El desbarajuste diplomático que termina, por el momento, las relaciones entre México y Ecuador, en existencia por casi doscientos años, nos presenta una disyuntiva que merece una pertinente pregunta, y una subsecuente aclaración: ¿incluye la inviolabilidad diplomática el derecho al asilo a cualquier persona, incluso a criminales, o sólo a perseguidos políticos? Lo explico luego.
El 5 de abril, la fuerza pública de Ecuador, penetró, forzosamente, en la embajada mexicana para extraer de ella al ex vicepresidente ecuatoriano, Jorge Glas, que allí se había refugiado como supuesto asilado político. Y, ahí, ¡ardió Troya! ¡Cómo podía ser! ¡Esto nunca había sucedido antes en nuestra área geográfica! Error. Sucedió antes, también con Ecuador, cuando Fidel Castro mandó irrumpir su embajada en La Habana para remover a varios cubanos que allí se refugiaron en busca de asilo político. Éstos, sí eran perseguidos políticos, con pleno derecho a esa protección, de acuerdo a los convenios internacionales plasmados en Viena. Porque esa es la función primaria donde se ejerce con más claridad el derecho al asilo y la inviolabilidad de las sedes diplomáticas. No son estos santuarios disponibles a los criminales, o a personas buscadas por delitos comunes. La sede receptora tiene el derecho único de aceptar o no al solicitante.
Pero resulta que el Sr. Glas, había sido condenado por varios delitos de corrupción, y el gobierno de Ecuador se negaba a extenderle el salvoconducto, aunque el gobierno de México, aun a sabiendas de la condena impuesta a Jorge Glas, le extendió el visto bueno para viajar e instalarse en México, donde el gobierno de López Obrador ya le esperaba como un bienvenido huésped. ¿Acaso desconocía López Obrador los requisitos que imponen las reglas diplomáticas en cuanto al derecho de asilo? Obviamente no. Pero quizás pesaban sobre él otras razones, de fuerza mayor, que le hacían ignorarlas.
Alegaba el gobierno de Ecuador, no sin falta de razón, que el ex vicepresidente no tenía derecho al asilo político, ya que su condena le hacía un delincuente, y que, por consiguiente, no se le podía permitir abandonar el país bajo ningún concepto, y mucho menos, como asilado político, cosa que no era.
Aquí se dirimen dos conceptos antagónicos, cuya argumentación, pro y contra, se entregan a interpretaciones algunas muy claras, y otras, con notables zonas grises.
Por tiempo inmemorial, las embajadas diplomáticas han sido respetadas como refugio en caso de personas perseguidas por cuestiones políticas, ideológicas, filosóficas o religiosas, pero nunca, como amparo de delincuentes. Los acuerdos de Viena así lo esclarecen. Y, en esos acuerdos, y en lo que impone el simple sentido común, se basó el gobierno ecuatoriano del presidente Daniel Noboa para negar el status de asilado a Jorge Glas. No lo era. No calificaba, como no hubiera calificado “el Chapo Guzmán” o cualquier otro delincuente.
¿Actuó prudentemente el gobierno de Ecuador al ordenar el asalto a la embajada mexicana?
Por supuesto que no. Pudo haber usado, sin abrogar sus derechos, métodos más en acorde con el protocolo diplomático, aunque las condiciones imperantes en el país no fueran las más estables y seguras en ese momento. Recuérdese que pocas semanas atrás la nación ecuatoriana estuvo asaltada y criminalizada por hordas de los carteles narcotraficantes de Sinaloa, que funcionan con el apoyo tácito de López Obrador. Ecuador está aún en estado de guerra asediada por enemigos del orden, bajo la tutela y dirección de los carteles de la droga que provienen de México. Y, bajo ese estado de extrema tensión es que se produce la infortunada crisis diplomática que rompe la convivencia entre estas dos naciones de nuestro mundo hispano.
Como consecuencia de esta turbulenta escaramuza, los países que se cobijan bajo la agujereada sombrilla del Socialismo del Siglo XXI, y alguno que otro chihuahua de la jauría latina, como Nicaragua, por ejemplo, se han levantado en un paroxismo histriónico, para cremar a Ecuador, sin siquiera considerar la otra parte de una ecuación que requiere una contemplación objetiva y racional al margen del impulso instintivo que a menudo nubla los sentidos.
Quiero expresar, con el menor número de dificultad posible, que lo dicho en líneas anteriores, no significa, en modo alguno, una aceptación, tácita, o implícita, de la irrupción en cualquier embajada con el propósito de remover a personas legítimamente en ellas buscando refugio y protección. Ese es un derecho absolutamente inviolable cuando existen las condiciones legales y morales que ameriten la prudencia de extender ese beneficio.
Pero, siguiendo el mismo hilo de pensamiento, no podemos ser tolerantes ante el abuso de tan venerable derecho, que, en incontables ocasiones, ha sido, y es, un amparo para el perseguido por sus dogmas políticos o religiosos, y un freno contra el desenfrenado despotismo del poder en funciones.
Para Andrés Manuel López Obrador, hombre de mal talante, despótico y arrogante, la toma de su embajada en Quito tiene que haberle pegado en lo más profundo de su ego personal, además de la afrenta a la soberanía de México. Y no es para menos. En el término de 18 meses, ha recibido sal en la misma herida dos veces.
Antes, en el primer trimestre del 2023, el presidente de Perú, Pedro Castillo, destituido por el Congreso por corrupción y cohecho, escapaba hacia la embajada de México para solicitar asilo, aprobado de antemano por López Obrador, quien había ordenado, previamente, al embajador, que lo esperara en la puerta para recibirlo, pero se interpuso la mala suerte para ambos, porque la policía peruana interceptó a Castillo y lo detuvo. Ahí, en ese momento, se le desmoronó otro show político al presidente mexicano.
Aclaro pues, y esto debe quedar bien entendido, que el incidente diplomático, y su consecuente ruptura entre Ecuador y México, sienta un triste y lamentable curso en las relaciones de las naciones hispanas del Continente.
¿Qué pasará en el futuro? Probablemente nada dramático. Esperemos que, con el piadoso paso del tiempo, las aguas de la cordura y la sensatez recobren su cauce, por el bien de nuestra inmensa comunidad de naciones hispanoamericanas.
BALCÓN AL MUNDO
Biden no pierde oportunidad de señalar lo frustrado que está con Netanyahu porque éste no obedece sus órdenes en cuanto a las tácticas empleadas para combatir a Hamas. Pero ¿quién está bajo el rigor de la candela y la amenaza? No precisamente Estados Unidos. ¿Quién está peleando por su subsistencia? No precisamente Estados Unidos. Esto debe entenderlo Joe Biden, en vez de poner cada día más presión sobre el gobierno de Israel, primordialmente sobre Netanyahu, tratando de ganarse los votos musulmanes, especialmente los de Michigan, Estado que anida a más palestinos y árabes que ningún otro; y, dicho sea de paso, el 95%, feroces simpatizantes de Hamas, Jezbolá, y todos los grupos antisemitas.
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México, por expresas órdenes de López Obrador, envía a Cuba, el pordiosero del Caribe, 25,000 barriles de petróleo gratis cada mes. Los dirigentes de Pemex, el máximo organismo petrolero de la nación azteca, le han hecho saber al presidente que la empresa no está en condiciones de continuar esa donación. Lo cierto es que Pemex está en precaria situación económica, con menos ganancias, que ninguna otra organización petrolera a nivel mundial.
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La dictadura de Nicolás Maduro está en serios problemas, internos y externos. Hay fricciones serias entre maduristas, seguidores de Diosdado Cabello y los protegidos de los hermanos Rodríguez.
Mientras tanto la dictadura presenta, como detenido, acusado de infinitas corrupciones, al ex ministro del petróleo y presidente de Pdvsa, el sirio-venezolano Tareck El Aissami, íntimo compinche de Maduro, después de estar desaparecido, o secuestrado, por 14 meses, todo un largo proceso al margen de la ley. Pero, en círculos venezolanos, se rumora que la dictadura está en pleno zafarrancho de combate entre sus diversas facciones en pleito. En la calle, el hombre de a pie, se encoje de hombros y dice que sólo se trata de una bronca entre mafiosos billonarios.
Sin embargo, en el patio foráneo, las cosas tampoco andan bien para Maduro. Petro y Lula da Silva, dos de sus tradicionales pilares en los últimos años, han comenzado a fijar distancia del residente de Miraflores, al extremo que ambos han pronunciado declaraciones contra aquél, por su oposición a que María Corina Machado o su seleccionada, Corina Folis, aparezcan en la boleta oposicionista. Lula ha dicho que no reconocerá las elecciones si estas figuras no comparecen.
Además, Maduro tiene sobre sí la reimposición de sanciones por parte del gobierno americano en las próximas dos semanas, si no cumple con los acuerdos de Barbados, más las relaciones tirantes que mantiene con la Corte Internacional de Justicia sobre la disputa en el Esequibo.
No hay dudas que de Maduro tiene el plato lleno y el menú no es muy apetecible.
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