De Girón a la Crisis de los Cohetes: La segunda derrota

Written by Demetiro J Perez

30 de julio de 2024

Las organizaciones revolucionarias (XII)

LUIS TORROELLA. EL MÁRTIR SOLITARIO

Era el 24 de septiembre de aquel año 1961 en que se había vertido tanta sangre cubana.

El Ministerio del Interior da a la publicidad un informe, con muchas falsedades y algunos datos ciertos, de las “actividades contrarrevolucionarias recién descubiertas”. Oculta el MININT, por supuesto, que algunos de “los implicados” llevan meses de estar encarcelados, y aislados, sin acceso a protección legal.

Les presentan a los acusados graves cargos, “entre ellos, un atentado personal contra el Primer Ministro doctor Fidel Castro”.

Uno de los acusados, el más importante en esos momentos para Seguridad del Estado, es Luis Torroella, joven profesional, de formación religiosa, educado en los Estados Unidos, casado con una norteamericana. Agravantes todos para la justicia revolucionaria.

Dice el Ministerio del Interior que “en octubre de 1960 Torroella regresó a Cuba, utilizando vías legales, pero ya traía su encomienda de organizar y coordinar a las bandas contrarrevolucionarias que operaban en Oriente¨. Lo acusan de ¨recibir órdenes directamente de la CIA mediante mensajes en claves o utilizando tinta invisible”.

Torroella vive en Santiago de Cuba. Está en Santiago de Cuba. Pero lo acusan de preparar un plan para “dar muerte al Primer Ministro, doctor Fidel Castro” ¿Dónde? En la Ciudad Deportiva de La Habana; a más de 800 millas de distancia. Si La Habana estaba tan llena de “contrarrevolucionarios al servicio de la CIA”¿por qué buscar a una persona que vive, y se encuentra, tan distante?. No le importaba esta lejanía a los investigadores que sitúan los puntos de contacto a una distancia aún mayor: “La correspondencia era enviada a Quito, Ecuador, y de allí a Cuba y viceversa”.

Pero era importante unir a este joven profesional “educado en los Estados Unidos”, con las distintas personas que en el sangriento septiembre de 1961 están detenidas. Para la publicidad, amplísima, los involucrarán a todos. Luego, para juzgarlos, les abrirán distintas causas.

Así presenta Seguridad del Estado la patraña que ha tejido: “De acuerdo con los documentos ocupados así como por las investigaciones llevadas a cabo se pudo comprobar que eran varios los grupos de gusanos contrarrevolucionarios que operaban en Cuba al servicio de la CIA”.

En Oriente, conjuntamente con Torroella operaban José Rosabel, Humberto Rosdi y Lázaro Ponce de León.

En Las Villas operaban Angel González, conocido por Miguel Angel, “El Chuco” o “El Chino”, Segundo Borges, conocido por “Jorge” o el “Berraquito” y el que fuera gobernador de esa provincia.

En La Habana actuaban José Pujal Mederos, de 38 años, ingeniero agrónomo, dueño de la Lechería Santa Ana, quien utilizaba el nombre de “Ernesto”; Jorge García Rubio estudiante de economía de la Universidad Católica de Villanueva y estudió High School en Estados Unidos; Alfredo Izaguirre Rivas, ex director del periódico reaccionario “El Crisol” y Octavio Barroso conocido por ¨César¨, jefe de acción de un grupo contrarrevolucionario denominado “Unidad” y al que se le ocuparon documentos firmados por un tal General Bouling.

El grupo de La Habana pretendía asumir la dirección total de las actividades. La pugna entre estos grupos fue lo que motivó que la CIA enviara a Torroella a Cuba, con la encomienda de organizar y unir a todos estos grupos¨.

En la extensa investigación que hemos realizado no hemos encontrado que Luis Torroella hubiese participado en planes de atentados personales. En el testimonio expresado por el Gral. Fabián Escalante en la Conferencia de Antigua el 4 de enero de 1991, hace referencia “a un equipo de la CIA”, que operaba en Santiago de Cuba, dirigido por Luis Torroella y Martín Rivero. La derrota de Girón ha hecho la situación muy incierta para ellos y en la carta de Torroella a su comptroller él informa sobre “la confusión y desesperación reinantes en Cuba como resultado de la derrota de Girón” y explica (Torroella) que “la falta de dirección y de acción interna impide actos de resistencia cívica”.

Es este hombre que se empeña, luego del desastre de Girón, en realizar actos de resistencia cívica al que las autoridades castristas quieren mostrar como un inmisericorde ajusticiador. Su gran delito: “tratar de unir a los grupos contrarrevolucionarios”.

Lo interrogan una y otra vez.

Es primero interrogado por Seguridad del Estado en Santiago de Cuba. Viene a verlo, días después, Raúl Castro; le hace algunas preguntas y deja en sus manos un cuestionario y varias hojas de papel y lápices. “Conteste ese cuestionario. Vendré mañana por él”. Al quedarse solo ve Torroella que el cuestionario está confeccionado por gente muy especializada en inteligencia. Responderlo no sólo lo incriminaría a él personalmente -que ya se sabía perdido-sino a otras personas y organismos que en él habían confiado. Al día siguiente le informa a Raúl Castro que no lo contestaría.

Raúl le responde con frialdad y aplomo: “Usted ha probado ser un hombre de integridad. No lo someteremos a más interrogatorios y respetaremos su integridad física. Nadie le pondrá un dedo encima”. El Ministro de Defensa termina con una advertencia: “Pero haré todo lo que sea necesario para que a usted lo lleven al paredón, y yo estaré presente cuando lo fusilen”.

Lo trasladan del G-2 de Santiado de Cuba a La Cabaña en La Habana.

Luis Torroella no tiene familia alguna en Cuba. Está casado, como sabemos, con una norteamericana; tiene una pequeña hija nacida en los Estados Unidos, donde está, con su madre, en Sarasota cerca de Longboat Key. Su dolor no era la certidumbre de su fusilamiento; su preocupación era que su esposa no llegara a saber nunca por qué mataron a su esposo; que su pequeña hija no llegara a conocer por qué su padre había muerto. Nadie tenía Torroella que lo visitara en la cárcel. No tenía familiar alguno en Cuba. Solo está en la galera 17.

Fue un actor cubano, Aníbal de Mar quien, por una relación casual surgida a través de su hija, Rosa del Mar, le ofrece una breve pero profunda amistad a este hombre honesto y solitario que había aspirado  ver libre a la tierra en que había nacido. Fue Aníbal de Mar quien le facilita un abogado al joven preso que lleva ya meses encarcelado sin siquiera ser sometido a juicio. Orestes Perdomo, hombre de profundos sentimientos religiosos, se convierte en su abogado. Casi en su pastor.

En octubre comienza a aumentar la tensión internacional por la presencia en Cuba -sólo John F. Kennedy pretende ignorarla- de proyectiles balísticos. De cohetes.

Una mañana están en el patio de La Cabaña. Por los altoparlantes se oye una voz conminatoria. “Atención, Luis Torroella. Recoja sus cosas. Va a ser trasladado”. Sabe que el fin se acerca. Ese día lo llevaron nuevamente en un avión militar a Santiago de Cuba. Avisados por el misterioso sistema de comunicación de las cárceles, parten también, en un vuelo comercial, sus dos amigos, el actor y el abogado y consejero.

Le celebraron, en pocos minutos, el juicio. Cuando marcha hacia el foso, donde será fusilado junto a dos norteamericanos, verá, en la puerta, a Raúl Castro. Ha venido, como le dijo tantos meses atrás, a presenciar su fusilamiento.

Luis Torroella, valioso, capacitado, honesto, murió por servir a la patria que lo vio nacer y a la patria adoptiva donde nació su esposa y donde nació su hija. Murió porque no quiso traicionar a quienes confiaron en él.

Murió Luis Torroella como el hombre de bien que siempre fue. Estas líneas son un homenaje de recordación a ese mártir cubano.

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