Hace unos cuantos siglos, vivió un rey que decidió salir de sus tierras para visitar a algunos reinos vecinos con fines comerciales.
En una de sus estancias después de los acuerdos bilaterales a los que llegó, su contraparte, el Rey local, le regaló un par de loros guacamayos (guacamayas como les conocen en algunos países de América).
Él jamás había visto aves tan preciosas y coloridas. De regreso a su reino, hizo llamar a su presencia a un entrenador de aves, y le pidió que domesticara a sus loros guacamayos.
Este Rey dispuso además un lugar especial en los jardines del palacio, exclusivo para sus aves favoritas. Le gustaba observar a estos guacamayos desde una de las ventanas.
Después de varios meses, el entrenador se dirigió al palacio para informarle a su Rey que a pesar de que uno de los guacamayos ya volaba a grandes alturas y de forma majestuosa, el otro no levantaba el vuelo, se la pasaba parado en una de las ramas.
Al conocer esto, el rey convocó a otros entrenadores y curanderos de los reinos vecinos. Todos hicieron lo que pudieron con el guacamayo, pero no pudieron hacerlo volar.
El rey incluso le pidió a sus cortesanos que intentaran lo que juzgaran necesario con tal de que ese guacamayo volara igual que el otro, pero ninguno tuvo éxito.
El guacamayo prácticamente no se movía de su rama, apenas para alimentarse.
Cierto día, después de recurrir a muchos técnicos y técnicas, el Rey pensó que quizá necesitaba a alguien que estuviera familiarizado con el hábitat natural. Entonces, le pidió a uno de sus cortesanos que buscara a un granjero de campo y lo trajera para ver si podía entender el problema que el loro tenía.
A la mañana siguiente, el rey se emocionó al ver que el ave volaba por encima de los jardines del palacio.
Entonces, le pidió a uno de sus sirvientes que llamase al granjero a su presencia. Y, con gran curiosidad el rey le preguntó al granjero:
– “¿Cómo lograste hacer volar al guacamayo?”
Con las manos cruzadas en símbolo de respeto, el granjero le dijo al Rey:
– “Majestad: Fue muy fácil. Simplemente corté la rama donde estaba sentada el ave”.
Moraleja:
Absolutamente todos estamos dotados de energía para encontrar el éxito en nuestra vida, pero fallamos en reunir el coraje que se requiere para alcanzar las alturas del éxito, y acabamos aferrándonos a las cosas que más nos son familiares y nos dan seguridad.
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