Hace apenas unos días celebramos la festividad navideña, y hoy celebramos la de “Los Tres Reyes Magos”, que tanto adultos como niños plenamente disfrutamos con el propósito de que mantengamos vigente esta bella tradición bíblica dedicamos este trabajo para exaltar la venerable figura de los tres famosos Reyes de Oriente.
Ver tres reyes arrodillados ante un niño recién nacido, acomodado bajo un humilde techo, sin riquezas materiales ni reconocido abolengo, es un espectáculo muy poco común. En los tiempos antiguos cualquier figura de la realeza era objeto de sumiso respeto y hasta de veneración con tono religioso. Los súbditos se acercaban inclinados a los monarcas para hablarles colocando rodilla en tierra y jamás les miraban de frente. Ante los reyes se arrodillaban sus siervos y subalternos; pero que un rey se arrodillara era algo inimaginable. Y eso sucedió en la modesta villa de Belén, y no solo con un rey, sino con tres.
El relato en La Biblia sobre la visita de los monarcas orientales al niño Jesús es breve, y se lo debemos al evangelista San Mateo: “Jesús nació en Belén, un pueblo de la región de Judea, en el tiempo en que Herodes era el rey del país. Llegaron por entonces a Jerusalén unos sabios de Oriente que se dedicaban al estudio de las estrellas y preguntaron, ¿dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Pues hemos visto salir su estrella y hemos venido a adorarlo”.
Hoy día la iglesia cristiana conmemora este evento incluyéndolo estelarmente en “la fiesta de la Epifanía”. Para los griegos “epifanía” era la aparición de un dios o de algún ser sobrenatural, en otras palabras, una divina manifestación. En nuestra ubicación religiosa se trata de la manifestación de Jesús a los gentiles. Los reyes de Oriente fueron los primeros seres humanos no judíos que rindieron culto a Jesús.
Varias leyendas y tradiciones han surgido alrededor del bíblico suceso de “los sabios de Oriente”. Es interesante que en La Biblia no se mencionan sus nombres, ni se especifica cuántos eran. Hay quienes estiman que eran dos, otros creen que eran doce, ya que supuestamente los reyes viajaban escoltados, pero la tesis prevaleciente es que eran tres, considerando la posibilidad de que cada persona haya ofrecido su presente.
La leyenda de que eran tres reyes, llamados Gaspar, rey de Tarso, Melchor, rey de Arabia y Baltasar, rey de Sheba, empezó a cobrar forma en el siglo noveno de nuestra era. Los griegos decidieron llamarlos Apelios, Damasco y Amerios. Para los hebreos fueron Galagat, Sarachin y Malagat.
Los dones que presentaron a Jesús, el oro, el incienso y la mirra son emblemáticos del tributo, la adoración y el martirio. Representan la trilogía de la personalidad del Señor, revelado como Rey, Sacerdote y Redentor.
Una leyenda nos cuenta que cuando los reyes se alejaron de Belén, tomando un camino diferente al que usaron para llegar, renunciaron a sus títulos y eventualmente se convirtieron en proclamadores del evangelio de Jesús, compartiendo con los pobres sus fortunas y la Palabra con todos quienes estuvieran dispuestos a prestarles atención. Añade la tradición que finalmente se encontraron con Santo Tomás en la India, quien los bautizó y los ordenó para que ejercieran plenamente sus oficios religiosos. De la misma forma en que juntos anduvieron desde el transformador viaje a Belén, juntos emprendieron la ruta de misioneros hasta enfrentarse a la dolorosa experiencia del martirio.
Afirma la tradición que sus cuerpos fueron arrojados a un sepulcro común, donde permanecieron unidos hasta que la emperatriz Helena, madre del rey Constantino, fuera informada del sitio en el que se hallaban los restos, y ordenó el rescate de los mismos, trasladándolos a la Catedral de Santa Sofía. Durante la primera Cruzada de nuevo fueron mudados, esta vez sepultados en Milán. Como colofón a esta interesante y complicada historia, mencionamos el hecho de que finalmente Barbarossa, como parte de su saqueo de la populosa ciudad de Milán, trasladó como un trofeo los restos de los reyes a la catedral de Colonia, la que fue destruida por un impetuoso fuego, pero reconstruida después con un impresionante estilo gótico, en una increíble tarea que se inició en el año 1248 y se extendió hasta el año 1884. Allí, en una arqueta gótica reposan los primeros viajeros de la historia en conocer al Señor Jesucristo. Un dato curioso es que la Catedral de Colonia cuenta con doce bellas y sonoras campanas dedicadas a personajes de la fe. Una de ellas está dedicada a los reyes magos y hoy, durante cada hora expande sus notas en reconocimiento a estas tres figuras legendarias que han sido por siglos la alegría de incontables niños alrededor del mundo.
Un detalle que debemos aclarar es el de la designación de “astrólogos” que se le adjudica a los reyes del Oriente. La connotación del vocablo “astrología” en la época de los monarcas que llegaron a Belén, hoy día se acercaría más a la idea de “astronomía”. Fijémonos que el evangelista se refiere a estudios de las estrellas, no a adivinaciones ni predicciones mediante las estrellas. La función de la estrella de Belén fue la de indicar a devotos peregrinos el sitio en el que había nacido el Hijo de Dios. Oportuno es recordar estas palabras del salmista: “los cielos cuentan la gloria de Dios y el firmamento proclama la obra de sus manos”.
Otro punto que merece ser señalado es el de la forma en que la tradición de los reyes se ha insertado en los países hispanos y latinos. En la gran mayoría de los países nórdicos la celebración de la Epifanía no incluye la simpática costumbre de entregar regalos a los niños, práctica que se lleva a cabo el 25 de diciembre y no el 6 de enero. Es de notar que se trata de una diferencia de calendario, pero no de sentido bíblico, aunque debemos cuidarnos del lugar inapropiado que se le ha dado en la cultura sajona a la presencia de Santa Claus.
La historia de Santa Claus es interesante, pues parte de un personaje real, San Nicolás de Bari, nativo de Licia, en Turquía, obispo de Mira en el siglo IV, y cuya muerte se produjo en el año 847. En su memoria los cristianos entregaban regalos a los niños; pero andando los tiempos su figura se popularizó, especialmente con la caricatura de Thomas Nast en 1863 en la que se presentaba a Santa Claus de una forma jovial, atractiva y carismática. La revista “Harper Weekly” se encargó de publicar historietas sobre el viaje del generoso “Santa: o Papá Noel” deslizándose en trineo por sobre la nieve desde el Polo Norte y entrando en los hogares infantiles por las chimeneas o por hendiduras en las puertas o las paredes, cargado de juguetes. Como se ve, el mito de Santa Claus tiene sus lejanas y difusas raíces casi diez siglos después del nacimiento de Cristo y su expansión en los días de hoy se debe al secularismo de los comerciantes ávidos de ganancias, y a la indiferencia religiosa de muchos padres y adultos.
En el “Día de los Reyes”, y los que son de pasadas generaciones debemos disfrutar nostálgicamente de los recuerdos de aquellas noches en que no podíamos conciliar el sueño en la espera de los milagros al pie de nuestras camas. Han pasado los años y hoy todo nos parece diferente; pero la experiencia de ayer ni el tiempo nos la roba ni los turbios cambios de hoy nos la clausuran.
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