El entierro del enterrador

Written by Libre Online

28 de noviembre de 2023

Por J. A. Albertini, especial para LIBRE

Ya en el fondo de la sepultura las gruesas cuerdas de cáñamo con que manos amigas acomodan los restos del enterrador son retiradas. A impulso de tirones se deslizan bajo el ataúd; vencen la resistencia de la tierra y con ruido de roce ahogado salen al exterior en un culebreo que se dibuja en el sol de la tarde primaveral.

Candelaria recobra el conocimiento y pugna por librarse del apoyo de Juana y Aquilino.

-¡No me lo quiten…! ¡No me lo quiten…! -reitera en el paroxismo de un sollozo.

-Resignación Candelaria; hay que tener resignación -Juana le murmura al oído con la misma frialdad lejana con que viste de negro desde que murió su hija Inmaculada.

-¡Qué voy a hacer sin él! -chilla remedando el lamento que en el último capítulo de la novela radial “El collar de lágrimas”, lanzó la heroína.

-Debes pensar en tu vestido de novia. No te desesperes que para tu boda falta poco -Juana insiste.

-Tienes razón. Tengo que ser fuerte -gimotea y mecánicamente se pasa la lengua por el labio superior donde saborea una mezcla de lágrimas y moco.

-Me hace falta un trago -Aquilino, apenado por la situación, deja escapar un pensamiento.

-No puedes dejarme sola con ella -Juana le advierte.

-Llama a Felipito.

-Está ocupado con el entierro.

-Llámalo porque yo voy a tomarme un trago -Aquilino reitera.

-Felipito, ayúdame con Candelaria -Juana eleva la voz para hacerse oír.

Al reclamo de la mujer levanta la vista de la fosa. La impaciencia se retrata en su faz y responde con acritud.

-Que te ayude cualquiera de las mujeres del barrio. El entierro de Generoso es mío hasta el final. A continuación, vuelve a concentrarse en la tarea y le advierte a los amigos que rodean la fosa.

-Hasta que yo no avise que nadie eche tierra encima de la caja.

De la única ofrenda floral, cortesía de su hermano Tiburcio, arranca una rosa roja medio marchita y rememora… Felipito siempre rememora.

***

En los días que siguen al desengaño amoroso que sufre por causa de Eloína, se torna taciturno. Bebe más que nunca y el babeo se le acrecienta. Generoso lo estimula para que busque consuelo en los brazos tarifados de Boca Chula, pero Felipito se niega. Vive acomplejado por el desprecio con que Eloína se refirió a él frente al Jabao. Para mitigar el incordio, elige alterar su líbido con la lectura y disfrute de revistas pornográficas, de texto soez e ilustraciones pésimas, que por el módico precio de diez centavos, o el canje de dos tomeguines, adquiere en el puesto de revistas y periódicos propiedad del negro Polo.

Luego, en la oculta paz cristiana de algún lugar del cementerio, o en el excusado de su casa, rodeado de moscas cabezonas con alas zumbantes; translúcidas de azul, más de una vez al día le rinde tributo al ancestral, ineludible y bíblico Onán.

Generoso, que día a día observa como Felipito pierde apetito, adelgaza y se refugia en un mutismo indiferente, a hurtadillas, comienza a espiar la conducta del ayudante.

Felipito, un atardecer carente de sepelios, alegando una repentina indisposición estomacal, pide abandonar el trabajo más temprano que de costumbre. El enterrador lo autoriza y a la caída del sol, al concluir la jornada, se da a la tarea de recoger y guardar los utensilios de trabajo, actividad que desde hace tiempo ha delegado en Felipito.

El interior de la casita de las herramientas está en penumbras. Generoso parpadea y acostumbra sus ojos a la escasa luz. Con desagrado comprueba que materiales y aperos no guardan el acomodo dispuesto por él.

“Este Felipito está hecho un regao del carajo”; piensa de mal humor y se apura en poner un poco de orden.

Por la puerta entreabierta penetra un haz de claridad que reposa en la parte superior de los sacos de cemento que se apilan contra la pared del fondo.

Generoso, en su ir y venir, repara que sobre la bolsa de cemento que corona la estiba se halla una especie de fajo de hojas. Curioso, estira la diestra y constata que se trata de una pequeña, delgada y manoseada revista. Busca más luz y atento la examina. “¡Coño, esto es un librito de relajo!”; comprueba. “¡Qué viejas y tetonas están estas putas!”, valora las fotografías, en blanco y negro, de calidad pésima.

“Ahora sé de donde sale la zoncera de Felipito”.

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