Capítulo VII
Por J. A. Albertini, especial para LIBRE
La muerte violenta que predomina en el camposanto y el comercio carnal que vivifica a ejecutores y testigos aguijonean la libido de Felipito. Generoso que comprende la desazón del ayudante lo anima.
-Aprovecha y una de estas noches písate a una de las puticas que andan por aquí. ¡Mira que son muy baratas! Te vas a poner viejo sin saber lo que es el calor de una mujer. No es igual que el de las yeguas y las puercas.
Felipito apocado rehuye una respuesta y disgrega.
-Parece que hoy también tendremos que quedarnos a trabajar de noche.
-Enterrar muertos a escondidas se ha convertido en el pan nuestro de cada día-Generoso reflexiona. Levanta la vista; contempla un pedazo de tapia y manifiesta-. Enero se está acabando y todavía quedan algunos bejucos con campanillas de pascuas. ¡Lo sabía….’ Sabia que algo grande iba a pasar. Yo te lo dije -asevera.
-Ni que fueras Román el zapatero -Felipito dice con un ligero tono de burla.
-¡Ríete!, ríete si quieres, pero fue así -el sepulturero recalca-. Pero ahora la cuestión es otra. Acuéstate con una de estas mujeres -retoma el inicio de la conversación.
—¿Y si la que sea se ríe de mí por lo de la baba…? -destaca el viejo temor.
-¡Cágate en eso! -Generoso exclama- Ellas no están como para pedir faisán. Fíjate en la que le dicen Juana Regimiento. No tiene carne ni para una empanada. Tú estás mejor que ella. Por cierto -apunta incisivo -la miras mucho.
-¡Yo…! ¿A quién?
-¡No te hagas el comemierda! A Juana; a Juana Regimiento es a la que miras constantemente.
-Bueno… -Felipito titubea-. Es la más barata y como también es la más fea pienso que no se reiría de mi babeo.
-¡Bien pensado! Pero tienes que decírselo. Pregúntale cuánto te cobra.
-Lo voy hacer uno de estos días… -responde indeciso.
-Hazlo mañana -el enterrador sugiere.
-¿Por qué mañana…?
-Mañana por la noche no voy a trabajar.
-¿Y yo sólo tengo que enterrar a todos los que fusilen…? -Felipito, descompuesto, lo interrumpe.
-Hablé con el capitán René Rodríguez y le pedí ayuda para abrir las fosas. Hoy mismo nos manda a varios soldados.
-¡Ya era hora! Tú cuentas que cuando la reconcentración daban la ayuda sin tener que pedirla.
Generoso sonríe melancólico y asevera.
-Esta gente habla mucho. Matan mucho y hacen poco. Por cierto, cuando fui por lo de la ayuda el capitán me invitó a un par de tragos y habló bastante. Me dijo que la revolución está repartiendo tractores entre los campesinos para que produzcan más y suden menos. Dice que eso se llama “mecanización de la agricultura”. Entonces se me ocurrió preguntarle si algo de eso se podía hacer en el cementerio. A los muertos también hay que sembrarlos.
-Un tractor no abre huecos -Felipito lo interrumpe.
-Pero una excavadora mecánica sí.
-¿Y eso qué es…?
-Es un tipo de tractor con un brazo o pala que en un dos por tres rompe la tierra.
-Felipito se golpea la frente y reconoce.
-¡Ah! ya sé. Las he visto en algunos barrios abriendo zanjas para poner tubos de alcantarillado.
-Esas son muy grandes. La que nos van a dar es más chiquita.
-¿Quién la manejará?
-Nosotros… Tú que eres el más joven.
-Yo no sé andar con esos hierros… -Felipito titubea.
-Tendrás que aprender, porque de lo contrario mandarán a alguien que sepa y se nos puede joder el cúrralo. Con este trajín de la revolución se acabaron los trabajos inamovibles en el municipio -Generoso, áspero, analiza.
-¿Y cuándo llega ese aparato?
-Según el capitán Rodríguez en unos días, porque lo que tiene que ver con muertos y cementerios pertenece a la reserva estratégica del Comandante en Jefe. Y a eso se le da un tratamiento especial.
-¡Ni montando bicicleta soy bueno! ¡Imagínate manejando un traste con motor y timón! -Felipito comenta medroso.
-No pienses más en la dichosa excavadora -Generoso lo corta-. Piensa en mañana por la noche en que vas a estar trabajando sin mí y en Juana Regimiento -vuelve al tema primordial.
-¿Y qué hago con ella…? se desconcierta.
-En cuanto tengas un chance te le arrimas y le dices que… vaya… quieres tener algo con ella… Tú sabes…
-Yo voy a estar trabajando -Felipito argumenta.
-¡Mira que eres verraco! -Generoso se impacienta-. Tú tendrás la llave de la reja del cementerio. Le dices que se quede adentro y cuando el capitán Rodríguez, los pelotones de fusilamiento y las demás putas se hayan ido la metes para la casita de las herramientas… ¡y a gozar…! -el enterrador se relaja en una carcajada.
-¿Con qué le pago…?
-Con dinero, con cigarros… ¡Yo qué coño sé…! ¡Lo único que me falta es desabrocharte la portañuela! -el sepulturero se molesta.
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