Por Álvaro J. Álvarez. Exclusivo para LIBRE
La embotelladora de agua mineral La Cotorra fue la representante en Cuba de la famosa cerveza negra inglesa Guinness.
De las 27 marcas de agua mineral que se vendían en Cuba en 1956, 11 eran de Guanabacoa. (Fuentes Blancas, Lobatón, Uribe, Milanés, Santa Ana, La Milagrosa, La Mina, San Agustín, Fuente del Obispo, Tarajano y La Cotorra).
Guanabacoa en dialecto taíno significa “tierra de ríos y lomas”, llamada así por los indios que vivían en su territorio debido a la abundancia de pequeños ríos y colinas de mediano tamaño.
Muy cerca del poblado Santa María del Rosario, en el municipio capitalino del Cotorro estaba ubicado el ingenio Quiebra Hacha, propiedad del conde José Bayona Chacón. En 1727 surgió la leyenda debido a la enfermedad de gota (otros datos informan que era reumatismo) del conde y se dijo que uno de sus esclavos lo curó con las aguas de un manantial en las faldas de una loma cercana al ingenio.
Luego de salir de su postración, el conde ofreció la libertad al hombre que le había salvado la vida y le pidió que lo llevara hasta el lugar de las aguas mágicas. Allí, cinco años más tarde y por Real Cédula emitida por el rey Felipe V, se fundó el 14 de abril de 1732 la ciudad condal Santa María del Rosario, sitio donde la familia Bayona y Chacón fijó su residencia de descanso.
Según documentos de la época, en 1835 el balneario y las instalaciones que rodean el pozo de aguas mineromedicinales fue lugar de reposo y tratamiento para las familias de la aristocracia habanera y luego para los lugareños y público en general.
Desde finales del siglo XIX las aguas se clasificaron del tipo sulfuradas sulfhídricas, bicarbonatadas sódicas y cloro sulfatadas e hipos termales y su temperatura se mantenía estable entre los 25 y 27 grados Celsius. Por sus características, son altamente recomendables para un amplio espectro de afecciones del sistema musculoesquelético, así como inmunoalérgicas y dermatológicas.
El mercado del agua mineral embotellada estaba dominado por compañías extranjeras que exportaban este producto a la Isla a precios inaccesibles para la mayoría de la población.
Algunos emprendedores cubanos tratando de ganar dinero y a su vez resolver una necesidad tan importante como el agua, llevaban el preciado líquido en cántaros desde los manantiales, pero a comienzos del siglo XX la situación cambió repentinamente.
Claudio Conde y Cid, un español que había llegado a Cuba con 15 años, teniendo mucho deseo de prosperar se inició en el negocio en 1905 trayendo en una goleta de Nueva Gerona hasta Batabanó barriles llenos con el agua de los manantiales Agua Santa, en Santa Fe, Isla de Pinos. Ese es el año reconocido como fecha de fundación de su empresa Aguas La Cotorra.
Sería una casualidad que el gallego, Claudio Conde Cid, el hombre de las tres “C” le pusiera a su negocio Cotorra, para la cuarta “C”.
Según parece se le ocurrió ponerle La Cotorra debido a la enorme cantidad de cotorras que habitaban en la zona de los mágicos manantiales y desde el principio las botellas y botellones distribuidos por La Cotorra tuvieron pintados el ave con sus llamativos colores y el rótulo que identificaría siempre a la empresa: La Cotorra.
El 15 de junio de 1914, en el Diario de la Marina salió un anuncio alertando a los consumidores sobre la competencia sin escrúpulos: “Recomendamos que los consumidores no se dejen engañar y presten mucha atención al tapón y etiqueta de las botellas que lucen un loro. Si no tienen el loro, Agua Santa no es legítima, rechacen esta imitación con indignación y para evitar sorpresas”.
El 9 de septiembre de 1914, el Sr. Conde le compró a Genaro Suárez las marcas y su posesión de las aguas minerales La Cotorra, Buena Vista y Conde, de Isla de Pinos además incorporó un barco más moderno para la travesía y luego en 1915 empezó a transportar pasajeros en él.
Ese mismo año comenzó a distribuir con su propio transporte, carros tirados por caballos, el agua a domicilio, sin costo extra y a un precio aceptable para su enorme clientela. Le fue tan bien que tuvo que comprar en La Ceiba, Guanabacoa unos solares a Leonardo Plaza y a Francisco Palacios. Luego también compró en las faldas de la Loma de la Cruz los manantiales Chorrito del Cura y también otro en Madruga.
Después de haber ganado en 1916 un Premio en la Exposición Internacional de Panamá su producto tuvo mucho más éxito y por supuesto sus ganancias aumentaron considerablemente.
Tenía su sede y la planta embotelladora en la calle San Felipe #4 en el barrio de Jesús del Monte (Diez de Octubre).
En 1918, el Departamento de Bacteriología del Laboratorio Nacional certificó la calidad de las aguas de la empresa.
Las obras en la Loma de la Cruz se extendieron hasta la década del 20 en que quedó terminado el edificio de la compañía, seguido de tres naves en las que se llevarían a cabo los procesos de purificación por filtros, envase y transportación del agua. También se habilitaron salones de recepción y fiestas. Alrededor se tendió una cerca de hierro hasta la falda de loma para establecer allí los jardines. Entonces abandonó La Cotorra sus otras instalaciones y se trasladó definitivamente para Guanabacoa.
En 1923 la dirección de Sanidad clasificó los manantiales de La Cotorra en Guanabacoa como de primera calidad y no sólo autorizó su uso, sino que lo recomendó como provechosos para los problemas del aparato digestivo y las dispepsias. Se consignó, además, que el consumo del agua mineral La Cotorra beneficiaba cualquier trastorno de la nutrición por suministrar alcalinos y contenido preponderante de sodio, sales de hierro y de calcio.
Hacia 1926, la compañía equipó su planta industrial con un laboratorio con lo mejor de la época para poder analizar las aptitudes del líquido. Por esa razón las aguas llegaban al mercado tras un proceso higiénico y escrupuloso y su calidad era uniforme y óptima.
El proceso de producción comenzaba con la llegada del agua a los pozos colectores, que en sus inicios fueron 16 y tuvieron nombres populares como El Indio, La Vida, El Bonito o El Guajiro. Mediante bombas se impulsaba a unas cisternas herméticamente cerradas, para entonces pasar por los filtros de grava y arena sílice y después los de carbón activado, juntamente con rayos ultravioletas, que la hacían más inodora e incolora. También, tras una gran inversión de más de $100,000 realizada en los años 40, se introdujo un equipo de refrigeración que garantizaba una perfecta uniformidad en la carbonatación de las aguas efervescentes. Desde allí el agua entraba en las llenadoras mediante válvulas sanitarias y entonces se dividía el proceso en tres líneas de producción, una de botellas y dos de botellones.
En la línea de botellas, cada envase permanecía dentro de la máquina lavadora por espacio de 25 minutos, pasaba por cada uno de los tanques, para recibir la acción esterilizadora de soluciones químicas y agua fresca. Esta máquina que medía 12 metros y pesaba 20 toneladas, esterilizaba 170 botellas por minuto.
De la máquina lavadora las botellas pasaban a la llenadora, que sincronizaba con la anterior y con una tapadora por botones que presionaba las coronas herméticamente a ese mismo ritmo. Las coronas llevaban un corcho y un sello encerado, más un papel fino de cuatro por cuatro centímetros que no se rompía, para extremar la hermeticidad.
Las dos líneas de botellones contaban con máquinas lavadoras (esterilizadoras en las que se usaba soda y fosfato trisódico bien caliente para esterilizarlos), de allí pasaban a las llenadoras rotativas circuladas creadas por el departamento mecánico de la fábrica que cargaba 16 botellones por minuto.
Al almacenarse las botellas se colocaban en cajas de madera de distintos tamaños, tanto para agua natural como efervescente y los botellones en huacales del mismo material. Estos últimos llevaban a relieve el logo de la compañía.
La venta del agua La Cotorra se realizaba directamente desde los almacenes de la fábrica a los distintos establecimientos, bodegas y particulares, a quienes se les llevaba la mercancía hasta la puerta en camiones pintados de verde, que tenían el logo de la empresa pintado en las puertas laterales y en la trasera. Los trabajadores de estos carros no pertenecían a la plantilla regular de la empresa, eran subcontratados para efectuar el reparto, a partir de un precio fijado. Los choferes ganaban por el extra que lograban en la transacción que podía ser de 7 a 10 centavos por botellón y con él viajaban dos ayudantes.
Los camiones eran particulares, comprados por los mismos choferes, en muchos casos ayudados por préstamos de la propia empresa La Cotorra. En Guanabacoa y sus alrededores el precio del botellón era de 25 centavos, pero en barrios más lejanos costaba más de 45 centavos y podía llegar hasta 80. Los trabajadores de reparto ganaban por el volumen de sus entregas y al parecer era un buen negocio, pues si en la década de 1920 eran pocos los carros, incluso algunos tirados por caballos, ya en 1944 la empresa contaba con 42 camiones a su servicio.
En 1947 la empresa había establecido 69 sucursales de venta en toda la Isla. Se trataba de una marca confiable que competía muy bien con gran cantidad de compañías dedicadas al negocio del agua mineral en el país. Incluso, en la misma Guanabacoa, tenía competidoras como las marcas San Agustín, Lobatón, Fuente Blanca y otras ocho que existían en el término.
En 1958 producía aproximadamente 20 millones de botellas de agua al año, tenía 60 camiones de reparto y agencias en toda la Isla. La Dirección Técnica de La Cotorra estaba en manos de profesionales universitarios, como garantía para la salud de sus clientes, además cada envase estaba previamente esterilizado.
Desde el punto de vista laboral La Cotorra nunca tuvo problemas, pues en la empresa no se produjeron nunca huelgas ni enfrentamientos violentos con las fuerzas del orden. Incluso, durante el gobierno del general Gerardo Machado, cuando la crisis hundió la economía de las familias cubanas, La Cotorra mantuvo los salarios al mismo nivel. Estos siempre estuvieron entre los más altos de las industrias embotelladoras de refrescos y aguas minerales.
A pesar de las presiones que sufrió La Cotorra por parte del Ministerio del Trabajo para que despidiera algunos trabajadores fichados como revoltosos o comunistas, la compañía siempre respetó sus puestos de trabajo. Además, desde 1949, la directiva entregaba a los obreros un centavo por cada botellón de agua vendido para que fuera distribuido entre estos en forma de aguinaldo. Estos fondos se destinaban también para auxilio de los más necesitados o donaciones a causas altruistas. Por último, los trabajadores agrupados en la Sociedad de Beneficencia de los Empleados de La Cotorra hacían contribuciones anuales para la Casa de Beneficencia y Maternidad.
Claudio Conde, fue un hombre justo que siempre protegió a sus trabajadores, con independencia de sus credos religiosos o políticos y jamás permitió la entrada de la policía a su propiedad. Las escuelas de Guanabacoa, tanto públicas como privadas, se beneficiaron de su ayuda y los hijos de sus empleados pudieron cursar estudios de nivel medio y superior gracias a la ayuda económica que les brindó. A los obreros honrados, que no se gastaban el jornal en bares les compraba hasta vivienda que después estos liquidaban a través del equivalente a un alquiler mensual.
Para garantizar la protección absoluta de la sanidad de las aguas se compraron los terrenos colindantes con el matadero e, incluso, del otro lado de la avenida, para que, por ningún motivo llegaran a contaminarse los manantiales. Así la empresa llegó a poseer 125,000 m² alrededor de los pozos.
En los últimos años el administrador era el Sr. Manuel Piñeiro.
Los jardines de La Cotorra
La inversión realizada en los años 20 incluyó la creación de los jardines y un salón de fiestas en la planta baja del edificio central. Ambas cumplían con un objetivo comercial, ofertar y vender los productos de la empresa en medio de fiestas y el ambiente placentero que brindaba la vegetación de la Loma de la Cruz.
Los salones eran utilizados para reuniones de clubes, gremios y otras organizaciones y asociaciones que deseaban dar fiestas a puertas cerradas.
Sin embargo, fueron los Jardines de La Cotorra los que calaron más profundamente en el imaginario popular, rodeados por una cerca metálica que abarcaba desde la calle Molino hasta el frente de la Industria, por toda la calle Corral Falso.
La entrada a los Jardines de La Cotorra no era independiente de la fábrica. El visitante accedía a través de una garita, que daba paso a una fuente, de la que partían caminos empedrados hasta las sombrillas de madera y guano colocadas sobre el piso cementado. Había una pequeña caseta de madera con servicios sanitarios. El lugar resultaba agradable por su follaje exuberante y era muy atractivo para los niños pues contaba con un parque de diversiones.
En la década de 1950 a la entrada de los jardines se habilitó una amplia explanada que era utilizada para actos públicos, recibimientos y fiestas populares. Estaba presidida por un reloj con la enseña nacional y elementos decorativos alusivos a La Cotorra.
A unos metros se construyó una gran glorieta de horcones de cemento que imitaban árboles cuyas ramas se entrelazaban sobre el techo de la cúpula y las barandas. También contaba con bancos que semejaban troncos cortados por la mitad. Este se convirtió en el sitio favorito de los vecinos de Guanabacoa para la celebración de cumpleaños, reuniones de amigos y fiestas de 15. Desde la glorieta partía un camino de piedras hasta la cima de la loma, desde la cual se podía disfrutar de la gran vista que ofrecía el norte de La Habana y su bahía.
Por el acceso directo por Corral Falso se levantaba una gran tapia de mampostería y rejas, que bordeaban toda la avenida, que exhibía el mismo decorado del árbol existente en la glorieta y a unos pasos una jaula llena de cotorras.
Desde el mismo camino de piedras se avistaba otra garita utilizada para la venta de productos. Así se llegaba a una majestuosa columna de más de un metro y medio de altura, colocada sobre seis escalones, adornada con frisos y arabescos en cuyo extremo superior había una bola que semejaba el planeta Tierra y sobre ella la escultura de una cotorra con las alas entreabiertas que se divisaba desde el exterior.
Por esa misma senda, a unos metros se mostraba al público una réplica de los manantiales, que sólo podía verse a través de un cristal sobre el que se deslizaba una corriente constante de agua limpia. Era una pequeña construcción que reproducía la industria con el logotipo de la marca en un semicírculo superior al centro. El techo era de tejas con un tragaluz en su vórtice y dentro se imitaban los pozos reales con los nombres de La Vida y El Indio. Este lugar era muy respetado, pues significaba la pulcritud que distinguía a la producción y era un tributo de recordación a la marca con la cual se vendieron las primeras botellas de agua mineral de la empresa.
También se podía disfrutar de una gran pérgola de columnas con enredaderas que cubrían sus vigas de madera con hojas y flores. Este espacio servía para los romerías y fiestas sociales al aire libre, para los enamorados, para las tardes de encuentros literarios, celebraciones, fiestas y otras actividades. Atrás existían diversos juguetes para el esparcimiento de los niños, organizados por niveles, de acuerdo con las edades, todos de sencilla confección en hierro y madera.
Más próximo a la cima de la loma, por el lado cercano a la fábrica se construyó una pequeña ermita de piedra que, en su cúpula, tenía un nicho en arco con una campana interior y una cruz en el techo. En su interior, al centro de la pared de fondo, un nicho para la imagen de La Milagrosa, que era la santa que se adoraba.
Fueron célebres allí las canturías campesinas y las citas del Guateque Cubano, que llevaban a cabo competencias de controversias entre los dos bandos para disfrute popular y de la décima cubana.
El Día de las Madres era tradicionalmente celebrado en los predios de los Jardines de La Cotorra.
Los estudiantes realizaban actividades relacionadas con sus estudios. En excursiones a la Loma recogían muestras para sus ejercicios académicos sobre la naturaleza, usaban el parque de juegos y visitaban el lugar histórico de la Cruz, en medio de un ambiente saludable.
La promoción de los Manantiales de La Cotorra llegó a todo el país y su mayor esplendor lo alcanzó con la celebración de su cincuentenario. Ese año no escatimó recursos y en sus jardines, salones y fábrica homenajeó a su fundador, que para entonces había fallecido, con la develación de un busto que se colocó en la entrada de las instalaciones.
Esta celebración se prolongó por cuatro domingos del mes de noviembre de 1955 e incluyó una misa, ofrecida por monseñor Alfredo Müller en la capilla de La Milagrosa en los Jardines de La Cotorra. También, por parte de la empresa, se colocaron ofrendas florales a José Martí en el Parque de Guanabacoa y el Parque Central en sendos actos que concluyeron con el desfile de todos los trabajadores de la industria por las calles de la capital, acompañados por la flota de camiones, que ya se elevaba a ochenta.
En ese marco tuvo lugar la inauguración de un nuevo salón que se construyó en un segundo nivel, que cambió la fisonomía exterior de la planta. Se efectuaron bailables, romerías, banquetes de celebración con figuras destacadas de la localidad como invitados.
También de notoriedad fue el desfile por la planta y los jardines, que acogió a más de 50, 000 personas que participaron de tómbolas, ventas en quioscos y danzas españolas. Se recorrieron todas las instalaciones y se condecoraron a 28 trabajadores que llevaban más de 25 años de servicios en la industria, los cuales recibieron el Distintivo de Oro. A todos los hijos de los obreros se les agasajó con juguetes.
Cerveza Guinness Cabeza de Perro
La negra e irlandesa cerveza Guinness fue representada en Cuba por Claudio Conte Cid el dueño de La Cotorra.
Mi amigo Lionel me contó que siendo él Boy Scouts, su tropa estuvo acampada en las faldas de la Loma de la Cruz en los Jardines de La Cotorra y allí le contaron que los dueños de la cerveza inglesa Guinness le regalaron a Claudio Conde dos perros bulldogs y eso fue la idea de la etiqueta con la Cabeza de Perro.
Por el año 1958, Cuba poseía cinco fábricas de cerveza que producían cerca de 30 millones de litros anuales para una población aproximada de 6 millones de habitantes. Si se tiene en cuenta el reducido consumo que del producto hacían las mujeres y los menores de edad, se puede inferir el alto consumo per cápita del producto entre los bebedores. El cubano de siempre ha sentido predilección por esta bebida. Las 4 principales marcas de cervezas cubanas eran Cristal, Hatuey, Polar y Tropical.
La Cristal tenía una Palma Real en su etiqueta, Hatuey tenía un indio y Polar un oso blanco. O sea que en las cervezas eran típicos los símbolos.
En 1934, la cervecería Guinness contrató al artista gráfico John Gilroy, quien sería a partir de ese momento el encargado de desarrollar la imagen de la cerveza irlandesa. Así es que el dibujante diseñó una serie de ilustraciones para la campaña “Guinness is for you”. Guinness se posicionó como una bebida buena para el consumidor. Las ilustraciones tenían un estilo humorístico con una amplia gama de personajes, caritas, objetos inanimados con expresiones humanas y una galería de animales.
A raíz de su visita a un circo en 1935, el creativo publicitario empezó a diseñar una serie de posters con caricaturas de animales que incluían focas, osos polares, tucanes, cocodrilos y pelícanos, entre otros que aparecieron en las publicidades de las tres décadas siguientes en el Reino Unido e Irlanda.
Pero sin lugar a dudas, el personaje más famoso y recordado de Guinness es el tucán que apareció en 1935 y debajo de su pico, dos pintas llenas de Guinness, el logo decía: “Si él lo puede decir es que Guinness es buena para ti”. El tucán se convirtió en uno de los personajes más populares de Guinness hasta 1982, año en que la compañía cambió para La cerveza negra más famosa.
Estas compañías embotellaron Guinness y varias otras cervezas para la exportación como Bass Ale (cerveza inglesa) y Pilsner (tipo alemana) y cada uno empleó su propio color y logotipo para las marcas de fábrica, que a menudo tenían pictografías de animales, para reconocer la cerveza, ya que la mayoría de los bebedores eran analfabetos, para ello utilizaron: gato, perro, lobo, mono, elefante, cerdo, jabalí, etc.
Si te fijas en la portada de un pasaporte irlandés, no verás nada más que un arpa. Es el emblema nacional de Irlanda. También verás el arpa en las monedas irlandesas. El diseño proviene del arpa de Brian Boru del siglo XV símbolo que refleja la cultura y las artes irlandesas. Pero fue Guinness quien reclamó el arpa primero.
En la década de 1860, la Stout de Guinness estaba disponible en todo el mundo y la familia Guinness buscaba un símbolo que identificara firmemente a Guinness como producto irlandés, así que el arpa fue reconocida como el símbolo de toda la genialidad que rodeaba la cultura y el patrimonio irlandeses.
Por lo tanto, cuando se creó el Estado Libre Irlandés en 1922, el gobierno irlandés a su vez tuvo que colocar su arpa mirando hacia otro lado debido al registro de marcas. Si echas la vista atrás y analizas los viejos recuerdos de Guinness, podrás apreciar que el número de cuerdas en el arpa de Guinness varía. Esto se debe a que el diseño se hizo más minimalista a lo largo de los años, perdiendo cuerdas en el camino, desde que apareció por primera vez en una etiqueta de botella de Guinness en 1862. Un diseñador llamado Gerry Barney llevo a cabo una estrategia instrumental en la evolución del arpa, con el rediseño del arpa en 1968 y nuevamente en 2005.
La cervecería Guinness se convirtió, a finales del siglo XIX, en la más grande del mundo. A tal punto que fue necesario que la empresa comprara, en el nuevo milenio, dos embarcaciones propias para abarcar la amplitud de las exportaciones de cerveza: “Lady Patricia” y “Miranda Guinness”.
En un espacio de 250 años, Guinness no deja de crecer y distribuye cada día 10 millones de pintas en todo el mundo. Más que una bebida, se ha convertido en una auténtica institución, símbolo de Irlanda y alegría de todos los amantes de las cervezas con carácter.
Una anécdota: El artista Thomas Tribby contó lo que le sucedió en 2013. Estaba en un restaurante cubano en Miami Beach. Era un antiguo y encantador restaurante con mesas en la acera. Cuando la camarera se acercó, quedó claro que hablaba muy poco inglés, estábamos empatados yo hablaba muy poco español, pero sabía algo.
Le pregunté: “¿Tienes Guinness? “No señor”. Eso fue decepcionante me gusta una buena cerveza negra y casi cualquier cerveza negra. Así que lo intenté de nuevo.
“¿Usted tiene cerveza negra?”, “Sí señor, Cabeza de Perro”.
“¿Cabeza de Perro?» ¿Quién había oído hablar alguna vez de cabeza de perro?
“¿Es negra?”, pregunté tentativamente, “Sí, señor es negra”. “Bueno, de acuerdo”
La camarera se fue y al poco tiempo regresó con mi cerveza, una Guinness Cabeza de Perro.
Miré la botella de reojo. Cuando le di la vuelta a la botella, en el reverso había una segunda etiqueta con un alegre bulldog inglés con gorra de marinero y el título Cabeza de Perro.
Por supuesto la palomilla con cebolla cruda, los frijoles negros con arroz blanco y los plátanos maduros me supieron a gloria acompañados de esta Cabeza de Perro.
Nota: Granma el periódico oficial de la dictadura castro comunista en septiembre de 1986 publicó el serio deterioro de las instalaciones de La Cotorra, constantes interrupciones en la producción que dejaban sin trabajo a los empleados.
Escaseaban los huacales, los botellones y hasta la Loma se estaba derrumbando, todo lo que Fidel Castro robó, ha terminado en ruinas.
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