Hace un tiempo leí un artículo en el que se afirmaba que “la risa es la mejor medicina para las personas”. El gran conocedor de los misterios de la mente humana, Friedrich Nietzsche, dijo en uno de sus trabajos que “el hombre sufre tan terriblemente en el mundo que se ha visto obligado a inventar la risa”.
Abundan los estudios por medio de los cuales se ha demostrado que la risa da muchos beneficios a la salud. Los científicos afirman que reír libera a nuestro cerebro de presiones, le proporciona sensaciones placenteras y de alivio que nos liberan de innecesarias inquietudes.
Es muy curioso el hecho que en La Biblia se hable de la risa de Dios. En el, libro de Génesis, Sara dice que “Dios la ha hecho reír”. Yo me imagino que también hubo risas cuando hizo el cuello de una jirafa y la trompa de un elefante. En el libro de los Salmos hay varias referencias a Dios y la risa. En el salmo 37 se dice que ”el Señor se ríe de los malvados porque sabe que les llegará su hora” y en el número 59 se afirma que “Dios se reirá de todas las naciones”. La época en que los cristianos tenían que andar con la cara seria y los labios contraídos ha quedado atrás. Reír es una bendición y debemos disfrutarla.
Hemos leído con asombro que el primer hombre de ciencia en hablar de los méritos de la risa fue el escéptico Sigmund Freud, quien afirmó que el cerebro cuando reímos provoca la secreción de endorfinas, sustancias similares a la morfina que lo que consiguen es aliviar el dolor. Los seres humanos –los únicos seres vivientes creados por Dios que ríen- comienzan a reírse generalmente a los cuatro meses, aunque a medida en que se desarrollan van perdiendo la capacidad para ver el lado cómico de las cosas.
Leí en una popular revista que se logran numerosos beneficios de la risa, y aunque no coincidamos con todas las conclusiones, compartimos algunas afirmaciones sobre la risa que son positivamente impresionantes: Lo primero es que reírse alivia el insomnio y tiende a proveer un sueño satisfactorio. Otro importante hecho es que nos disminuye el riesgo de sufrir un infarto al ejercitarnos los músculos pectorales. Parece exagerado, pero se ha comprobado que la risa regula la presión sanguínea y facilita el proceso digestivo. Además nos libera de tensiones y es el mejor medio para combatir el estrés.
Existe hoy día una práctica profesional para atenuar la negatividad de las depresiones que se conoce como “risoterapia”. Los siquiatras y los terapistas aplican técnicas en las que la risa es un factor dominante para levantarse de depresiones, nostalgias, abulias y dolores crónicos. En muchos casos leer historietas festivas, oír chistes radiales y disfrutar de programas cómicos son prácticas saludables que nos inyectan espíritu de alegría y optimismo. Beaumarchais dice en “El Barbero de Sevilla” esta ingeniosa expresión “me apresuro a reírme de todo, por miedo a verme obligado a llorar”. Esa es precisamente la dualidad que nos ofrece la vida: o reímos o llorarnos.
Lamentable es que hoy relacionemos la risa con la profanidad y el mal gusto. Muchas personas, para divertirse, necesitan el estímulo de la pornografía, el chiste impregnado de obscenidad, el líbido de la sexualidad o la ofensa personal. La risa es un don natural, pero hay que aprender a reírse. El lenguaje, para una persona religiosa y decente es el medio provisto por Dios para que nos comuniquemos limpiamente, no para que nos manchemos los labios de impurezas y profanidades.
Recordamos los tiempos en que el buen humor era limpio y elegante. Todavía tenemos acceso a “La Tremenda Corte”, un viejo programa en el que no se usa una mala palabra ni una insinuación grosera y de mal gusto, con el que nos entretenemos de forma totalmente decente. Han pasado decenas de años, pero no olvido que en mi casa de adolescente nos reuníamos alrededor de un hoy desusado aparato radial, para disfrutar de las peripecias de Chicharito y Sopeira. Nos divertíamos sin tener que escuchar un chiste de doble sentido o de la más mínima alusión al tema del sexo.
Lo que ha sucedido, diría cualquier persona de las nuevas generaciones, es que los tiempos cambian y hoy no somos víctimas de censuras ni de cualquier santurrón, tenemos libertad y sabemos disfrutarla. Es, sin embargo, nocivo el hecho de que no sepamos usar la libertad. Yo recuerdo –y excúsenme la cita personal- que una tarde me negué a seguir a un grupo de jóvenes que se reunían en un portal cercano a mi casa y que planeaban ir a un teatro desmoralizado. Mi excusa fue la explicación de que yo era cristiano y había decidido dedicarme a servir al Señor. Uno de los jóvenes me dijo: “¡eres un tonto, ahora no podrás fumar ni darte un trago, ni andar con mujeres ni meterte en un club!”. Mi reacción fue breve, pero efectiva. Dije lo siguiente: “yo tengo ahora más poder que ustedes: puedo no fumar, puedo no emborracharme, puedo no ir a un prostíbulo ni visitar bares sucios. ¿Saben por qué? Porque ahora todo lo puedo en Cristo que me fortalece”. De misteriosa manera me gané el respeto del grupo y hasta tuve el gusto de ver en la iglesia a algunos de sus miembros.
Reírse es un regalo de Dios, divertirse es un privilegio para disfrutar de gratos momentos sin mancillar la pureza de nuestro tiempo. Chamfort dijo entre sus Máximas y Pensamientos que “la jornada que más hemos echado a perder es aquella en la que no hemos reído”.
En el libro bíblico de Eclesiastés se dice que “todo tiene su tiempo oportuno: “hay un tiempo para llorar y un tiempo para reír”. Sabemos que existen horas de dolorosas frustraciones, tiempos lagrimosos de luto y agobiantes experiencias impregnadas de angustia, pero no debemos endeudarnos con el dolor. Hay que levantarse de las ruinas, prevalecer sobre las pruebas y rescatar la serenidad de un espíritu confiado en que Dios nos concede, por encima del dolor, la paz del consuelo.
Alain escribió en su libro “Disertaciones sobre la Felicidad”, estas sabias palabras: “la felicidad no es el fruto de la paz; la felicidad es la paz misma”. Hace años tuve un encuentro con una dama cuyo esposo había recién fallecido que me dijo estas inolvidables palabras: ¡he olvidado reír! No pude contestarle. Simplemente le deseé bendiciones y esperanza; pero siempre he pensado en personas que creen que reír es una profanación del luto. Yo creo, sin embargo, que más bien es la santificación del luto. Nuestros seres amados que han partido al cielo no pueden disfrutar nuestro dolor, sino que podrían disfrutar de nuestras muestras de resignación.
Reír es vencer, es alabar, es exaltar la gratitud y vestir de blanco nuestras esperanzas. Hay que aprender a reír con la limpieza de un gozo creativo y redentor. La risa la inventó Dios como si se tratara de una escalera infinita que nos acerca a Él.
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