Había una vez un zar que estaba muy enfermo y no encontraba nada que pudiese aliviar su dolor. Desesperado, lanzó un comunicado a su reino diciendo:
– Daré la mitad de mi reino a la persona que sea capaz de curarme.
Entonces, todos los sabios del reino se reunieron y empezaron a debatir sobre cómo curar al zar. Ninguno sabía qué podían hacer. Sin embargo, cuando estaban a punto de darse por vencidos, un sabio alzó la voz y dijo que solo había una manera de curar al zar.
– Hay que encontrar a un hombre feliz, quitarle la camisa y ponérsela al zar. Entonces, éste se curará.
Sin dudarlo ni un segundo, el zar mandó a que buscaran por todo el reino a un hombre feliz y le llevasen su camisa. Sin embargo, por mucho que sus emisarios cabalgaron y recorriendo cada rincón del reino no pudieron encontrar a un solo hombre feliz.
No había ni un solo hombre que se sintiese satisfecho y feliz con todo. Había un hombre que era rico, pero estaba enfermo. Otro tenía buena salud, pero no tenía dinero. Un tercero era rico y gozaba de buena salud, pero tenía una mujer malvada. En fin, todos tenían algún motivo que les impedía ser plenamente feliz.
Un día, cuando estaba a punto de caer el sol, el hijo del zar pasó junto a una pequeña caballa cuando escuchó que alguien decía:
– Gracias a Dios he trabajado bastante, he comido hasta saciarme y ahora me voy a la cama. ¿Qué más puedo pedir?
El hijo del zar se alegró de escuchar esas palabras. Así que ordenó a quienes le acompañaban que le pidiesen la camisa a ese hombre a cambio de una gran cantidad de dinero, todo el que quisiera, y entonces llevaran la camisa al zar. Los emisarios fueron a ver al hombre feliz y cuando quisieron proponerle el acuerdo se dieron cuenta de que ese hombre feliz era tan pobre que ni siquiera tenía una camisa.
El buscador
Esta es la historia de un buscador que no es más alguien que busca, aunque no necesariamente encuentra ya que su principal objetivo consiste en buscar continuamente. Movido por su ansia de búsqueda, un día sintió la necesidad de visitar la ciudad de Kammir, así que partió sin pensárselo dos veces.
Después de andar durante dos días el buscador divisó a lo lejos la ciudad de Kammir. Pero antes de llegar, mientras atravesaba una colina, se fijó en un sendero muy estrecho que partía hacia la derecha con árboles muy verdes y flores muy hermosas. El buscador no pudo resistir la tentación de investigar y se desvió.
Además de unas graciosas mariposas de colores, el buscador se fijó en que el camino estaba salpicado de pequeñas piedras blancas. Pero al acercarse leyó una inscripción que decía:
– “Tareg, vivió 7 años, 5 meses, 1 semana y 3 días”.
De pronto su alma se entristeció cuando se dio cuenta de que se trataba de la lápida de un niño. Entonces se acercó a otra piedra y leyó:
– “Kaleb, vivió 3 años, 5 meses y 2 semanas”.
Así, encontró en el camino muchas otras lápidas. Pero, ¿cómo era posible? ¿Por qué todos morían tan jóvenes? ¿Qué pasaba en aquel lugar? Comprobó que todas las piedras pertenecían a niños. El que más había vivido solo tenía once años.
Y el buscador, totalmente abatido, se sentó junto a un árbol y rompió a llorar. Entonces un lugareño que pasaba por allí lo vio, se acercó a él y le preguntó:
– ¿Puedo ayudarle señor? ¿Qué le sucede?
– Quizá pueda explicarme qué maldición reina sobre en esta ciudad. ¿Por qué mueren tantos niños?
El hombre sonrió y le dijo:
– No existe ninguna maldición. Se lo explicaré. Resulta que en este lugar tenemos una tradición. Cuando los niños cumplen 15 años, creemos que comienza su etapa adulta y les entregamos un cuaderno como el que llevo colgado al cuello. En él uno debe apuntar todos los momentos maravillosos que ha vivido y el tiempo que duraron.
A la izquierda se anota el acontecimiento que le hizo feliz y a la derecha, cuánto duró ese momento. Por ejemplo, el primer amor, un viaje que te hizo feliz o el nacimiento de un hijo. Al final, cuando esta persona muere, se abre su cuaderno y se suma todo el tiempo que realmente fue feliz. Y esa es su edad de vida.
El buscador quedó realmente impresionado ante la sabiduría de aquella gente.
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