Hoy no debe sorprendernos algo así, pues Hugo Chávez Frías en Venezuela y Daniel Ortega en Nicaragua, fieles discípulos del “Máximo Ladrón”, hicieron lo mismo a su antojo.
Inmediatamente después, casi en sucesión —un torbellino tras otro— comenzó sus diatribas contra “las explotadoras compañías norteamericanas” (que, por cierto, pagaban los más altos salarios y beneficios en Cuba), y les acusó de ser enemigas de la revolución. Las muchedumbres aplaudían cada nuevo desatino, claro está, mientras el “callo” que pisaran no fuera el de ellos.
En aquellos primeros tiempos, numerosas empresas cubanas, medianas y pequeñas, aprobaban también las “nacionalizaciones” de las compañías extranjeras. Sin embargo, ya a principios de 1960, apenas al año de llegar el gángster cubano al poder, comenzaron a “bajarse discretamente del tren revolucionario” muchos industriales, profesionales y colaboradores del gobierno. Y comenzó el éxodo.
Los encarcelamientos aceleraron a medida que más grupos que le habían secundado disentían con el rumbo que estaba tomando la revolución y sus veleidosas disposiciones. Muchos pagaron con años de cárcel como el Comandante Huber Matos, jefe del ejército rebelde en la provincia de Camagüey (que renunció en octubre de 1959 acusando a Fidel de hundir a la revolución), y otros de igual o menor graduación.
Algunos pagaron con sus vidas, como los Comandantes Humberto Sorí Marín, William Morgan (de origen norteamericano), y el legendario y popular Comandante Camilo Cienfuegos tras aquel supuesto “accidente” de su avioneta. Otros serían eliminados o purgados más tarde.
La Revolución Cubana no era nada de lo que se había prometido durante los tiempos de la Sierra Maestra, sino un engaño bien oculto y tramado por un criminal nombrado Fidel Castro Ruz, y su compacto núcleo de comunistas. Las conspiraciones para deponerlo y los atentados frustrados terminaban en más detenciones y más fusilamientos.
Muchos antiguos miembros del “26 de julio” y otras organizaciones comenzaron una nueva lucha contra lo que ya se avizoraba como una dictadura mil veces peor que la superada con los años de Batista. La nación cubana luchó cuanto pudo. Las ideas contrapuestas a favor y en contra de la revolución y su peligroso giro radical, comenzaron a fragmentar el país de arriba abajo, desde las figuras purgadas o perseguidas del gobierno revolucionario, hasta las divisiones en el seno familiar. Antiguos miembros del “Movimiento 26 de julio” se lanzaron a la formación de grupos clandestinos para enfrentar la nueva y más escabrosa tiranía que se precipitaba sobre Cuba; entre ellos el “Movimiento de Recuperación Revolucionaria”, perseguido de forma sumamente violenta por el “Castrismo”, e igualmente se combatió a otros muchos grupos anticomunistas.
El traidor Fidel Castro Ruz, —el renegado cubano más virulentamente odiador de su propio pueblo que haya existido jamás—, continuó adelante con su metódica destrucción de la patria cubana.
En la masiva concentración del primero de mayo, en el año 1960, en medio de su agitada oratoria de varias horas, el farsante cubano se defendió de las muchas acusaciones que ya circulaban y dijo, exactamente con estas palabras, al hablar de la campaña en su contra: “…campaña falsa, campaña canallesca… ¡porque la revolución cubana no es comunista!”
Con su procacidad y sus hipócritas afirmaciones, al parecer intuía que había que seguir engañando todavía al pueblo cubano durante algunos meses, hasta poder cercenar aún más las libertades individuales y afianzar el control absoluto, porque, al año siguiente, en la misma concentración del primero de mayo, en 1961, tras la derrota de los invasores de Playa Girón, confesó que: “soy marxista-leninista y lo seré hasta el último día de mi vida”.
Felipe Lorenzo
Hialeah, Fl.
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