Revoloteaba entre las flores una hermosa mariposa que observaba el ir y venir de las trabajadoras abejas. Todos los días estaban allí, recolectando el polen para llenar las celdas de su colmena. En verdad eran los insectos más laboriosos.
Y la mariposa, por su parte, era graciosa, elegante y siempre tenía buenas palabras para todos. A ella le encantaba hablar con las abejas, y ellas, a veces, se paraban un rato a charlar con ella.
Las abejas le habían dicho que podía hacer lo mismo que ellas. Y que si necesitaba algo, ellas se lo darían para que comenzara a trabajar.
Un día, la mariposa pensó en el trabajo de las abejas, y en la oferta que en su día le hicieron. Realmente era muy provechoso: ellas llenaban su colmena de alimento para tener suficiente durante el invierno y poderse dedicar entonces a otros menesteres.
Entonces pensó la mariposa…
– ¿Y si hago yo lo mismo? No es tan difícil… yo sé recolectar polen… Les pediré un poco de cera a mis amigas las abejas para empezar a formar mi colmena.
La mariposa fue a visitar a sus amigas a la colmena, y les pidió un poco de cera.
– ¡Amigas abejas! ¿Podríais dejarme un poco de cera para construir una colmena como la vuestra?
– Oh, qué lástima- dijo la primera abeja- Ya no me queda nada. La gasté toda.
– Yo tampoco tengo… si esperas uno o dos días- dijo la segunda abeja abriendo su ventana.
– A mí me queda muy poca- dijo la tercera abeja- Lo siento, pero no puedo darte nada.
La mariposa se alejó volando de allí, muy triste porque acaba de recibir una demoledora lección: no te fíes de las promesas de otros, porque cuando se trata de compartir, las cosas cambian.
Moraleja: De los que muchos te ofrecen, cuando tengan que dar, algunos de pronto tuvieron pero ya no tendrán, otros estarán por tener, muchísimos tendrán y se lo guardarán y los que menos, tendrán y lo compartirán.
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