M a c e o. Personalidad y destino

Written by Libre Online

5 de diciembre de 2023

Por Leopoldo Horrego (1952)

Decir como fue Antonio Maceo es tratar de un buen trozo de nuestro pretérito, pues como dijo Carlyle, la historia de los pueblos se forma con la biografía de sus hombres. Maceo es una de las figuras de mayor riqueza heroica y ciudadana del siglo XIX; pero en lo que se refiere al contenido de su personalidad aún hay injustificada confusión. Se conviene en que es hombre de acción. Pero muchos entienden la acción como arrojo primario o empuje físico, cuando realmente significa dinamismo e inquietud constructiva, como también le dará un concepto simplista al término fuerza.

Fuerza como impulsión y virtualidad, la hay tanto en la acción como en el pensamiento, no pudiendo consistir la acción en mecanicidad dirigida ni en arrebatos veniales la del pensamiento. En una, como en otra, tiene que existir profundidad y visión, pues de lo contrario solo sería repulsa y derribo. La fuerza así entendida es esencialmente edificada ahora. Por eso Maceo es un edificador, cuya fisonomía caracterológica es la actividad, o sea la fuerza de la acción.

Para explicar lo dicho e imponerse de la trascendencia y quilates de la conducta de Maceo y de su destino, es preciso conocer su incorporación a la lucha armada y el ascenso milagroso de su carrera. Cuando se dice que Maceo es hombre de acción, es que es el “Brazo de la Revolución”,  como por antonomasia también se le nombra, se está haciendo referencia a su afán por logros inmediatos y permanentes de bien público, para los que dedicó energía, talento y entusiasmo, y en un interminable desbordamiento heroico. Él va al movimiento separatista que Céspedes desata en el 68, por su repugnancia a las iniquidades que palpa y que a él le hieren más que a otros, por su origen. Siente el dolor de los suyos y en su carne sufre injusticias y vejaciones. 

Hombre sensible quiso desterrar del medio colonial los oprobios y las desigualdades imperantes, para hacer de la felicidad un derecho común. Por eso se hace héroe; y lucha de manera singular: y es un contén cuando la ambición asoma en el campo insurrecto; y un guía cuando de la dignidad humana se trata. Con este impulso, idea e inspiración, Maceo en un batallar extraordinario, por su médula libertadora llega a las excepcionalidad contando aún cerca de mil acciones que es un haber  titánico,  casi único en el mundo a terminar su existencia en el fatídico e imprevisto San Pedro.

Naturalmente que un hombre que así lucha y trabaja con afincada conciencia de su misión que se deshace por la redención de sus compatriotas y de sus hermanos.

El mismo se encarga de dar la razón de su militancia patriótica: la de ser “un obrero de la libertad”. Y no hay el más leve indicio de apartamiento de esta su gran labor cívica y reparadora.

En el panorama independentista, Céspedes aparece con amplitud integradora de pueblo, y separándose de la tradicional política del patriciado criollo, al que pertenece como un generoso disidente. 

Gómez, el maestro del actual guerrillero,  y que enseña a luchar y vencer, a pesar de su nombre y jerarquía, no se le despiertan empeños de predominios políticos. 

Martí, romántico, ve la guerra como un quebrantamiento luminoso de cadenas y la propaga con ardor y cordialidad. 

Maceo tiene por intuición el sentido de la guerra y combate y se desangra por una honda revisión social, porque sabe, por impacto personal, lo sangrante de colonialismo asentado en esclavitudes. Un redentor activo, pero de actividad pasmosa, a eso se reduce su rol histórico en el cruento recorrer del separatismo.

A poco de su ingreso en la contienda se le reconoce carácter y convicción y todo anticipa en él a un guardián ideológico de los principios que informan la insurrección criolla. Si hay desvío por incomprensión o egoísmo, y su palabra no se deja esconder para la obligada rectificación; y si los resabios prejuiciosos tratan de enturbiar la empresa emancipadora, y pronto se deja oír su aclaración y fe democrática,  a firme y recia. Cuando en el año 1876 se corre en las filas insurrectas que él sobrepone los hombres de color a los blancos, declara el gobierno que “no es partidario de ese procedimiento, ni autor de sistema tan funesto”, pues sigue apegado al ideario de la República de igualdad y fraternidad. Frente al divisionismo del pronunciamiento de Lagunas de Varona, lo condena enfáticamente, porque no concibe la patria en pedazos ni fragmentadas. En Baraguá se alza, inconforme con el pacto firmado días atrás reclamando la independencia y la abolición,  cuando otros se rinden y someten. Y la guerra la extiende y la quiere, no por la guerra en sí misma,  ni para lucir sus facultades de mando militar y su coraje de soldado,  sino porque la guerra separatista es crisol de igualdades y evolución,  va sobre el problema social de Cuba. 

Ahora bien, la igualdad que Maceo propugna y admite no es la del vulgar; si no la del derecho a idénticas oportunidades,  pues la diferencia y así lo proclama,  a los hombres en esencia a su valor, por el grado de bondad que atesoren y por la altura de sus servicios a la comunidad. “La única distinción que establezco entre los hombres, así escribe, y es la de entre el bueno y el malo”. En él nace el Guerrero por desasosiego, altruista, por su profundo querer a la justicia, que anhela implantar con su temerario y permanente reto a los cuadros enemigos.

Como él traduce las urgencias colectivas y sus angustias por las rehabilitaciones por el decoro, llega a obtener la devoción de las masas, alcanzando su personalidad la deificación de lo sobrehumano. El fenómeno se debe a la eficacia de sus hechos, a sus calidades efectivas y a lo maravilloso de su constante desafío. Pero lo sorprendente es que lo mítico aparece y se arraiga en vida de Maceo, y no teniendo necesidad de la muerte, ni de la lejanía de los años para la mitología. Aunque el caso mueve a inquirir el porqué de esta realidad la explicación es bien sencilla; el superior material de su formación psicológica. Le viene bien el reclutamiento de los hombres pues por comparación se destaca su voluntad indomable y sus perfecciones íntimas. Para este culto no basta solo la suerte ante las balas, es preciso poseer voluntades para lo justo y lo fraternal, como Maceo. Ante el talento del genio hay admiración; pero la devoción hace cuando la santidad y rebeldía se hacen hombre.

La leyenda, pues rodea su vida y consecuentemente su muerte. Por ahí corre una narración justificativa de su ingreso en la revolución, a la que precisamente evidencia el misterio de su destino. No hay que averiguar, y so pretexto de rigorismo histórico, o la certeza o no del episodio, lo que hay que convenir es que refleja un estado de conciencia pública, lo que da la clave de su mítica. Se dice que a la cólera que con él produjo el bocabajo a la esclava Margarita, su comadre, por un amo sin conciencia debe su alistamiento a la guerra, y para acabar con esos ultrajes jurando “la mente” poner su decisión a este objetivo. Y él es precisamente el que castiga al impío ofensor. A la madre de Maceo se le asigna origen real africano. Y a su muerte no se le da crédito, por no creerse posible que así muera un ser más allá de los horizontes de lo normal. El pecho aún más espacio para cicatrices y su invariable postura original este fervor devoto.

Fernando Figueredo opositor de su intimidad, es de los participantes del culto en vida al libertador, transmitiendo a la posteridad cuánto viera de heroísmo y debe pulcritud ciudadana en el reverenciado enviado adalid. Los que a él se acercan jamás dejan de adorarle, porque le aprecian virtudes excelsas y el vigor de un poseído, capaz de todos los sacrificios, menos el del honor, a lo que se debe la idolatría conquistada por él en su intenso proceso vital.

Con este caudal y representación, Maceo llega a simbolizar la revolución, ante los suyos y España. Las masas lo ven como su intérprete y su defensor. En el año 1884, cuando el plan Gómez-Maceo para la nueva guerra en la “semana patriótica” organizada en Cayo Hueso con el fin de arbitrar recursos, la emigración de patriotas de este lugar le entrega una bandera cubana, para pasearla por los campos de la patria sojuzgada, conociendo que en sus manos la garantía es máxima,  como también la pasión de triunfo. 

Años después en la invasión del 95,  el presidente Cisneros Betancourt le entrega otra enseña,  y obra de las hijas de Camagüey,  para que la flameara en lo más alto del Cabo de San Antonio. Y hasta el último rincón la lleva el caudillo, con asombro universal. 

En el año 90 en su visita a Cuba su presencia es una especie de conmoción, porque agita y decide. El lugar de su hospedaje, hotel Inglaterra, en La Habana, en el polo opuesto al Palacio del capitán general, girando en los dos la pública atención. Maceo en el país es una incomodidad peligrosa para el Gobierno de la colonia, y se le destierra. Y en esta visita la que prepara el camino al movimiento insurreccional que arriba a la independencia.

Como encarnación del sentimiento de rebeldía criolla y de tenaz oposición, los gobernantes españoles tratan de exterminarlo para asestar un golpe definitivo al espíritu insurrecto. Dos atentados, por lo menos severamente castigados, se traman contra su persona en la guerra de los Diez años. En su peregrinar por tierras de Haití para recabar medios para la sublevación de 1879, el presidente de esta nación en complicidad con el representante consular de España busca su muerte traidoramente.  Y por la misma época dos nuevos complots con el mismo fin se organizan, sin éxitos, en Santo Domingo. 

En Costa Rica a pocos pasos del grito de febrero, su cuerpo es atravesado por el plomo enemigo en una emboscada artera. Cánovas del Castillo declara que una sola bala, y a lo sumo dos, son suficiente para el orden en la colonia. Una de ellas para Maceo. Como él sale airoso de todos estos atentados, se aferra a su prestigio patriótico y adquiere más calor público la esencia de su sobrenaturalidad.

El pueblo que en sus decisiones vierte toda su onda filosofía y la experiencia de sus aciertos, en frases o signos le ha otorgado nombre de “Titán de Bronce”. No puede ser más elocuente ni gráfico el título, pues Maceo es titán y de bronce por su capacidad para grandes empresas lo inconmovible de su criterio político y lo legendario de su existencia. El triunfo y la justeza de la frase se explican por sus fundamentos.

Maceo como hombre superior posee una mirada de porvenir, no circunscribiendo su labor a una época o grupo, sino dándole extensión abarcadora,  para que en su tierra no exista “una injusticia que vengar ni un agravio que deshacer”. En sus declaraciones parcas propias de su contextura y papel, pero medulares afirma cuál es su posición y camino. Se le cree y en él se confía. Y confiar y creer es crear.

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