“La ética es una asignatura”, era el lema de un compañero de estudios de hace muchos años, el que insistía en su tesis de que es imposible compaginar en su totalidad lo que se dice con lo que se hace. En efecto, la vida es un proceso en el que todos queremos salir ganando, lo que suele alentar la concepción de muchos de que el fin justifica los medios. La mayoría de los seres humanos consideramos extremadamente difícil el traslado de las ideas a las acciones. El resultado es que a menudo la ética conceptual y la conducta son caminos bifurcados.
Cualquier diccionario define la ética como “parte de la filosofía que trata de la moral y de las obligaciones del ser humano”. Para completar esta definición habría que determinar qué se entiende por moral. Blas Pascal, usando un juego de palabras que nos hace reflexionar sobre el tema en cierta ocasión afirmó que “la verdadera moral se burla de la conducta, es decir, la moral del juicio se burla de la moral de la acción”. La relatividad de la moral es un hecho que no podemos negar. Generalmente depende de las circunstancias y las consecuencias.
Aunque es cierto que la moral es relativa, no puede perderse de vista el sentido de su universalidad. Lo que queremos decir es que podrá expresarse de manera diferente, pero su presencia es un factor constante. Hay un viejo refrán de los gitanos de Andalucía que dice que “entre gitanos no nos echamos las cartas”.
La indicación es que a menudo la moral se hace colectiva dentro de determinados grupos. La individualidad se basa en la colectividad. Sucede así en todos los ámbitos. En las cárceles los penados tienen su código interno, los mafiosos de hace algunas décadas se aplicaban un dogma de lealtad interna a pesar de que sus fechorías carecían de la más elemental consideración de los derechos ajenos. Las pandillas se sujetan también a “una moral” esotérica. El hecho de que se conjuren para la defensa común les compromete en la agresividad ante quienes son definidos como rivales.
La moral tiene adjetivos, ya que su sentido conceptual la hace demasiado abstracta e imprecisa. De aquí que haya tantas “morales” como tantas actividades humanas haya. Conocemos, por ejemplo, la moral cristiana; pero aún Jesús afirma que la manera mejor de definir la llamada “moral cristiana” es por medio de un análisis pragmático de la conducta. No pertenece a un trabajo como éste un análisis exhaustivo de las enseñanzas de Jesús; pero cabe señalar que El insistió en que “los frutos son los que van a darnos a conocer”.
El cristianismo es un compendio de creencias que son básicas, de tal forma que todos los que profesan la fe cristiana las aceptan con devoción y obediencia; pero ningún cristiano anda por ahí con el credo impreso en su frente. Lo que la gente ve de los cristianos es lo que éstos hacen, no lo que éstos dicen. ¿Significa esto que la conducta es más importante que la moral? En manera alguna. Lo que significa es que la moral como concepción debe ser tan arraigada que produzcan modelos de conducta que tengan definida efectividad.
Alguien dijo que “lo que tú haces habla tan alto que no me deja oír lo que tú dices”, y la aseveración es cierta, ya que nuestros actos, o subrayan nuestro credo o lo nulifican. En una sociedad tan pragmática y secularizada como la nuestra lo que importa hoy día no es tanto lo que creemos como lo que hacemos. En un juicio por problemas de tránsito observé a varias personas que cándidamente se declaraban ante el juez “culpables, pero con explicación”. En cada uno de los casos el juez reaccionaba: “si usted es culpable no necesitamos su explicación”. ¡Claro, lo hecho vale más que lo que pueda decirse!
Tenemos ejemplos concretos. En el Condado Miami-Dade, pongamos por caso, se habla de que Miami es una de las ciudades más pobre de los Estados Unidos y sin embargo exhibe la nómina pública más alta del país. ¿Dónde se conjuga la pobreza de Miami con la arrogancia de los gastos en la que incluyen nuestros oficiales electos? El problema de la pobreza no se resuelve permitiéndose a las compañías de seguros médicos que aumenten sus pólizas más allá del alcance económico de los trabajadores.
Tampoco se resuelve la pobreza cuando se reducen los derechos adquiridos en programas como los del Medicare y cuando se justifica el ridículo aumento a los beneficiarios del Seguro Social aduciendo argumentos que no son consecuentes con la realidad circundante. El aumento del costo del combustible, del transporte público y de los artículos de primera necesidad, incluidas las medicinas parece ser ignorado por políticos y funcionarios que juraron sus posiciones afirmando que son abanderados del pueblo.
No les importa la incosteabilidad de los seguros de salud y de protección hogareña y no se ocultan, sin embargo, para esgrimir la tesis del progreso social. Esas imponentes construcciones que han sembrado de rascacielos el panorama de Miami son una exaltación de la riqueza; pero al mismo tiempo una dolorosa frustración para los pobres y los miembros de la clase media que ven eludírseles la posibilidad de alcanzar el sueño americano. ¿No es un divorcio entre la palabra y la realidad el panorama que describimos? Ciertamente la tendencia es hacer algo diferente a lo que se dice. No siempre la moral y la conducta se estrechan las manos.
Por supuesto que podría argumentarse que las cosas son peores en otros lugares del mundo; pero justificar nuestros males comparándolos con los ajenos es una ridícula manera de atenuar los errores que nos son propios. Yo me opongo a que a título de combatir la rivalidad política, instauremos en nuestro medio el control a la libre expresión del pensamiento.
Criticamos la persecución verbal a los que en el ámbito de democracia en el que nos desenvolvemos opten por una posición diferente a la nuestra y a la intención de clausurar los derechos ajenos por el solo hecho de que nos sean hostiles.
La realidad de que estimemos que las palabras y la conducta no deben ser un monumento a la hostilidad sustenta nuestra tesis de que lo que queremos es que haya armonía entre la palabra y la conducta. Esperamos que se logre hermanar la honradez de la ideología con la bondad de las acciones. Sería el logro de alcanzar que se abracen la más prístina concepción de la democracia con los valores de la cultura cristiana.
Queremos resaltar el hecho de a menudo actuamos como si desconfiáramos de la validez de nuestro ideario e insertamos en nuestra conducta nociones negativas que afectan el proceso democrático ideal. El gran problema de hermanar lo dicho con lo hecho, o para ponerlo en términos más intelectuales, el gran dilema de relacionar la ética con la conducta es un reto que ha azuzado la inteligencia humana desde los más remotos tiempos.
Algo que nos inquieta y nos molesta es que los candidatos a altas posiciones electivas se ataquen mutuamente. En lugar de hablar cada aspirante de su programa de trabajo, de sus planes y de sus valores personales, dediquen su tiempo, su dinero, y sus oportunidades a la difamación, los insultos, el desdén y los más crudos ataques. Nos dan la impresión de que tendremos que elegir entre dos mal educados y no entre dos estadistas, cada uno con suficientes méritos para conquistar la presidencia del país.
Nuestro mensaje, que, por supuesto no llegará a las cumbres, es que hermanemos Palabra y Conducta, y que haya paz y armonía para bien de esta nación que todos amamos.
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