DE LA REDACCIÓN DE LIBRE Y FUENTES ANEXAS
Ignacio Agramonte y Loynaz, conocido como “el Mayor”, nació el 23 de diciembre de 1841 en Puerto Príncipe, actual provincia de Camagüey, en la casa marcada con el número 5 de la calle de La Soledad.
Hijo del Lic. Ignacio Agramonte Sánchez Pereira, abogado como muchos de sus antecesores y María Filomena Loynaz y Caballero, procedente de una antigua familia adinerada de Camagüey.
Realizó sus primeros estudios en su ciudad natal. Posteriormente, ante la imposibilidad de iniciar estudios superiores en Puerto Príncipe, en1852 es enviado a Barcelona, España, donde ingresa primeramente en el colegio de Isidoro Prats, en el que cursó tres años de Latinidad y Humanidades.
En 1855 comienza sus estudios elementales de Filosofía, en opción al título de Bachiller en Artes, en el colegio de José Figueras, ambos centros docentes adscriptos a la Universidad de Barcelona, donde ingresa en 1856. Al año siguiente regresa a Cuba e ingresa en la Universidad de La Habana donde estudia Derecho Civil y Canónigo. Recibe su título de licenciado el 11 de junio de 1865.
Cada 8 de junio en Cuba los trabajadores jurídicos reciben el reconocimiento a su labor, en fecha que recuerda que en 1865 Ignacio Agramonte defendió la Tesis de Grado para recibirse como licenciado de la Facultad de Derecho.
“La sociedad no se comprende sin orden, ni el orden sin un poder que lo prevenga y lo defienda, al mismo tiempo que destruya todas las causas perturbadoras de él”.
Así expresó en el acto donde recibió la investidura del grado de Licenciado en Derecho Civil y Canónico. Su discurso llega a nuestros días con la serenidad y la pureza de quien defendió siempre la justicia: La justicia, la verdad, la razón, sólo pueden ser la suprema ley de la sociedad. El derecho para ser tal y obligarlo, debe tener por fundamento la justicia.
Ignacio Agramonte ganó el respeto y admiración desde su época de estudiante en la Universidad de La Habana. Defendió los derechos del individuo, al considerarlos “inalienables e imprescriptibles”. No permitió el irrespeto a ningún ser humano, en una ocasión sostuvo duelo con un oficial español para reparar una ofensa de este a una camagüeyana.
Rescató al brigadier Julio Sanguily; por encima del peligro estaba salvar al mambí, a su amigo.
La Constitución de Guáimaro lleva en sí sus virtudes como jurista y su pensamiento democrático, su condición de ciudadano ejemplar quedó manifiesta en aquella advertencia a sus hombres, (a pesar de sus diferencias con Céspedes): “Jamás permitiré que en mi presencia se hable mal del presidente de la República”.
Agramonte solo tenía 31 años cuando murió en combate el 11 de mayo de 1873. Una bala enemiga causó la muerte inmediata. Prematura muerte que cegó la existencia de aquel joven, nacido en el seno de una familia de abolengo, culta y librepensadora, proveedora de una educación esmerada y la formación de recios valores morales. Sobre ello se empinó el guerrero, dejó a un lado la comodidad y la fortuna para luchar por Cuba libre.
Este 8 de junio sirva el reconocimiento a los jurídicos para volver a la historia y a unos de los hombres que se inscribió en ella por su valor, lealtad, amor y sentido de la justicia.
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