Por María C. Rodriguez
Prometeo y la historia del fuego
Cuenta la leyenda griega que Prometeo siempre estaba pensando en el futuro y alistando las cosas para lo que pudiera pasar mañana, o la semana siguiente, o el año siguiente, e inclusive en cien años. Mientras que los dioses del Olimpo bebían el néctar y comían ambrosía, él planeaba cómo hacer el mundo más sabio y mejor de lo que nunca antes había sido. Así que, en lugar de vivir en Olimpo, Prometeo salió y se mezcló con los hombres.
Los encontró viviendo en cuevas y en agujeros en la tierra, temblando de frío porque no había fuego, muriendo de hambre, perseguidos por las bestias salvajes y también persiguiéndose entre ellos—las más miserables de todas las criaturas vivientes.
Entonces Prometeo fue con valentía a ver a Zeus y le rogó que les diera fuego a los hombres, para que pudieran tener un poco de comodidad durante los largos y sombríos meses de invierno:
– “¡No lo haré!” dijo Zeus, “¡No compartiré ni una chispa con ellos! Porque si los hombres tuvieran fuego podrían volverse fuertes y sabios como nosotros y después nos sacarían del reino”.
Prometeo no se rindió. Cuando caminaba por la orilla del mar encontró un largo tallo de hinojo. Lo partió y luego vio que su centro hueco estaba lleno de una sustancia seca y suave que quemaría lentamente y permanecería ardiendo por un largo tiempo.
– “Los hombres deben tener fuego, sin importar lo que haya decidido Zeus”, se dijo a sí mismo. Y con ese pensamiento se escabulló silenciosamente en el dominio de Zeus y robó una chispa de su relámpago.
Hombres y mujeres se reunieron alrededor del fuego, ya no tenían frío y estaban felices y agradecidos con Prometeo por el maravilloso regalo que les había traído.
Una fría mañana de invierno, Zeus miró hacia abajo desde el Monte Olimpo y notó fogatas que ardían alegremente en los hogares de hombres y mujeres en cada villa a lo largo de las tierras. No le tomó mucho tiempo comprender que Prometeo lo había desobedecido y le había dado el fuego a los hombres. Zeus estaba muy enojado y ordenó encadenar a Prometeo a una montaña para que sufriera allí por toda la eternidad.
Y allí quedó Prometeo, pensando en el futuro, feliz sabiendo que había dado el fuego a los hombres, hasta que un día fue rescatado por Hércules, el hijo mortal de Zeus.
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