamos;
1) Impulso íntimo que inclina a realizar buenas obras.
2) Esmero en el cumplimento de un deber.
3) Envidia del bien ajeno.
4) Apetito sexual de apareamiento de los seres irracionales.
5) Sospecha de que la persona amada pone su amor en otra persona.
En mi experiencia de consejería pastoral he encontrado tres características que suelen exhibir las personas celosas. Lo primero es una falta excesiva de seguridad personal. Y en casi todas las ocasiones una ausencia de confianza total en la persona que se ama. Recobrar la confianza en uno mismo, una vez que ésta se debilita no es tarea fácil, porque no se trata de un mal que se reduce con medicamentos ni con el esfuerzo que se haga en procura de la recuperación. Un proceso de terapia sicológica pudiere ayudar.
Nosotros hemos conocido a personas que vigilan a sus cónyuges, le registran a solas la cartera, rastrean sus llamadas telefónicas y hasta alquilan detectives para que les sigan los pasos. Sufren mortificantes suposiciones y arruinan de manera dolosa la relación matrimonial. Todo por falta de confianza en sí mismas y por falta de confianza en la persona que aman. Los celos, a veces, se justifican pero otras tantas veces se inventan.
Una característica negativa de la persona celosa es la de anidar sospechas generalmente infundadas. Madeleine de Scudere, gran autora francesa escribió sobre temas religiosos y sicológicos. Vamos a citar dos pensamientos suyos: “Un celoso siempre encuentra más de lo que busca”, y “la imaginación debe estar siempre subordinada a un juicio razonable”. Si fuéramos capaces de controlar las ideas fugaces y confusas que pasan por nuestra mente seguramente que superaríamos nuestra tendencia a los celos. Hay un viejo dicho, cuyo autor desconozco, que es muy gráfico: “tú no puedes evitar que una paloma se te pose en la cabeza, pero puedes evitar que haga un nido”.
La tercera característica que he encontrado en casi todas las personas celosas consiste en llevar cuenta de las supuestas infidelidades ajenas y la tendencia casi infantil de atender rumores que les encantan compartir a personas mal o bien intencionadas, pero que siempre actúan de manera impropia. Hay hombres y mujeres, que arrastran recuerdos penosos de miembros de sus respectivas familias, incluso a veces de sus propios padres. Ciertamente debemos despojarnos de cargas innecesarias y establecer nuestras relaciones en un fundamento de amor, admiración y confianza, desechando pensamientos negativos, rumores indignos y recuerdos nocivos de un pasado palidecido por el tiempo.
El reconocido autor ruso, Ivan Bunin, quien dejó atrás su propia patria en mayo del año 1919 cuando el régimen bolchevique se estableció en Rusia y pasó el resto de su vida entre París y Los Alpes, escribió unas frase que nos cautivó: “Los celos son una falta de respeto para la persona que se ama”. Por supuesto, a veces las simples expresiones de un celo pasajero demuestran el interés que tenemos en nuestra pareja. A todos nos gusta que nos quieran de forma total y cautivadora.
Vamos ahora a analizar algunas expresiones que promueven los sentimientos de los celos. No sé quien lo dijo, pero lo he oído repetir desde mi niñez: “Piensa mal y acertarás”. En mis sesiones de consejería he oído repetir esta otra afirmación: “yo me celo nada más de lo que veo”. Ambas expresiones no tienen que ser necesariamente exactas. Pensar mal de nuestra pareja y alojar en el cerebro pensamientos sombríos, es un absurdo. Y confiar ligeramente en lo que me dicen mis ojos es correr el peligro de una injusta apreciación de la realidad. Porque en muchos casos, yo distorsiono lo que creo que veo con un manejo engañoso de mi imaginación. Los celos son la intoxicación del alma, de tal manera que muchas personas celosas sufren innecesariamente, no por lo que es, sino por lo que suponen.
Una pregunta que solía hacerles a las parejas que participaban de sesiones de consejería matrimonial, era esta: “¿Se aman ustedes suficientemente para permitir que cada uno haga lo que quiera hacer en determinado momento?”. La respuesta, casi inmediata, y a dúo era un rotundo “¡No!”. Siempre les citaba estas sabias palabras de San Agustín: “¡Ama, y haz lo que quieras!”. Es claro que la persona que ama no le hace daño a la persona amada. La exitosa escritora irlandesa Jean Iris Murdoch nos legó una larga hilera de pensamientos sobre el poder del amor, y citamos estos dos: “Solamente aprenderemos a amar, amando”, y “el verdadero amor siempre conlleva la gracia de una certeza”.
“No hay nada imposible para quien de veras ama”, escribió Pierre Corneille. El amor excluye los celos infundados y necios. San Pablo define el amor en su primera carta a los Corintios en estos términos: “el amor no se deleita en la maldad, sino en la verdad. Todo lo disculpa, todo lo cree; todo lo espera, todo lo soporta”. Nada es más alentador que ver a una pareja feliz, amable y confiada. A menudo no podemos evitar momentos turbios, pero existe una romántica frase que dejo como una pizca de esperanza: “¡Quiero reñir contigo por el gusto de hacer las paces!”.
Queremos en este trabajo insistir en una nota realista y romántica. No sé quien es el autor de la misma: “Amor sin celos no lo dan los cielos”. Es curioso el origen etimológico de la palabra “celos”. Aunque no todos los estudiosos coinciden en esta apreciación, la mayoría acepta la tesis de que el vocablo procede del griego “zeo”, que significa literalmente “hervir”. En una canción de Madame Deshoulieres, la afamada escritora y poetisa francesa, se escuchan estas palabras: “Unos pocos celos despiertan un amor feliz que se duerme”. Ciertamente los celos inofensivos son una filiar de la coquetería femenina y una forma que tienen los hombres de halagar a la mujer que aman.
Evitemos siempre los celos que brotan de nuestra falta de seguridad, de nuestra fracturada imaginación y nuestras suposiciones asociadas a recuerdos tristes y a rumores inexactos. Los celos, como subproducto de un amor sincero y creativo, son ingredientes que le añaden sabor a la sazón matrimonial.
Roland Barthes escribió en uno de sus ensayos esta simpática expresión: “como todo celoso sufro cuatro veces …. por ser excluido, por ser agresivo, por estar loco y por ser vulgar”. Recuerdo a un compañero de mis lejanos días de seminario que un día me dijo que estaba muy enamorado de su esposa porque era encantadoramente celosa. Pensando en estas palabras he llegado a la conclusión de que a menudo los celos son un disfraz del amor.
Para terminar, debo ofrecer un consejo a las personas casadas. Recuerden que el matrimonio es un acuerdo y un compromiso. El acuerdo es amarse en toda ocasión y el compromiso, luchar a ver quién se porta mejor. En el libro bíblico de Cantares hay una frase que define, en la voz de una mujer enamorada, de forma diáfana y real lo que es la perfecta unión conyugal: “yo soy de mi amado, y mi amado es mío”..
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