Incontables viajeros ávidos de aventuras han colocado a Cuba en meta de sus caminos, los cazadores de fortuna la han insertado en el ámbito de sus ambiciones, y los que se dejan azuzar por la curiosidad la incluyen en la vanidad de sus búsquedas. Cuba goza de su minuto de fama. Sin dejar de ser tierra de infamias.
La prensa nos trae todos los días las noticias de dirigentes de lejanos países que visitan Cuba. También lo hizo el ex presidente Barack Obama quien fue huésped de la tiranía castrista. Los que nos digan que el presidente Carter, al visitar La Habana, sentó un precedente que respaldó el viaje de Obama, desconocen el hecho de que repetir una traición no la justifica.
También lo hizo John Kerry, exsecretario de Estado de Estados Unidos, estuvo en la capital cubana para legalizar los trámites diplomáticos entre su país y Cuba. Recibió aplausos de quienes fueron entrenados para golpearlo y se abrazaron con hipocresía con los que le demostraron cariño, habiendo sido programados para odiarlo. La hipocresía es el turbio manto que cubre de dudas el inesperado beso de dos banderas.
Los que viajen a Cuba como turistas verán la cara bien maquillada de la Isla, sin saber que existe otra cara como la de Dorian Gray. Verán a una princesa que cubre de mentiras su traje de harapos. Se codearán con la risa de los insensibles y desconocerán las lágrimas de los atropellados y empobrecidos.
La realidad cubana no está en los hoteles de cinco estrellas ni en los suntuosos palacios enclavados en las mejores playas de la Isla para disfrute exclusivo de los extranjeros. La Cuba de verdad no es la mesa servida de manjares y golosinas, con vinos caros importados y vajillas de bordes dorados. Eso queda para los que manejan dólares sin pensar en los dolores del pueblo.
Cuba, la que palpita con un corazón profanado, es miedo y hambre que se refugia en casas depauperadas, en vetustos y averiados edificios multifamiliares, la de la mesa sin pan ni ancianos con sonrisas. Cuba, la de verdad, la que la tiranía esconde, no es la de los salones de baile, las obras de teatro y las mujeres con perfume y los hombres con arrogante elegancia. Es el escondite donde apenas viven niños sin juguetes y enfermos sin medicina, hombres y mujeres con la esperanza clausurada, la angustia de la escasez y el olvido de gobernantes que ofrecieron felicidad y han implantado como modelo de vida, la tristeza.
Cuba tiene dos caras, una radiante como el sol, creada por Dios con bellezas que no destruyen los años ni estropean los tiranos. Cuba es el azul del cielo en Varadero, la serenidad de las cuevas de Bellamar y la impresionante altura de las montañas orientales. Cuba es la caricia de Dios derramada sobre sus paisajes; pero con esas grandezas no se enderezan los destinos de una sociedad torcida ni se limpian de miseria millones de seres humanos relegados y silenciosamente atribulados.
Cuba no es la cara de la propaganda oficial ni la de los pecaminosos atractivos que se venden a la perversidad de corrompidos visitantes. Nuestra Cuba, la de verdad y la de siempre, no es la de ahora, con jovencitas que se prostituyen, y la resignación cobarde y tenebrosa de padres y hermanos que soportan la ausencia del decoro y la osadía de los malvados. Cuba no tiene porque ser la de las manos que se extienden a la caridad de amigos y parientes que desde más allá de sus costas lanzan dólares, que a la vez de proporcionar una cena, fortalecen las podridas raíces de un régimen opresivo y depravado. Nuestra patria sufre la miserable doblez de un régimen convertido en una casta perpetua, de millonarios y abusadores.
Entendemos que cuando se rompe el dique de una represa el agua se desborde de manera impetuosa. Sucede así con el exilio cubano. He visto hileras de viajeros que han pagado cientos de dólares por un inservible pasaporte para irse a la Isla a besar padres, hermanos, amigos, cónyuges. Estos viajeros sí saben de las dos caras de Cuba. No viajan engañados, sino forzados por lazos familiares que no deben romperse. Los que nos molestan son los que van a Cuba por morbosa curiosidad, los pervertidos que son víctimas de aberraciones sexuales y van en procura de sexo barato, los que llegan a la Isla con la soberbia de una cartera repleta de divisas y se creen superiores y dueños del destino ajeno, los que ignoran la otra cara de Cuba y se fascinan con la cara que luce un antifaz de placer.
Los cubanos, los de acá y los de allá, vivimos tiempos de conjeturas. No sabemos el final de esta novela de la que somos personajes no consultados y nos atenemos a suposiciones y a elucubraciones. Nuestra patria de hoy es una nación de derroches para un grupo de explotadores y una abrumadora sensación de abandono para otros. Es la Cuba de dos caras, la que fuerzan los que la dominan y la que padecen los dominados.
José Martí escribió en Patria, en 1892, estas sugestivas palabras: “las columnas son sustentos más seguros de un pueblo que los lomos. Los lomos se han de enderezar, las columnas se rompen, pero no se doblan”. Confiamos que en Cuba se reafirme el carácter del cubano hoy sometido y se fortalezcan las columnas de dignidad sobre la cual se apoye la patria redimida, que desaparezca la Cuba de las sombras y resplandezca la Cuba, hermana del sol.
Recuerdo, con una cuota de pesar sobre mi frente, estas palabras con las que inicia el Apóstol, José Martí, una de sus inspiradas composiciones poéticas: “dos patrias tengo yo, Cuba y la noche”. Y medito, bajo el amparo de mi soledad, en el día de hoy. ¡Cuánto quisiera que la falsa cara de una Cuba mutilada se destruya para siempre, y que reaparezca en el horizonte, para siempre, la cara de una Cuba, dignamente libre, y profundamente feliz!.
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