Por Álvaro J. Álvarez. Exclusivo para LIBRE
Todo empezó en 1808, con otra invasión francesa. La agresión napoleónica propició un acto inédito e insólito de dignidad colectiva que permitió la convocatoria en Cádiz de una auténtica asamblea nacional constituyente. En su primera reunión, celebrada el 24 de septiembre de 1810 en el Teatro Cómico de la Isla de León, las Cortes proclamaron la soberanía nacional en nombre del rey Fernando VII. Año y medio después, el 19 de marzo de 1812, se promulgó la primera constitución española, de corte liberal, aunque fruto del compromiso con los absolutistas. Aquella carta magna establecía la división de poderes, el sufragio universal indirecto, excluyendo a mujeres, sirvientes y analfabetos y una monarquía moderada.
El Duque de Wellington fue nombrado vizconde de Talavera por su participación en la liberación de España de Napoleón en 1809, recibiendo además como obsequio, la finca La Torre en 1813.
Son casi 1,000 hectáreas en la andaluza población de Íllora, en Granada que cuenta con un palacio del siglo XIX y un extenso coto de caza, en el que han cazado Carlos III el Rey de Inglaterra, Juan Carlos I el Rey Emérito o Carolina de Mónaco y su marido, Ernesto de Hannover.
Pero la situación bajo Fernando VII era inestable. El 29 de mayo de 1815 restauró la Compañía de Jesús, devolviendo los conventos confiscados y nombrando a los 21 obispos leales a su persona. El 15 de agosto de 1820 decretó nuevamente la supresión de los jesuitas.
Al llegar a España en junio de 1821, Varela se encontró con que las Cortes en su acción anticlerical continuaban tomando medidas extremas contra la Iglesia, buscando una ruptura con el Vaticano, para así poder controlar la Iglesia Española. Como Varela estaba identificado como liberal como otros que pensaban igual, fueron acusados de masones.
Varela como sacerdote y diputado veía esas medidas tomadas por las Cortes contra la Iglesia como un conflicto muy serio, pero por otro lado veía con admiración otras decisiones y decretos favorables en la educación y la ilustración del pueblo. Por ejemplo, no tenían laboratorios de física y química como los que poseía el Colegio Seminario de la Habana.
El 15 de febrero de 1822 el listado de diputados era de 128 y solo 4 de Ultramar, siendo el santiaguero José de las Cuevas uno de ellos.
En vista que sus actas o sea las pruebas de elección no habían llegado Gener y Santos Suárez regresaron a Cuba, pero Varela permaneció todo este tiempo en España, manteniéndose al día acerca de los últimos adelantos de la ciencia y de los contenidos en la educación superior en Europa, nutriéndose de cuanto libro y publicación literarios y científicos que circulaban en Madrid, con vistas a su estudio y aplicación en los planes educativos que esperaba retomar a su regreso a Cuba.
También trabajaba en el proyecto que pensaba exponer sobre la trata y la eliminación gradual de la esclavitud, el cual pensaba presentar en las Cortes.
Ya el 28 de septiembre de 1822 estaban Varela, Gener y Santos Suárez esperando sus aprobaciones cosa que ocurrió, al fin, el 2 de octubre cuando el diputado Ruiz de la Vega (por Granada) que presidía la Comisión de Poderes leyó el dictamen por el que se reconocía la validez de los poderes de los diputados de La Habana. El 3 de octubre fueron ellos tres lo últimos en tomar el juramento. El 7 de octubre todos los diputados tenían que venir vestidos de gala, para la ceremonia de inauguración, con el discurso del Rey Felipe VII.
Varela fue elegido junto a otros 27 diputados para formar la delegación que recibiría al Rey en su entrada y luego acompañarlo a su salida.
El viernes 11 de octubre, Varela tuvo su primera participación en los debates parlamentarios al unirse a las discusiones sobre el Proyecto de las Ordenanzas del Ejército. Varela se opuso sobre cómo eran escogidos los capellanes del ejército y sobre la obediencia ciega para ejecutar las órdenes. Allí se basaba en sus experiencias en San Agustín cuando su abuelo como comandante militar y Gobernador interino de la plaza, enfrentó las indisciplinas.
El domingo 20 de octubre, se planteó la negativa de Roma (Vaticano) a aprobar los nombramientos de Obispos hechos por el gobierno. Varela presentó otra adición para modificar que los eclesiásticos nunca fueran sacados de la Península. El martes 22 Varela participó en la discusión dejando clara su oposición a imponer el militarismo y el abuso de poder sobre las autoridades civiles, abogando por el equilibrio de poderes.
El miércoles 23 se discutió sobre la derogación del Hábeas Corpus, que obligaba a presentar a los reos bajo acusación al frente de un juez dentro de las 48 horas o tener que liberarlos.
El diputado filipino Vicente Posadas se enfrentó a Varela en forma enérgica, vino la votación y la propuesta fue desaprobada 74 contra 57, por supuesto entre los que se opusieron estaban los 4 cubanos.
Otro de los planteamientos de Varela fue sobre el casamiento de los militares, basado en que su padre no pudo casarse con Josefa de la Soledad Zayas la madre de sus tres medios hermanos, pero sí pudo casarse con su mamá la hija de otro oficial de ejército.
También Varela se opuso al envío de los criminales y reos de la justicia a América, argumentando que eso impediría fueran útiles a la sociedad, convirtiendo los centros penales del Nuevo Mundo en estercolero de la Península.
Diariamente Varela revisaba la Gaceta de Madrid y otros periódicos, leyendo las actas de las sesiones de Cortes.
El 1° de enero de 1823 a solicitud de Varela y Bringas (Filipinas) se decretó la Orden General para que los diputados de Ultramar que no residían en la península, se les abonaran las dietas desde el día en que se presentaron permanente en las Cortes.
El 3 de febrero Varela intervino en la discusión sobre el Proyecto de Arreglo del Clero apoyando que Roma fuera respetada como debía ser porque en ella existía el primado de la Iglesia.
El 14 de marzo Varela se unió a la propuesta de dos diputados que dice: pedimos a las Cortes que declaren todos los profesores de cirugía, medicina o abogados puedan ejercer en toda la Monarquía, sin necesidad de pertenecer algún colegio ni autoridad, solo presentando sus títulos.
El 15 de marzo Varela se unió a la idea del proyecto sobre las provincias rebeldes podrían encontrar respuesta a sus deseos de acabar con los abusos de poder y ejercer cierta autonomía y autogobierno.
En tanto ese mismo día, Louis Antoine de Borbón, Duque de Angulema y nieto de Luis XVIII, partió de París hacia los Pirineos para tomar el mando del ejército francés bautizado como los cien mil Hijos de San Luis, listo para intervenir en España.
El jueves 20 de marzo, el Rey, la Reina y sus hijos salieron hacia Sevilla, donde se pensaba continuar las sesiones de las Cortes. Casi todos los diputados salieron el 23 con más de mil hombres de escolta. Varela se quedó en Madrid porque ese 23 de marzo era Domingo de Ramos.
El martes 1° de abril era el día límite fijado para que todos los diputados y empleados de las Cortes estuvieran en Sevilla o en camino.
El lunes 7 de abril, 107,500 de los Cien Mil Hijos de San Luis cruzaron la frontera entre Francia y España y allí se les unieron 35,000 absolutistas españoles (Ejército de la Fe) que ya combatían a los liberales en Navarra y Cataluña.
Para enfrentarlos las fuerzas españolas eran 130,000 (aunque podían contar con otros 130,000) y por ser la mayoría reclutas, no estaban bien preparados.
Las sesiones de Cortes se reanudaron el 23 de abril en Sevilla. Hay que hacer notar Varela en sus participaciones en los debates, lo hacía sin estridencias ni alardes oratorios ni protagonismos para atraer la atención como algunos otros hacían y por eso en pocas ocasiones fue propuesto para ocupar alguna posición importante como la Presidencia, Secretaría o en el Tribunal.
La importancia que los diputados cubanos dieron al Proyecto de Gobierno fue tal que los cuatro se involucraron en él.
El 20 de mayo comenzó la batalla en la capital y el 23 las tropas francesas tomaron Madrid.
El 6 de junio ante el avance de las tropas francesas se acordó el traslado del Gobierno y las Cortes hacia Cádiz, pero el Rey se negó y por eso fue declarado incapacitado y el 11 de junio se nombró una Regencia provisional. José de las Cuevas voto en contra de la regencia y el traslado a Cádiz. El jueves 12 a las 6 pm comenzaron a salir Gobierno y Diputados de la ciudad. Los barcos de pasaje y carga en el rio Guadalquivir no daban abasto para el traslado a Cádiz.
Los ladrones y rateros comenzaron los saqueos y el 13 de junio el Colegio de San Hermenegildo, sede de las Cortes, fue invadido por la turba, el Archivo de Cortes y documentos fue saqueado por la multitud, no solo se perdieron las Actas, Diarios y documentos de las Cortes sino hasta las pertenecías de los diputados.
Los diputados y funcionarios de Cortes partieron por tierra y río hacia Cádiz (unos 120 km) para el 15 de junio la comitiva real se pudo instalar en casa de un comerciante, esperando el traslado para el edificio de la Aduana. Los diputados hallaron hospedaje en mesones, hospederías y casa de familias que por precios negociables les dieron acogida.
Ese mismo día se dieron por reiniciadas las sesiones de Cortes en Cádiz en la Iglesia de San Felipe de Neri, como en 1810.
Inmediatamente comenzaron a prepararse para la defensa de la ciudad. El 18 de junio, el presidente de Cortes era el cubano Tomás Gener, al otro día se discutieron varias propuestas y se aprobaron algunos dictámenes.
El 21, los franceses estaban ya cerca y el 24 comenzaron los enfrentamientos, pero las Cortes seguían en funciones. El 1° de julio la Comisión de Comercio a propuesta de Varela, Santos Suárez y Gener aprobó la admisión de barcos procedentes de Cuba a todos los puertos de la Península e islas adyacentes.
El 4 de julio solamente estaban presentes 32 diputados. El 3 de agosto, Varela pidió la palabra y expresó que deseaba que el Gobierno dijese francamente sí los comisionados que han ido a América tienen facultades para tratar la independencia, porque las Cortes anteriormente no autorizaban para tanto.
Las diferencias de Varela con Gener se habían ido notando porque éste alimentaba las aspiraciones de Vives (Gobernador de Cuba de 1823 a 1832) en su intento de suspender derechos y garantías individuales para poder gobernar sin cortapisas. Además, Gener votó junto con Santos Suárez (a quien parece convenció) en contra de Varela y otros diputados para suspender el Hábeas Corpus y de esa manera salvaguardar el orden público y la seguridad del gobierno imperante. Sin embargo, Varela nunca le criticó ni en privado ni en público, siempre respetó sus opiniones, al punto que sus amigos Saco y Caballero nunca dieron a entender que Varela discrepara de él.
El 8 agosto salió publicada en el periódico El Espectador de Cádiz, la extensa carta de Varela (luego reproducida el 21 de septiembre de 1823 por la Gaceta de La Habana) donde planteaba: “es perdido el tiempo que se emplea en negociaciones, pues no admitiendo nosotros ninguna que no tenga por base la independencia y diciendo las Cortes que no están facultadas para concederla ¿qué esperamos? el Gobierno Español nos ha venido a engañar facultando a sus Comisionados para que oigan proposiciones de independencia, pues este modo de oír parece que se reduce a que si no son sordos y les hablamos, se impongan de lo que decimos, pero sin esperanza de efecto alguno, ni con el Gobierno Español ni con las Cortes.
La cesión de la Florida ha sido un argumento al que nunca han contestado los Señores de opinión contraria, ni en estas ni en las anteriores Cortes, porque fue una verdadera venta.
Lo cierto que la Florida serían de España si las Cortes no las hubieran cedido libre y espontáneamente. Examinemos la cuestión más directamente y veamos si las Cortes pueden tratar de esta materia ¿qué artículo de la Constitución lo prohíbe? Ninguno, ni el Rey ni las Cortes tienen más restricciones que las expresadas en la Constitución”.
El siguiente día, 9 de agosto el diputado habanero Tomás Gener, en el mismo periódico le contestó: “Como creo el Señor don Félix Varela alude a mi persona, vean el breve discurso que tuve la honra de pronunciar en la sesión del pasado día 3 sobre la independencia de la América Española, donde dije que la misma ya no es colonia sino parte integrante de la Monarquía, en virtud de un pacto que no puede alterarse legalmente, ruego a las Cortes que no obstante la santa intención y el buen deseo con que la Comisión de Ultramar ha presentado su dictamen, se sirvan desaprobarlo en su totalidad”.
Entre octubre de 1820 y septiembre de 1821 habían llegado a La Habana 6,415 esclavos en 26 barcos negreros bajo bandera de varias naciones (18 de España, 5 de Francia, 2 de Portugal y 1 de EE.UU).
El 9 de septiembre el tesorero de las Cortes les entregó las dietas atrasadas a los tres diputados habaneros, por de Las Cuevas ya no estaba en Cádiz.
De Cádiz los diputados se mudaron a la Isla San Fernando, en la bahía de Cádiz, el 12 de septiembre el presidente de las Cortes anunció la suspensión aunque podían seguir reuniéndose cuando se considerara necesario. El 2 de octubre se realizó la última reunión de la Diputación Permanente de Cortes y los diputados empezaron a escapar a la Isla de León un poco más al sur.
El 3 de octubre de 1823, los diputados habaneros, Varela, Gener y Santos Suárez y otros muchos huyeron a Gibraltar, ellos 3 lo lograron en un pequeño bote y bajo el fuego de un navío de guerra francés. Estuvieron en esa embarcación que los llevó, sin poder bajarse al Peñón, durante 8 días de cuarentena. Eran más de 400 los refugiados españoles y otros habían huido hacia Tánger, cuando iban entrando las tropas francesas. El Rey Fernando VII fue trasladado a Sevilla por su amado primo el Duque de Angulema quien le restauró todos sus derechos reales. El Rey firmó un Decreto donde sentenciaba a muerte y confiscaba sus bienes a los diputados que habían votado su destitución el pasado 11 de junio, lo cual afectaba a los tres cubanos.
Al fin el 11 de octubre pudieron entrar a Gibraltar. Luego de ser aprobados sus permisos de salida, los diputados cubanos partieron en el Drapper, el 26 de octubre hacia Nueva York.
Varela había estado en España, 848 días en total o sea 2 años, 3 meses y 26 días.
Disueltas las Cortes y anulada la Constitución de Cádiz, Fernando VII fue reinstalado en el trono y dejó de ser El Deseado de 1814 para ser ahora El Restaurado, aunque fue recordado como el Rey Felón, por su doblez, felonía y espíritu de venganza.
La ciudad de Cádiz y sus habitantes fueron severamente castigados por haber acogido y apoyado a los constitucionalistas, el monumento dedicado a las Cortes de 1812 fue arrancado y destruido.
Recapitulando la obra de Varela, llegó a la Península el 7 de junio de 1821, ya antes había presentado el Proyecto de Reforma Educativa de la Isla, que buscaba transformar el Seminario San Carlos en Universidad bajo título de Colegio Nacional en contraposición a la Universidad de San Jerónimo de los padres dominicos que mantenía un programa escolástico atrasado. En las Cortes, participó activamente en el Proyecto de Instrucción para el Gobierno Económico-Político de las Provincias de Ultramar, por el que promovía cierta forma de autogobierno a las provincias y la separación del gobierno militar del político como había sido hasta esa fecha el abuso de los Capitanes Generales y éstas podían generar el florecimiento económico de la Isla parecido a las colonias inglesas del Caribe y en Canadá.
Su último proyecto de Extinción Progresiva de la Esclavitud, que buscaba respetar los intereses de los propietarios, pero pedía incorporar como trabajadores asalariados a la extensa población esclava.
Los últimos 30 años de vida de Félix Varela en los Estados Unidos
Varela llegó a Nueva York en diciembre de 1823 y desde ese momento se había convertido en un exiliado político.
En ese tiempo el presidente era James Monroe y la Unión contaba con 21 estados, la población era de unos 10 millones y la población católica iba en aumento, con 11 Diócesis en 1823.
Al comenzar el Siglo XIX, Cuba estaba más avanzada educacionalmente que muchas áreas de los EE.UU. En las escuelas católicas, los niños de todas clases, ricos o pobres, de color o blancos, recibían instrucción juntos y gratis, mientras en EE. UU sus padres debían pagar por su educación y los becarios eran segregados como inferiores. Hasta los fraternales cuáqueros, pioneros de la educación pública, mantenían escuelas separadas para los “africanos”.
Tenía Varela entonces 35 años, era sacerdote, filósofo, educador, orador y jurista. Su estancia en Madrid había madurado su entendimiento y enturbiado su espíritu, percibiendo ahora que España era una nación que se desintegraba (han pasado 200 años y están en situación parecida).
Al llegar a la metrópolis neoyorquina el expatriado tenía dos intereses esenciales: su Fe y su Patria. La Diócesis de Nueva York, entonces bajo su primer Obispo residente, el irlandés John Connolly, era misionera. En toda la ciudad había solo dos iglesias católicas pequeñas y sus 25,000 feligreses apenas sobreviviendo en un ambiente anglo-protestantes. El Obispo Connolly necesitaba manos consagradas y leales, pero desconfiaba de las ideas progresistas y de la acción política en que estaba envuelto Varela.
En Cuba, el nuevo gobernador Francisco Dionisio Vives acaba de descubrir la conspiración masónica, Los Soles y Rayos de Bolívar, una conexión con Simón Bolívar que aprovechó Vives para eliminar los últimos vestigios de libertad en Cuba.
Como Filadelfia era considerada la Atenas de Norteamérica, su centro de vida literaria, científica y política liberal y Varela había sufrido de asma y tos tuberculosa durante esos primeros meses invernales en Nueva York, se mudó para allá. Ya en Filadelfia publicó una adición a sus Lecciones de Filosofía, la segunda bajo su firma que contenía un compendio de los recientes avances científicos en Europa y en EE. UU para beneficio de los lectores de lengua española. En 1824 comenzó a publicar una revista en español, El Habanero, papel político, científico y literario. Los tres primeros números en Filadelfia y los cuatro siguientes en Nueva York. Por supuesto su amigo José Antonio Saco acabado de llegar de Cuba, lo ayudó en la empresa.
Allí le informaba a la juventud cubana de los recientes esfuerzos por medir la temperatura del agua en las profundidades marítimas, la acción del magnetismo sobre el titanio, sobre la velocidad del sonido y sobre un nuevo instrumento para calcular la velocidad de los navíos.
O sea, Varela tenía tanto deseo de educar que hasta en tierras tan lejanas aprovechaba para ilustrar a los jóvenes cubanos porque él sostenía que todos debían mantenerse al día en los progresos de la ciencia.
Sin embargo, El Habanero fue de manera fundamental un órgano político y así siguieron siéndolo sus números siguientes, prueba de ello estos títulos: “Máscaras políticas”, “Bombas habaneras”, Conspiraciones en la Isla de Cuba”, etc.
Para Vives, el Gobernador de Cuba esta oratoria de Varela era una amenaza constante y por eso había que eliminarlo. Levantaron fondos de $30,000 para contratar un asesino. El agente salió de Cuba con un pasaje pagado y llegó a EE.UU en marzo de 1825, pero una carta de un amigo desde La Habana le había advertido a Varela del propósito de aquel. Se corrió la voz entre los expatriados de Nueva York para vigilar, pero sin mencionar nombre, aunque Varela no permitió que eso interfiriera con sus actividades y cuando le pidieron esconderse, él se sonrió y siguió produciendo El Habanero. Veinte años después en el periódico Verdad, publicado por J. A. Saco en Nueva York, Varela reveló como se enfrentó al asesino y lo convenció de abandonar su maligna encomienda, el patriotismo del maestro resultó superior al poder del dinero y de las armas.
Cuando El Habanero llevaba ya 6 meses y 3 números publicados, Hilario de Rivas y Salmón, el cónsul general español trató de boicotearlo, pero no lo logró. Vives en Cuba trataba de impedir la circulación de El Habanero.
Varela tras escapar de los atentados decía: “estar perfectamente curado del mal de espanto’.
Finalmente, después de sus 7 ediciones tuvo que terminarlo debido al peligro de muerte para quien ayudara a entrar de contrabando sus copias, siendo Varela como hombre pacifico no podía hacer más. Ya había sembrado la semilla de la libertad y se encontraba satisfecho, además tenía que cumplir con sus obligaciones sacerdotales.
Varela tradujo al español libros como: Elementos de Química aplicada a la agricultura, de Humphrey Davy y “Manual de práctica parlamentaria para el uso del Senado de los EE.UU” de Thomas Jefferson.
Durante más de 2 años colaboró con su discípulo y compañero de exilio, J. A. Saco en El Mensajero Semanal, una revista de noticias mundiales que se publicaba en el # 7 de la calle Nassau. También la intención era quebrar la censura en Cuba y por eso se prohibió su circulación en la Isla. En la Revista Bimestre Cubana, fundada por Cubí y Soler, con Saco como Director, contó con Varela como colaborador.
En marzo de 1841, el Repertorio médico habanero reportaba que un aparato cuyas especificaciones Varela había enviado a La Habana estaba diseñado para “reducir la temperatura y purificar y renovar el aire en los hospitales”, un anticipo a los aparatos de aire acondicionado que se inventaron un siglo después.
En 1835, el sacerdote cubano exiliado comenzó a publicar su tributo a la esperanza: las Cartas a Elpidio, en las que continuaba asesorando a la juventud cubana contra la ignorancia, los prejuicios y el fanatismo (yo creo que en estos mismos momentos estas cartas pudieran estar vigentes de acuerdo con la situación actual).
Ahora era Vicario General de la Diócesis de Nueva York, pero en sus horas de soledad, cuando revelaba su corazón al escribir, era de nuevo el profesor de Filosofía y Derecho Constitucional del San Carlos, exhortando a sus habaneros a que fueran instruidos, prudentes y libres.
Aunque la Constitución garantizaba la libertad religiosa, los católicos en Nueva York eran pocos y predominaban los irlandeses. El Obispo Connolly de quien Varela recibió la aprobación diocesana, murió en febrero de 1825 y fue sustituido por el padre John Power, también irlandés.
Entonces la Iglesia experimentó un gran avance, se estableció una tercera iglesia parroquial y se construyó un nuevo edificio para albergar a los huérfanos del Asilo católico en la calle Prince.
Los feligreses Pardow y Denman publicaron desde el 2 de abril de 1825, Truth Teller, un semanario donde Varela anunció su disposición de enseñar español y presentó The Youth’s Friend (El amigo de la juventud) una publicación bilingüe con el fin de ayudar al entendimiento mutuo entre los que hablaban las dos lenguas.
En octubre de 1826 el francés Jean Dubois fue consagrado como el tercer Obispo de la Diócesis.
El historiador de la Diócesis de Nueva York, el padre John Talbot Smith, dice que Varela fue factor importante en suavizar las relaciones entre el Obispo Dubois y su Vicario General.
En esos días Varela que fue Párroco de Saint Peter supo por una joven sirvienta que una iglesia Episcopal en la calle Ann iba a ser vendida. Varela logró obtener de unos cuantos amigos la donación de $19,000 para comprar el edificio, el órgano, los muebles y el cementerio Episcopal adjunto. Según Juan Bautista La Sala uno de los donantes, Varela lloró de alegría al saber que se había cerrado la operación y se retiró a un rincón a rezar.
La Iglesia de Cristo en agosto de 1827 fue el segundo templo protestante en convertirse en iglesia católica en Nueva York y el Obispo Dubois nombró a Varela su párroco.
Las Hermanas de la Caridad abrieron escuelas para señoritas en la calle Mulberry, en Barclay y en Albany. Las escuelas de Varela en las calles Ann y John ofrecían además de las tres asignaturas básicas, gramática, ortografía, costura, música con el piano y de 5 a 6 pm, lecciones de francés y español.
Una piadosa dama le regaló $800.00 y así pudo poner una guardería y un asilo para niños huérfanos de padre o madre.
En 1831, se le pidió al padre Varela que participara como miembro fundador de la Universidad de Nueva York, oferta que rechazó.
En 1832, Mariano Ricafort sucedió al Gobernador Vives, en Cuba y en 1833 falleció Fernando VII, en España.
Miguel Tacón el nuevo Gobernador de 1834 a 1838, comenzó con una amnistía política. Tomás Gener que también vivía en Nueva York regresó a Matanzas donde murió en 1835. José María Heredia, regresó en 1836 pero enseguida se fue para México. Varela no cedió a la tentación porque prefería Nueva York donde podía expresar sus opiniones sin represalias.
Sus Cartas a Elpidio comenzaron en 1835 hasta 1838.
Motivado por excavaciones contiguas a la Iglesia de Cristo, el 27 de octubre de 1833 se derrumbaron sus paredes durante una misa y hubo varios heridos.
John Delmonico (el fundador de los famosos restaurantes) que era su admirador y devoto feligrés logró junto con otros recolectar $55,000 para comprar una iglesia Presbiteriana en la calle Chambers, Varela vivía al fondo en la calle Reade # 23. El 31 de marzo de 1836, Varela tuvo su nuevo templo, la Iglesia de la Transfiguración de Nuestro Señor, para los fieles era la iglesia del padre Varela. El padre Alessandro Muppiatti, monje cartujo que salió de Turquía en busca de asilo político en Nueva York (primer sacerdote italiano en servir en N.Y.), se desempeñó como asistente del padre Varela en la parroquia de la Transfiguración de 1842 a 1846.
Un día una madre angustiada se le acercó pidiéndole limosna, le dio la cuchara que lo acompañaba desde La Habana, dinero no tengo, pero venda esta cuchara de plata. Como tenía las iniciales del sacerdote, la policía creyó la había robado y Varela tuvo que ir a salvarla de la cárcel. Por eso la prensa se enteró de su generosidad y lo publicó.
Otro día en lo peor del invierno, una mujer caminaba por la calle Chambers pidiendo limosna y apretando en sus brazos a una criatura, un caballero se aproximó y quitándose su abrigo se lo puso por encima a la señora. Pero fue visto por dos comerciantes, testigos mudos, que lo siguieron y lo reconocieron cuando Varela entró en su iglesia.
El 8 de abril de 1844 los que habían aportado el dinero para su iglesia le traspasaron la propiedad a su amado pastor.
La naturaleza había dotado a Varela de un cuerpo frágil y una aparentemente infinita reserva de energía nerviosa. Su cuerpo nunca se adaptó a los cambios climáticos de Nueva York, desde un principio tenía una tos persistente.
En 1846 sus amigos lograron se fuera a pasar el invierno a San Agustín, pero unos meses después en la primavera de 1847, regresó a Nueva York para volver a San Agustín ese invierno para una estancia más larga, aunque siempre en contacto con su parroquia administrada por McClellan en su ausencia.
En el verano de 1849, volvió a la Transfiguración, pero tuvo una recaída y al surgir el invierno se sintió aquejado de nuevo. En 1850 traspasó el título de propiedad de la Iglesia al Obispo Hughes, que acababa de ser elevado a primer arzobispo de Nueva York.
Regreso a San Agustín y su final
Se encontraba de nuevo en las tierras de su infancia, recordando el castillo de San Marcos, el cementerio de Tolomato, donde su tía y madrina Rita Josefa Morales, junto a otros parientes reposaban.
Aunque los documentos son escasos, hay pruebas que fue ayudante del reverendo Edmond Aubril en la iglesia de San Agustín. Un clérigo de Savannah donde Varela se hospedó por unos días mientras viajaba a Nueva York, contaba como llegó después de la Misa en la iglesia de San Juan Bautista y mientras él se quitaba los ornamentos sagrados en la sacristía, un hombre de aspecto corriente, casi diminuto, entró, algo mojado por la lluvia, con la sencillez y facilidad de quien está acostumbrado a los sitios más recónditos del templo. Su vestimenta estaba desgastada y raída, los zapatos pesados que parecían pequeños sarcófagos. Un par de gafas doradas montadas en la prominente nariz captaron mi atención. Con voz dulce y apagada respondió a mi mirada de curiosidad silenciosa: “Deseo decir Misa, soy un tal Varela”.
Savannah como San Agustín era administrada entonces desde Charleston. El padre e irlandés Jeremiah F. O’Neill párroco de la única iglesia católica en el estado de Georgia se había podido recuperar de un padecimiento similar al de Varela pasando los inviernos en Cuba y en la Florida. Además, ya sabía del Párroco de la Transfiguración y para él tener al padre Varela en la misión de la Florida, lo consideraba un honor para la Diócesis. Hasta Nuevo Orleans llegó la noticia y se reimprimió en el Diario de la Marina de La Habana tras aparecer en el diario Patria de aquella ciudad.
Había escapado de los rigores del clima de Nueva York, pero no de los problemas de su antigua función pastoral, los problemas con la hipoteca de su Iglesia seguían afectándolo, aunque Delmonico seguía ayudando.
El padre Aubril le asignó una habitación al fondo de la escuela parroquial de San Agustín. Allí recibía a los que acudían en busca de consuelo, además de enseñar a los niños, tocaba el violín para ellos. Así se convirtió en una leyenda en este antiguo pueblo floridano.
El contacto con los cubanos de Nueva York y de La Habana con Félix Varela se fue perdiendo durante el 1852.
Lorenzo Allo un antiguo alumno suyo del San Carlos que vivía en Nueva York, llegó a verlo en San Agustín, el 25 de diciembre de 1852, Varela no lo reconoció y se encontraba recostado sobre tres almohadones, porque solamente así podía respirar. Allo conteniendo a duras penas las lágrimas le rogó que no se moviera, ya no podía ver bien para poder leer ni sostener una pluma para escribir, aunque con sus 64 años su cabello y su dentadura estaban intactos y su mente ágil como siempre.
Allo escribió a La Habana contando sobre su visita, luego de recibida, le enviaron 200 pesos a través del arzobispo Hughes con la debida pregunta acerca de Varela, pero Hughes alegó no saber sobre esa delicada situación. Pensaron hasta vender la Iglesia para enviarle una pensión al enfermo.
En La Habana escogieron al abogado José María Casal, su discípulo favorito para que fuera hasta allá y le llevara los donativos recogidos, él y su esposa partieron el 23 de febrero de 1853 en el vapor Isabel rumbo a Savannah, con la encomienda que pareciera casual para no herir su orgullo.
El viernes 18 de febrero, temprano en la mañana, Varela sintiéndose muy débil le pidió al padre Aubril que le administrara los Sacramentos. Cuando Aubril le iba a dar el Viático, lo interrumpió con estas palabras: “Venid a mi Señor”.
Tan pronto como se supo de su gravedad, muchos feligreses se congregaron alrededor de su lecho. Ya no podía tan siguiera ver, pero su mente seguía alerta. Una dama protestante de familia eminente le rogó la bendición para sus dos hijos. Varela pidió los trajeran a él, tomó sus pequeñas manos en una de las suyas y rezó por ellos y por ella y les impartió su bendición. La alegría de la señora era notoria por haber sido bendecidas por el santo Varela.
A las 8:30 de la noche del 18 de febrero de 1853 entregó su alma y el campanario de la iglesia de San Agustín comenzó a repicar dolorosamente.
Las manos que prepararon su cadáver lo hicieron con devoción y respeto. Un alma piadosa le recortó el cabello y los mechones se convirtieron en reliquias.
El viernes 25 de febrero tuvo lugar su panegírico en la Iglesia parroquial de San Agustín. Se celebró un Réquiem y fue enterrado como él deseaba, con sencillez y en modesto féretro. En la tierra donde yacían los Morales, en el cementerio de Tolomato. Los hombres competían por cargar su cuerpo y marchando de dos en dos en la lúgubre procesión funeral hasta el camposanto, con cientos de dolientes de todas las edades acompañándolo hasta su última morada.
El 3 de marzo llegó José María Casal con la tardía ayuda de algo más de $1,000.
En la Catedral de Saint Patrick de Nueva York se le rindieron los honores correspondientes con una Misa pontificial de Réquiem. Una litografía de Varela se puso a la venta en la Librería Católica Metropolitana en la avenida Broadway # 556 entre Spring y Prince. Además, una relación de su vida y obras de misericordia del difunto apareció en la edición del Freeman’s Journal del 19 de marzo de 1853 donde se relataban sus actividades en las Cortes y su eminencia filosófica, destacando su heroísmo durante la epidemia de cólera, su caridad hacia los pobres y la entrega total de sus fondos propios para dotar iglesias de Nueva York.
El siguiente año el reverendo James Roosevelt Bayley, secretario del Arzobispo de Nueva York publicó un libro homenaje.
La prensa secular de la metrópolis, no siempre gentil con los católicos extendieron una sentida despedida al padre Varela.
Casal notó la ausencia de una capilla sepulcral y el 22 de marzo de 1853 se comenzó a construir una para ser completada en 30 días. El propósito inicial de Casal fue el llevarse los restos de Varela para La Habana y que la capilla se utilizara para siempre como casa de oración. Pero el destino dispuso de algo muy distinto.
El 13 de abril la capilla estaba lo suficiente adelantada como para que se efectuara el traslado de los restos de Varela.
Esté Ud. seguro le dijo Aubril a Casal de que nuestro buen Varela jamás podrá ser olvidado en San Agustín. Y espero que, sí algún día se conducen sus restos a la isla de Cuba, algunos se dejarán en esta capilla.
Tras la partida de San Agustín del sacerdote francés Aubril, la bóveda de Tolomato sufrió una alteración que a los compatriotas de Varela se les haría difícil perdonar.
El obispo francés Agustín Verot que nació en 1805, falleció en San Agustín un caluroso 10 de junio de 1876, su cuerpo fue cubierto de hielo y enterrado a toda prisa dos días más tarde en Tolomato. Pero como no existía lugar apropiado para sepultar a tan distinguidos restos, fueron depositados bajo la loza sepulcral de la capilla del padre Varela. Los del clérigo se exhumaron para hacer espacio en la única bóveda. Hasta una placa fue colocada en una pared exterior de la capilla. Nadie se molestó en notificar a los cubanos que ahora existía un segundo ocupante en la tumba de Félix Varela y Morales.
En noviembre de 1911 un comité fue designado en La Habana, se obtuvieron los fondos necesarios y se hizo contacto con los funcionarios correspondientes. Por autorización del Obispo William Kenny de San Agustín, se encargó a un sepulturero levantar la losa de mármol en la capilla de Tolomato. Los huesos fueron envueltos en una pieza de lino blanco y depositados en fragante aserrín de pino en una caja de zinc sellada que fue entregada al Dr. Manuel Landa González, presidente de la Audiencia de Pinar del Río y a Julio Rodríguez Embil, cónsul general de Cuba en Jacksonville. Nunca se hizo mención, en aquel momento del segundo ocupante de la bóveda. La caja de zinc arribó a La Habana antes de completarse el nuevo monumento a Varela, se depositó provisionalmente en el viejo ruinoso Zoológico Museo de Historia Natural de La Habana.
Finalmente, el 22 de agosto de 1912, tuvo lugar una solemne ceremonia en la Universidad de La Habana y sobre un pedestal en el Aula Magna, en una urna de mármol, se colocaron los restos provenientes de San Agustín. Debido a que la caja de zinc original era demasiado grande, el bolsón de lino había sido transferido a otra caja de metal más pequeña.
Además de la urna mortuoria en su pilar, se exhibe un busto de mármol de Félix Varela en su Aula Magna y en la intersección de las calles Dragones, Zanja y Finlay, se colocó un impresionante monumento al sacerdote y filósofo, monumento muy criticado por su errónea colocación porque debió haber sido levantado en la Plaza de la Catedral por dos razones, por ser sacerdote y por la cercanía con el Seminario de San Carlos y San Ambrosio.
En su libro de 1984 Antonio Hernández Travieso tiene otra versión y dice así en la página 453:
Los que concibieron la profanación, según los testimonios escritos que obran al efecto, tomaron los huesos del criollo, los vaciaron en una funda de tela y colocaron ésta en un rincón de la capilla, sin reparar en otra losa, que rematando la lápida que cubría los huesos, afirmaba inequívocamente: “Esta capilla fue erigida por los cubanos el año 1853 para conservar las cenizas del Padre Varela”.
Bibliografía: Peregrinando a San Agustín por Rafael B. Abislaimán. La Inquietud del Tiempo por el padre Fidel E. Rodríguez y Félix Varela Porta-antorcha de Cuba por Joseph y Helen M. McCadden.
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