LOS JUDÍOS EN CUBA

Written by Demetiro J Perez

12 de diciembre de 2023

Por Álvaro J. Álvarez. Exclusivo para LIBRE

En tiempos de Colón, los judíos fueron objeto de una persecución religiosa. El 31 de marzo de 1492, el Rey Fernando II de Aragón y la Reina Isabel I de Castilla, decretaron la expulsión de los judíos de España. El edicto estaba dirigido a los 800,000 judíos que no se habían convertido y les daban un plazo de cuatro meses para hacer las maletas y marcharse.

A los judíos que, obligados, renunciaron a su fe y se convirtieron al catolicismo les llamaron «conversos». También hubo quienes fingieron haberse convertido, practicaban el catolicismo, pero seguían las prácticas judías, estos fueron los llamados “marranos”.

Diez años más tarde, en 1502, también obligaron a los musulmanes a convertirse al cristianismo pasándose a denominarlos “moriscos” o a abandonar España.

Es cierto que todo el mundo especula sobre Cristóbal Colón, pero en verdad es poco lo que sabemos, sin embargo, lo que está comprobado es que muchos correligionarios abordaron estas naves en su rumbo desconocido, a lo que pensaban eran las Indias, siguiendo al gran Almirante o a su salvación individual.

En las palabras de un historiador lo diremos así:

“El misterio que envuelve a Cristóbal Colón se debe a que tuvo que ocultar su religión porque para financiar su viaje buscó el apoyo de una Reina Católica, a pesar de que todos sus grandes apoyos fueron judíos, desde el banquero de la Corona de Aragón, Luis Santángel, hasta la propia tripulación de las carabelas, mayoritariamente judía”.

La presencia judía en Cuba se constata desde la propia llegada del Almirante Cristóbal Colón, pues le acompañaron en la conquista del Nuevo Mundo, ya fuesen reconocidos o encubiertos. Salvador de Madariaga y Rojo (1886-1978) en su biografía de Cristóbal Colón, publicada en castellano y en inglés en 1940, ante el tradicional debate sobre el origen del descubridor, Madariaga propuso que este habría nacido en Génova, descendiente de una familia de judíos de origen catalán, emigrados desde el Levante peninsular.

Fernando Ortiz (1881-1969) hace 

referencia a que entre los múltiples comentarios que suscitaba el descubridor, se encontraban aquellos que lo señalaban como perteneciente a este grupo social.

Ortiz, estimaba que no existían pruebas contundentes para realizar semejante afirmación, sin embargo, a su aguzado espíritu investigativo no escaparon las circunstancias que pudieran haber posibilitado la aparición de tamaña idea, pues a la sazón no eran pocos los judíos que vivían en Italia y demás países del Mediterráneo, fieles a la sinagoga, conversos o cripto-judíos (así se denominan a los descendientes de judíos que todavía, en secreto, mantienen algunas costumbres judías, a menudo mientras se adhieren a las otras religiones, más comúnmente el cristianismo.

Aproximadamente en 1580, arribaron a Cuba, muchos profesantes de la fe mosaica, provenientes de Portugal, por esta razón al calificar de portugués a un individuo se le anteponía el nombre de judío, pues en el lenguaje popular eran considerados como sinónimos. Con independencia de su país de procedencia desempeñaron un importante papel en el desarrollo económico durante los siglos XVI y XVII, lo que se patentizó en los principales renglones como el azúcar, el tabaco y las maderas preciosas, entre otros.

La vida de estas personas no estuvo exenta de persecuciones en América Latina, pero el tratamiento que se le dispensó, por lo general, fue más 

tolerante que en el Viejo Mundo. En el caso de Cuba desde las etapas iniciales de la época colonial, se aprecia una población subyacente, no declarada como judía, por temor a los juicios inquisidores a los que se exponían los vecinos de La Habana, pues las riquezas, más que las creencias religiosas de los individuos acusados, 

constituía el principal motivo de preocupación de la audiencia inquisidora. A modo de ejemplo se puede citar la sentencia dictada contra Francisco Gómez de León, vecino de La Habana, por mantenerse heroicamente en su fe mosaica. Este fallo lo condenó a cadena perpetua, a remar en galeras y a la confiscación de todos sus bienes, según Fernando Ortiz.

Las numerosas interdicciones dictadas por los monarcas españoles al establecimiento de los judíos y los cristianos nuevos en sus colonias no tuvieron la efectividad esperada, pues aquellos que decidieron probar suerte en el Nuevo Mundo, idearon profusas artimañas para evadirlas, como el soborno a las autoridades cubanas, o cualquier otro tipo de subterfugio, como cambiarse los apellidos. Posteriormente estas circunstancias conllevaron a que la tarea de identificar a los colonos judíos en la isla se convirtiera en un empeño harto difícil. Por primera vez España autorizó la entrada de judíos a su colonia cubana en 1881, aunque ello no significó que les permitiese profesar su fe, pues España había declarado única religión oficial a la católica.

Los judíos se involucraron en el conflicto bélico al lado de los mambises, también participaron como soldados de las tropas interventoras norteamericanos y otros muchos prestaron su ayuda material y moral como Horacio Rubens, abogado judío y miembro de la Junta Revolucionaria Cubana de New York.

La mayoría de los emigrantes judíos, según Robert M. Levine, especialmente de los Estados Unidos y Europa Oriental, que llegaron a Cuba a finales del siglo XIX y principios del XX aspiraban a alcanzar los ingresos monetarios que no encontraron en sus países originarios y les permitiese ascender en la escala social. Eran años de crisis y los judíos sufrían doblemente porque las leyes antisemíticas restringían las posibilidades de empleo para ellos.

Se dice que antes de la Guerra de 1895 en la Isla escasamente sumaban unos quinientos, mayoritariamente eran de origen español y dedicados al comercio. En el período que abarcó los años 1908 hasta 1917, como consecuencia de la Revolución de los jóvenes turcos, la Guerra de los Balcanes y las situaciones previas a la Primera Guerra Mundial, se produjo la mayor parte de la inmigración sefardita.

Los judíos sefarditas

El término sefardí se refiere a los descendientes de los judíos expulsados de la Península Ibérica a finales de la Edad Media, que en su diáspora formaron comunidades en diversos países de Europa, el Mediterráneo Oriental y el Norte de África.

Puede considerarse que la diáspora sefardí empezó a finales del siglo XIV, cuando la oleada de asaltos a juderías y matanzas de 1391 y las subsiguientes conversiones forzadas, impulsaron al exilio a un cierto número de judíos, que se refugiaron mayoritariamente en las comunidades judías que ya existían en el Norte de África.

La expulsión de los judíos de Castilla y Aragón por los Reyes Católicos en 1492 arrojó fuera de estos reinos a un contingente de cerca de 100,000 judíos, que fueron a asentarse en algunos lugares de Europa (Italia, el sur de Francia o Portugal), en el reino de Marruecos, o en las tierras del Mediterráneo Oriental que pertenecían al entonces pujante y extenso imperio otomano. En 1497 se expulsó a los judíos del reino de Navarra.

En Cuba, por lo general se vinculaban a las actividades comerciales. En las primeras décadas de su llegada en el siglo XX se dedicaron casi exclusivamente a ser vendedores callejeros. A diferencia de los judíos europeo-orientales (askenazis) que generalmente habían sido muy pobres en sus países de origen, algunos de ellos fueron propietarios de prósperos negocios en sus respectivas naciones. Abrieron tiendas adyacentes a los centrales azucareros, así como también en los centros urbanos provinciales, por lo que muchos de ellos llegaron a acumular riquezas. Usualmente este tipo de emigrante sefardí no afrontaba grandes dificultades para integrarse a la vida social, pues procedía de tierras cuyo clima no difería tanto del cubano y su lengua, el Ladino, poseía una fuerte afinidad con el idioma español, lo que hacía más viable el aprendizaje de las costumbres y normas de comportamiento en el nuevo hogar.

En noviembre de 1914, un grupo de sefaradíes en la Habana estableció la Unión Israelita Chevet Ahim con el objetivo de brindar asistencia mutualista en tierra extranjera. 

En el año 1904 se efectúan los primeros servicios religiosos judíos. Dos años más tarde en agosto de 1906, once de los judíos procedentes de los EE.UU. que llegaron a Cuba establecieron la primera sinagoga: United Hebrew Congregation, la cual sobrevivió hasta mediados de 1960. Los servicios religiosos se efectuaban en idioma inglés, siguiendo el movimiento de reforma liberal, establecido en las instituciones norteamericanas.

Muchos de esos primeros miembros habían nacido en Rumania, antes de llegar a Cuba, habían emigrado hacia los EE.UU. y se habían naturalizado allí. Otros descendían de alemanes y de judíos originarios de algunos países de Europa Central. Llegaban en busca de ventajas económicas que les permitiesen amasar una fortuna y se unieron al grupo de soldados norteamericanos que después de la guerra con España (1898) habían permanecido en el territorio cubano.

Algunos de los integrantes de este grupo desempeñaron funciones públicas importantes, tal es el caso Frank Maximilian Steinhardt, nacido en Munich en 1864, se enroló en el ejército norteamericano, en 1902 llegó a Cuba como sargento y posteriormente fue nombrado Cónsul General hasta 1907. A través de un préstamo facilitado por el Arzobispado de New York compró la Compañía de Electricidad de La Habana y la de Transporte Urbano. Hasta su muerte fue presidente de estas, así como también de la Cervecería Polar, entre otros negocios.

Estos judíos americanos constituyeron una élite acomodada de unas 200 familias, dueñas o representantes de grandes empresas comerciales e industriales, que vivían en plena integración socioeconómica con las clases altas cubanas. Luego de la debacle de 1959 y las radicales medidas tomadas por Fidel Castro, se vieron afectadas sus propiedades al igual que el resto de los comerciantes cubanos y esta situación motivó que ingresaran en su totalidad al grupo de ciudadanos que abandonaron el país.

Los Askenazis

Otra significativa fuente de inmigrantes judíos hacia Cuba fueron los procedentes de Europa Central, quienes “no fueron atraídos por las riquezas de la Isla, ni por su belleza tropical. Vinieron porque en la época que seguía inmediatamente a las restricciones de inmigración en EE.UU (1921), había facilidad para inmigrar por la vía de Cuba. Hasta 1924, un año de residencia en Cuba bastaba para obtener el permiso de trasladarse definitivamente a los Estados Unidos”.

Los askenazis llegaron a Cuba en el periodo crítico de la “Danza de los Millones”, en el peor momento para intentar vincularse en nuestro contexto económico y social. Como consecuencia de las restricciones inmigratorias de EE.UU a partir de las Leyes de Cuota de 1921 y 1924, comenzó en gran escala la entrada al país de los judíos, de un grupo de hombres que carecían de vinculación política con el pasado nacional y que no repatriarían sus ahorros, de un grupo que marcaría con su sello particular el quehacer mercantil de la Isla en los próximos 35 años.

Por lo menos 7,000 judíos desembarcaron entre 1921 y 1923 en Cuba y se calcula que unos 20,000 en 1924. Este grupo social consideraba a la Isla como un hogar temporal en el que aguardaban hasta lograr su residencia definitiva en los EE.UU, según Robert M. Levine.

Es claro que el flujo migratorio hebreo en el país se veía poderosamente influenciado por los cambios en el régimen migratorio estadounidense. De este modo se aprecia que aumentaba o disminuía el número de inmigrantes, de acuerdo con las restricciones implementadas por esta política migratoria.

A pesar de que originariamente, muchos de ellos no tenían intenciones de residir en la Isla, con el pasar del tiempo decidieron permanecer, puesto que allí encontraron oportunidades para realizar negocios o de trabajo y en general les resultó ser un lugar placentero y amistoso. Un grupo de esos europeo-orientales fundó la Congregación Adas Israel, en La Habana, la cual ha permanecido siendo ortodoxa desde su surgimiento hasta la actualidad.

La mayoría de los judíos europeo-orientales desembarcaban en La Habana, aunque cerca de un 10% lo hizo por otros puertos y se establecieron en Santiago de Cuba, Guantánamo y Camagüey. Aproximadamente el 85 % de todos los askenazis eran varones, casi todos solteros y hablaban el idish. Sólo una quinta parte estaba constituida por trabajadores calificados, el resto eran artesanos pobremente entrenados.

Usualmente la emigración judía hacia Cuba, debía realizar una serie de trámites engorrosos y lentos. En primer lugar, debía escribir al contacto en Cuba, quienes eran las personas encargadas de tramitar una declaración jurada, o una reclamación en la que se comprometía a proteger al recién llegado. A cambio, éste estaba obligado a trabajar para su protector bajo cualquier circunstancia. Virtualmente casi todos los recién llegados a La Habana, venían directamente de Tiscornia, a través de la compañía Cuba´s Ellis Island. El resto entraba por pequeños puertos. En la mayor parte de las ocasiones se vieron obligados a pagar fuertes gravámenes para acelerar el trámite migratorio pues no conocían los mecanismos de este, ignoraban completamente que en Cuba se permitía la estancia poco después del desembarco.

A pesar de la actitud condescendiente del cubano hacia los emigrantes, ya fuese judío, español, asiático o cualquier otro y la carencia de una abierta discriminación, la vida del emigrante frecuentemente fue azarosa.

Un total de 24,000 personas aproximadamente el 5% de la población judía de Norteamérica residían en Cuba por los años 1924. Un vicecónsul norteamericano declaró que habían entrado 14,000 emigrantes a los EE.UU. a través de Cuba durante el año 1920 y muchos de ellos de forma ilegal. Por esta razón las autoridades estadounidenses consideraron que esta migración atentaba directamente a las estipulaciones establecidas al efecto.

Realmente se desconoce la cantidad exacta de judíos que se establecieron definitivamente en Cuba, pues la abrumadora mayoría solicitaba la residencia en los EE.UU. por aquellos años y el cálculo se realizaba mediante estimaciones burdas realizadas por agencias que representaban pequeñas entidades dentro de la comunidad judía, ya fuera las instituciones Sefardíes, Americanas o Askenazis, aunque las mismas permanecían completamente separadas entre sí.

El flujo migratorio judío bajó considerablemente entre los años 1925 al 1935, de este modo la colonia era de unas 5,000 personas, aproximadamente la misma cantidad que existía en el 1917. Hacia el final de los años 20, la repercusión de la crisis mundial, no se hace esperar, el precio del azúcar decayó y con ello toda la economía nacional, el nivel de desempleados crecía cada vez más.

Abraham Marcus Matterin nació en Vilna, la capital lituana en 1916, pero para los cubanos fue uno más de nuestros “polacos”. Llegó a Cuba en 1924 como parte de la gran inmigración judía de Europa del Este desviada hacia la Isla por las Leyes de Cuota norteamericanas. Se asentó con sus padres en la calle Curazao, en La Habana Vieja, entrañable entorno que solo abandonó a su muerte en 1983, a los 67 años. 

Las leyes laborales emitidas durante el gobierno de Gerardo Machado reservaban la mayoría de los trabajos para los nacidos en Cuba, forzando a los inmigrantes (quienes muchos de ellos eran trabajadores judíos manufactureros o artesanos) a convertirse en trabajadores a destajo.

Cientos de inmigrantes perdieron sus trabajos. Entre los años 1925 y 1935 vinieron a Cuba alrededor de 4,000 judíos de Europa Oriental, la mayor parte hombres en edad laboral, pero también mujeres y niños. Venían por razones políticas, en busca de mejoras económicas y en algunos casos para reunirse con sus familiares.

En mayo de 1932 la corriente de agitación contra el gobierno cada vez se hacía más fuerte, Machado decretó una ley que proscribía las actividades sociales, culturales y religiosas judías. Por supuesto esta medida provocó pavor y muchos judíos, la mayor parte obreros organizados y comunistas se escondían o escapaban hacia el exilio en los EE.UU.

Según Levine, alrededor de 1,500 judíos de Europa Central llegaron a Cuba en 1938 y luego continuaron arribando unos 500 todos los meses, siendo este el lapso de mayor afluencia.

Aunque recibieron visas estadounidenses, se cree que permanecieron unos 5,000 judíos centro-europeos en Cuba durante 1939.

Después de 1937, llegaron a la Isla unos 8,000 sin documentación que les permitiese seguir su camino hacia los EE.UU., o a cualesquiera de los países latinoamericanos, la mayor parte de ellos pasaron la guerra aquí casi como en un presidio pues no se les permitía trabajar.

Por esa época el Depto. del Trabajo prohibió el establecimiento de cualquier tipo de negocio a los refugiados judíos para evitar la competencia a las firmas cubanas. Incluso la Constitución de 1940 introdujo una cláusula privando a los judíos a ejercer la medicina o la 

carrera de abogado, también regulaba la entrada de refugiados políticos o religiosos.

El 80% de los judíos que arribaron a la Isla llegaron entre 1922 y 1939, procedían de diferentes países, por lo que la composición del grupo fue muy diversa. La fragmentación entre ellos era el resultado lógico de orígenes, lenguas e intereses diferentes, nunca constituyeron un grupo único. 

En este período los gobiernos de turno tomarían dos medidas que tendrían una incidencia especial en el despegue económico judío: la primera de ellas fue la reforma arancelaria de 1927, pues a pesar de no efectuar cambios radicales en la estructura económica, sí ejerció un efecto estimulante sobre ciertas industrias locales (zapatos, textiles, perfumes, pinturas, etc.) hasta la crisis de 1929-1934, año en que fue neutralizada por el nuevo Tratado de Reciprocidad firmado con EE.UU.

La segunda fue la Ley del 50% o de Nacionalización del Trabajo de 1933, que estipuló que la mitad de todo el personal laboral debía ser cubano nativo y que según cálculos de la Comisión de Asuntos Cubanos desplazó a no menos de 25 a 30 mil trabajadores. Como la ley no limitaba la actividad económica de los extranjeros en tanto dueños o empleados de «industrias caseras», les permitió ocupar los trabajos abandonados por los españoles que, presionados por la baja demanda, se vieron obligados a cerrar. Los judíos conocedores de los métodos modernos norteamericanos descubrieron como salir adelante trabajando con sus familias u aprovechando la variante de la subcontratación.

En 1938 vivían alrededor de 13,000 judíos unos 10,000 se hallaban asentados y el resto se encontraba de tránsito. La mayoría (asegura Levine) vivían en La Habana y calcula que unos 300 se encontraban en Pinar del Río, 600 en Matanzas, 900 en Santa Clara, 800 en Camagüey y 900 en Oriente. El propio aislamiento de estas comunidades favorecía los matrimonios mixtos y la asimilación cultural, aunque muchas familias hacían el viaje hacia las capitales de provincia, para participar en las festividades y conmemoraciones más importantes.

La triste historia de los tres barcos con judíos que fueron rechazados por tres países

El 13 de mayo de 1939, el trasatlántico alemán construido en 1929, Saint Louis zarpó de Hamburgo, Alemania, con 900 pasajeros. El 15 de mayo el St. Luis atracó en Cherburgo, Francia, para recoger más pasajeros. La cantidad total de pasajeros llegó a 937 (158 eran niños), cuando el barco puso proa hacia La Habana, sin embargo, lo que el capitán Gustav Schroeder (1885-1959) y los pasajeros no sabían era que el gobierno cubano había invalidado los permisos de desembarque. Todos menos 6 eran judíos que huían del Tercer Reich, la mayoría eran alemanes, otros de Europa del Este.

Casi todos los pasajeros judíos habían solicitado visas estadounidenses y tenía previsto permanecer en Cuba sólo hasta que pudieron entrar en los EE.UU. Pero en el momento en el St. Luis zarpó, había indicios de que las condiciones políticas en Cuba podrían impedir que los pasajeros desembarcaran allí. El Dpto. de Estado en Washington, el consulado de EE.UU. en La Habana, algunas organizaciones judías y las agencias de refugiados estaban al tanto de la situación. Los propios pasajeros no fueron informados.

Desde la “Noche de los Cristales Rotos” el 9 de noviembre de 1938, el gobierno alemán había tratado de acelerar el ritmo de la emigración forzada judía. 

Los dueños del St. Luis, la línea Hamburgo-América, sabían antes de que el barco zarpara que sus pasajeros podrían tener problemas para desembarcar en Cuba. Los pasajeros, que tenían certificados de desembarco o permisos de entrada que se veían como visas emitidas por Manuel Benítez González, el director general de Inmigración, no sabían que el presidente cubano, Federico Laredo Bru había emitido un decreto tan sólo una semana antes de que el barco saliera, invalidando todos los certificados de desembarco de reciente emisión. 

El viaje del St. Luis tuvo una gran atención de los medios, incluso antes de que el barco zarpara de Hamburgo, periódicos cubanos lamentaron su inminente llegada, exigiendo que el gobierno cubano cesara de admitir refugiados judíos. De hecho, los pasajeros fueron víctimas de las luchas internas dentro del gobierno cubano. El director de Inmigración, Manuel Benítez González, había sido objeto de escrutinio público por la venta ilegal de aquellos certificados. A pesar de ser gratis, los vendió por $150 o más y, según cálculos estadounidenses, había amasado una fortuna personal entre $500,000 a $1,000,000. A pesar de ser un protegido del jefe del ejército cubano Fulgencio Batista, fue obligado a renunciar.

Para el corrupto Benítez era una forma de ganar dinero que permitió que cientos de judíos desesperados pensaran que Cuba les permitiría escapar de los horrores de la Alemania nazi. Max Loewe fue uno de los muchos judíos que obtuvo una de estas “visas de Benítez”.

Muchos cubanos resentían el número relativamente grande de refugiados judíos, a quien el gobierno ya había admitido en el país, de acuerdo a los escasos empleos.

La hostilidad hacia los inmigrantes impulsando tanto el antisemitismo como la xenofobia alentados por agentes de la Alemania nazi y publicaciones de derecha alegando que los judíos de entrada eran comunistas, tanto en El Diario de la Marina, propiedad de la influyente familia Rivero como en Avance, propiedad de la familia Zayas.

Hubo una gran manifestación antisemita en La Habana el 8 de mayo, cinco días antes de la salida del St. Luis de Hamburgo. Unas 40,000 personas participaron en la mayor manifestación antisemita en la historia de Cuba y patrocinada por el expresidente Dr. Ramón Grau San Martín, quien instó a los cubanos a “luchar contra los judíos hasta que el último fuera expulsado.” Además de los miles de personas que estaban escuchándola por la radio.

Cuando el St. Luis llegó a puerto de La Habana el 27 de mayo, el gobierno cubano admitió 28 pasajeros (22 judíos con visas válidas para EE.UU., 6 españoles y 2 cubanos) todos ellos tenían documentos de entrada válidos. 

Uno de los pasajeros que contempló la idea del suicidio antes que regresar a Alemania fue Max Loewe. En la noche del 30 de mayo cuando el St. Luis seguía anclado en el puerto de La Habana, Loewe se cortó las muñecas y saltó por la borda. Milagrosamente, otro pasajero que saltó detrás de él lo sacó del agua y lo llevaron al Hospital Calixto García.

Los otros 908 pasajeros (un pasajero había muerto de causas naturales en el camino), el gobierno cubano se negó a admitirlos. 

Los judíos que ya estaban en Cuba tomaron embarcaciones para ir al puerto y poder a ver a sus familiares que estaban a bordo del St. Luis.

El 28 de mayo, el día después de que el St. Luis atracó en La Habana, Lawrence Berenson, un abogado que representaba a la empresa estadounidense Jewish Joint Distribution Committee (JDC), llegó a La Habana para negociar en nombre de los pasajeros del St. Luis. Como ex presidente de la Cámara Cubana-Americana de Comercio, Berenson había tenido amplia experiencia empresarial en Cuba. Se reunió con el presidente Federico Laredo Bru, pero no logró persuadirlo para admitir a los pasajeros. El 2 de junio, el presidente Laredo Bru ordenó al barco salir de las aguas cubanas. Sin embargo, las negociaciones continuaron, ya que el San Luis navegaba lentamente hacia Miami. 

El presidente Laredo Bru propuso admitir a los pasajeros si el JDC pagaba $453,500 o sea $500 por pasajero. Berenson realizó una contraoferta, pero el mandatario cubano rechazó la propuesta y rompió las negociaciones.

Después de que el barco abandonó el puerto de La Habana, navegó tan cerca de la costa de Florida que los pasajeros podían ver las luces de Miami. El capitán solicitó ayuda, pero fue en vano. Los barcos de la guardia costera de EE.UU. patrullaban las aguas para asegurarse de que nadie saltara en busca de libertad y no permitieron que el barco atracara en EE.UU. 

El capitán Schroeder continuó tratando de encontrar islas locales en las que pudiera detenerse, pero su búsqueda resultó infructuosa. Por un momento pareció que le permitirían al St. Luis desembarcar en la República Dominicana o en una isla frente a la costa de Cuba. Pero nunca le dieron permiso y finalmente el 7 de junio comenzó el lento y prolongado viaje de regreso a Alemania.

El 17 de junio el St. Luis llegó al puerto de Amberes. Bélgica aceptó a 214, Holanda a 181, Gran Bretaña a 288 y Francia a 224.

Setenta y seis días más tarde Hitler invadió Polonia para iniciar la II Guerra Mundial el 1 de septiembre de 1939.

Los 288 pasajeros admitidos en Gran Bretaña sobrevivieron la Segunda Guerra Mundial con excepción de uno, que murió durante un ataque aéreo en 1940. De los 620 pasajeros que regresaron al continente, 87 lograron emigrar antes de la invasión alemana a Europa occidental en mayo de 1940. Cuando Alemania conquistó Europa occidental, 532 pasajeros del St. Luis quedaron atrapados, solamente 278, sobrevivieron al Holocausto y 254 murieron en los campos de concentración nazis.

Cuando a Gerald Granston, que entonces contaba con 6 años, su padre le dijo que dejarían su pequeño pueblo en el sur de Alemania e irían en un barco hacia el otro lado del mundo, no entendió muy bien lo que oía. “Nunca había escuchado hablar sobre Cuba y no podía imaginar lo que iba a pasar. Recuerdo que tenía miedo todo el tiempo”, afirmó Gerald quien, junto con su padre, fueron parte de los 288 que pudieron viajar a Inglaterra.

Otro de ellos fue Max Loewe, una vez que se recuperó lo suficiente como para viajar, lo obligaron a partir de La Habana hacia Londres.

El 27 de mayo de 1939, el mismo día del arribo del St. Luis, tocó puerto habanero el buque inglés Orduña, con 120 judíos austriacos, checos y alemanes. Cuarenta y ocho de esos pasajeros pudieron bajar a tierra. Los 72 restantes se vieron obligados a un largo peregrinar por Sudamérica, pese a que también apelaron a la benevolencia del presidente Roosevelt, que mostró oídos sordos al pedido. Después de atravesar el Canal de Panamá, el Orduña hizo breves escalas en puertos de Colombia, Ecuador y Perú. En este último país encontraron refugio 4 pasajeros y los otros 68 volvieron al Canal a bordo de otro barco inglés. Allí, en la ciudad panameña de Balboa, 7 de ellos obtuvieron visas para Chile y los otros quedaron en el Fuerte Amador hasta 1940, cuando los admitieron en EE.UU.

También en mayo de 1939 llegó a La Habana el buque francés Flandre, con 104 judíos a bordo. Como no se les permitió bajar, se fue hacia México, donde tampoco se les permitió desembarcar a sus pasajeros y el Flandre regresó al puerto Le Havre en Francia, donde el gobierno aceptó a los emigrados, pero los recluyó en un campo de internamiento. Por cierto, que el Flandre fue un barco que transportó a muchos españoles antifranquistas al exilio en Venezuela y México. 

Algunos sostienen que la razón por la cual Franklin D. Roosevelt no permitió el desembarco del St. Louis, el Orduña y el Flandre en los EE.UU. se debió a la amenaza por parte de Joseph Kennedy, el padre de John, Robert y Edward, que entonces era embajador de EE.UU. en Londres, de retirarle el apoyo de los demócratas sureños quienes compartían el sentimiento antisemita. Lo perecedero es que dicha actitud por parte del presidente americano envalentonó a Hitler en su impunidad en contra de los judíos. Quién sabe cuántas vidas útiles y aportes para beneficio de la humanidad se perdieron debido a estos crímenes. Nunca lo sabremos, solo podemos aprender para el futuro, según el cubano Roland J. Behar publicó en 2021.

La decisión de enviar de vuelta el St. Louis fue un momento de grotesca fealdad en la historia de EE.UU. y por eso el Congreso y el Departamento de Estado acabaron por pedir perdón.

El miércoles 7 de noviembre de 2018, Justin Trudeau, el primer ministro de Canadá, pidió disculpas por haber 

cerrado sus puertas a los refugiados judíos del San Luis, siendo en 1939 el gobierno del entonces primer ministro William Mackenzie King, cuando se dirigían hacia las costas de Halifax, en Nueva Escocia. No he podido encontrar si algún gobierno cubano se disculpó como EE.UU y Canadá.

En Cuba, los judíos eran impropiamente llamados “polacos”, como los españoles eran llamados “gallegos”, todos los judíos, sea cual fuera su país de origen, eran “polacos”.

Luego del comienzo de la destrucción de Cuba alrededor del 80% de los judíos residentes (la inmensa mayoría naturalizados cubanos) formaron parte del éxodo hacia los EE.UU. Una pequeña parte se dirigió hacia Latinoamérica, sobre todo a México y Venezuela. También emigraron hacia Israel, donde recibieron ayuda de la Agencia Judía.

Las propiedades de los que permanecieron en Cuba fueron robadas por Fidel Castro.

Además, a los judeo-cubanos que emigraron hacia Israel, en sus pasaportes se les puso un sello con la palabra repatriado, lo cual reflejó la actitud de los castristas hacia esos miembros y al mismo tiempo el desprecio al trabajo realizado por algunos de sus miembros como fundadores del Partido Comunista en 1925.

En el censo efectuado por la Congregación Adas Israel y la Federación Sionista Cubana durante 1963, se estimó que quedaban 2,586 judíos representantes de 1,022 familias y en la mayoría de las radicadas en La Habana, dos de cada tres familias eran Askenazis.

La Enciclopedia Judaica en 1965, estimó que permanecían alrededor de 2,000 y cinco años más tarde en 1970, se habían reducido a unos 1,500. Luego en 1989 se creía eran 1,200 por lo tanto la población judía cubana iba decreciendo, nunca aumentó.

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