La semana pasada fueron transferidos al Panteón los restos de Mélinée y Missak Manouchian. La ceremonia fue precedida por polémicas que desde trincheras diversas protagonizaron intelectuales, historiadores y militantes políticos. El discurso que pronunció el presidente Emmanuel Macron fue un modelo de lo políticamente correcto que como era de esperar reservó sus mejores frases para traer a una actualidad en la cual la perspectiva de las elecciones al parlamento europeo en junio próximo y la galopante crisis de la inmigración plantea a la ciudadanía francesa.
Algunos despachos redactados por los corresponsales de la prensa extranjera en la capital francesa dieron cuenta del gesto como correspondiente a un tardío reconocimiento de la nación francesa al combate llevado a cabo por extranjeros que vivían aquí durante la Segunda Guerra Mundial. Incluyo uno de la Agencia EFE, reproducido en la página digital de este semanario. Las circunstancias eran mucho más complejas. En realidad, la entrada ambos héroes, como resultado de las prerrogativas del presidente no fue un mensaje extemporáneo: hacía mucho tiempo Missak lo merecía. Pero no solo él, porque como miembro de un grupo que los alemanes fusilaron el 21 de febrero de 1941, lo verdaderamente apropiado hubiera sido traerlos a todos, no tanto a Mélinée que falleció mucho después por haber sobrevivido milagrosamente a la captura cuando cayó el grupo del cual también era miembro.
Durante décadas Francia maquilló la aceptación de la derrota ante el ataque de Hitler, la cohabitación servil con el enemigo y, llegada la Liberación por intermedio de las tropas Aliadas, la consecuente reescritura a partir de 1945, de lo que había ocurrido. El General de Gaulle no fue extraño a la maniobra principalmente en lo que respecta a la participación de no-franceses en muchos de los principales hechos de armas que viabilizaron la minúscula tarea de los llamados resistentes por no hablar de las tropas desembarcadas en Normandía en junio de 1944 donde pululaban los españoles, al menos en la columna que comandaba el General Leclerc.
En las redes de conspiraciones fue por el estilo. En los grupos que actuaban corriendo riesgos enormes hubo muchos extranjeros que fueron sorprendidos en Francia al estallar la guerra en septiembre de 1939. La gran mayoría se alistó y cuando en mayo del año siguiente la derrota se consumó comenzando la Ocupación, los que no habían sido hechos prisioneros, al ser desmovilizados integraron mayoritariamente el clandestinaje cuando no pudieron expatriarse o pasar al sur, la llamada Zona Libre. Es ese el momento en el que los comunistas, obedeciendo órdenes emanadas de Moscú, no mueven ficha y pasan detrás del escenario cuando no trabajaron directamente para el enemigo en las industrias francesas que comenzaron a producir para el ejército alemán. Cuando, rompiendo el pacto abyecto que se sabe, Hitler ordenó en 1941 invadir la URSS, a los comunistas les dieron la orden contradictoria, de sumarse a la lucha antinazi. Sus principales dirigentes habían huido a Rusia, pero desde allí dieron las órdenes pertinentes. Es en ese momento que Missak Manouchian, soldado desmovilizado que trabajaba en una fábrica de vehículos, se suma al combate clandestino.
Pero para llegar, ochenta años después de su captura y fusilamiento, a esta entrada al Panteón hubo todo un largo proceso de manipulación llevada a cabo por el primeramente colaboracionista partido comunista francés, el cual es bueno recordarlo, era entre 1945 y 1950 una de las principales fuerzas políticas del país. Missak fue comoquiera un valeroso combatiente clandestino. Era un superviviente del genocidio que los turcos cometieron en Armenia. Después de pasar por el Líbano, donde grupos religiosos estadounidenses crearon campamentos para agrupar y educar a huérfanos como él y su hermano, vino a dar a Marsella antes de seguir camino a París y aquí abrevio. Lo cierto es que en 1943 está de lleno en la lucha y el grupo al que pertenece es perseguido encarnizadamente por la policía francesa sometida al ocupante alemán, sobre todo después del ajusticiamiento de un general enemigo en plena capital. En realidad, los van ubicando, los dejan proseguir para ampliar el número que a la postre van a capturar y al final les echan el guante.
A continuación, la propaganda nazi orquesta una gran campaña de propaganda, imprimen un gran cartel sobre fondo rojo en el cual aparecen diez de los veintitrés que serán fusilados meses después: es el famoso Affiche Rouge que ha pasado a la historia. De esa historia estoy oyendo prácticamente desde mi llegada a Francia. Hay decenas de películas, documentales y muchos libros. Solo que, si bien la divisa que se lee en el frontón del Panteón reza “A los hombres grandes, la Patria que los reconoce” (Aux grands hommes la Patrie reconnaissante) para la inmensa mayoría de los que rodeaban a Manouchian, como militantes de fila del partido comunista desde mediados de la década 1930, la verdadera “patria” era para ellos la Unión Soviética. Motivo por el cual su internacionalismo combatiente era “proletario”.
Hubo más: Mélinée fue a establecerse en la entonces Armenia soviética tan pronto concluyó la guerra, a fines de 1945. Gracias a ella y su presencia en Ereván, los estalinistas emprendieron una gran campaña de propaganda instando a los armenios presentes en Francia a irse para allá. Los que lo hicieron, unos 7200 según los historiadores, lo pagaron muy caro. Entre ellos los hubo que se convirtieron en apparatchiks temibles para con sus semejantes. Mélinée aguantó comoquiera hasta 1963, fecha de su retorno a Francia. No por ello dejó de militar hasta su muerte en el Partido, siempre controlada a distancia por los soviéticos. Engrosando el mito los comunistas soslayaron de paso el papel que en la lucha habían desempeñado los judíos que cifras eran el 65% de los clandestinos. Fueron exterminados casi todos: eran tan odiados por los nazis tanto que por los antisemitas franceses.
Conjuntamente con otras mentiras que los comunistas franceses fabricaron a la salida de la Segunda Guerra Mundial – por ejemplo, se atribuyeron 100,000 fusilados por los alemanes, algo que hace recordar los 20,000 muertos inventados por los fidelistas refiriéndose a sus luchas contra la dictadura de Batista – la creación del Mito Manouchian ha entrado pese a todo y de manera definitiva en el Panteón francés. No por heroicos, que, si lo fueron, les correspondía esta distinción politiquera singular orquestada por Emmanuel Macron. Una vez más la leyenda se ha reunido en Francia con la historia. Para lo peor, a mi modesta manera de verlo.
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