Carnaval

Written by Libre Online

30 de julio de 2024

Por Miguel de Marcos (1934)

Próximamente comenzarán los Carnavales. Después de un silencio, la serpentina regresa del pasado, como una guirnalda trémula que trajera un poco de angustia y de melancolía en su vuelo de júbilo y de resurrección. Ah, ya veréis: La Habana entera vertiéndose, extraviándose sobre el Malecón, olvidada sabrosamente de las ideologías, de las doctrinas, de los programas, de todo, para adherirse al confetti picado y a la serpentina bulliciosa. Loado sea Dios: Momo, que por modestia o por timidez o simplemente por olvido, no ha formado ningún sector, encadenará a Cuba, en esa tarde de domingo, a la civilización y a la alegría. Y eso será como se dice en la dramática jerga de ahora—un acto de afirmación carnavalesca.

Hemos vivido en un túnel sangriento. Se amasó tanto dolor, que el cubano quiere reinstalarse en sus viejos refocilos. ¿No ha recuperado Mendieta la autoridad civil? Pues bien, el criollo quiere reatrapar su serpentina. He ahí una auténtica interpretación dialéctica de la historia. Es que un pueblo, si no quiere interrumpir su marcha por la ruta del progreso y de las reivindicaciones mayoritarias, no puede prescindir del antifaz ni de la voz de falsete.

Tengo la anticipada seguridad que ese próximo y primer domingo de carnaval va a marcar una etapa republicana. Y es que el carnaval habanero está ligado con vínculos indestructibles a la psicología del indígena. No es sólo la serpentina. Es también el “afublage” bajo un dominó negro, y es la aventura en un reservado, y es el danzón esparcido desde las cápsulas suprarrenales sobre el pavimento del teatro “Nacional”. 

Ah, los bailes de antaño, los bailes de Tacón, que se iniciaban muchas veces en el ensueño alacre y piafante del cornetín y acababan en la casa de socorro bajo una dosis inmensa de esparadrapo. Y todo eso va a recuperar el habanero. Se sentirá extraño, como si titubeara, vacilante, tímido, en un mundo desconocido. Se sentirá rondado por fantasmas. Al principio, la serpentina brotará de su mano, laxa, fatigada, mustia. Apretará el papel entre sus dedos, como si restregara un sudario mojado de lágrimas. 

Y ante el cortejo ruidoso de Carnestolendas, creerá que sueña, porque aquel ruido le parecerá el del motín o el de la bomba. Y a la noche, cuando penetre en el clásico baile de Tacón—saneta santorum de los habaneros de antaño—se sentirá también un poco desvaído. ¡Es un danzón aquel ritmo cálido y aterciopelado que se esparce de la orquesta! En tal instante, creerá ser una sombra fluídica y astral. Avanzará la pierna con una inquietud punzante. Se adherirá sin malicia culpable a la jaula toráxica de su compañera. Extenderá el brazo con un augusto sentido de la palpación y del escudriñamiento y al fin entrará en el danzón celeste, con el gesto inmortal de Jesús, cuando viendo cruzar el agua entre las rodillas felpudas del Bautista, se decidió a purificar sus costras tenaces y apostólicas en el manso Jordán.

El Carnaval va a ser un renacimiento, un jugoso renuevo en la vida habanera. Es la alegría reconquistada. Yo no sé—porque carezco del sentido profético y porque nunca frecuento los gabinetes quirománticos y nunca pedí, la cifra de sus enigmas al oráculo de Delfos—si las recaudaciones van a subir. No sé si Martínez Sáenz descubrirá nuevas fórmulas económicas o si a lo largo de un nuevo debate sobre la Ley Constitucional, Félix Granados bifurcará hacia el desmayo abrupto; pero tengo la íntima convicción que la recuperación del Carnaval se traducirá en beneficios tangibles y sólidos para la causa de la patria. Lo digo, con una ruda franqueza: tengo una fe profunda en la influencia de la serpentina y en la gracia del disfraz.

Cuba, pues, está en aptitud de entrar con el Dios Momo en el reinado de la paz florida, para acogerse beatíficamente a ese noble remanso.

Es verdad que el Carnaval, a veces, es un poco grosero y que hay igorrotes que, desde el fuelle de un auto, en lugar de serpentinas risueñas, expelen adoquines. ¿Qué queréis? La vida no es perfecta. Pero el júbilo desbordado que se esparce de esa fiesta contribuirá, de manera fundamental, a la felicidad patriótica. El hombre que se retrepa a lo alto de un automóvil y desde allí bombardea con serpentinas a los demás paseantes, es un ciudadano perfecto, que sólo tiene un afán en la vida: el de divertirse. 

El ciudadano, que se ingiere misteriosamente en un baile de Tacón y bajo las ráfagas del cornetín convierte su calcáneo en una cosa magnífica y hace de su región lumbar un faro del Capitolio en noche de cambio presidencial, es un hombre que en tal momento rinde el más puro de los esfuerzos para dignificar a la patria. El hombre, en fin, que, en tarde de carnaval, recibe con una suave sonrisa las jácaras más picantes y las bromas más divertidas, está haciendo el más bello de los aprendizajes, para tomar parte en los debates trascendentales del Consejo de Estado.

Ya está ahí el Carnaval, con su gorro de cascabeles, con su estruendo de zambra y de locura. Creed que llega oportunamente. Porque en esta hora magnífica, en que hay un tenso anhelo de paz fecunda en cada corazón cubano, era llegado el momento de que Momo se incorporara a los destinos de la patria y era venido el instante en que la serpentina, lanzada en un vuelo alegre, recuperara su prestigio de institución nacional.

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