Por Rafael Soto Paz (1949)
En México, durante el siglo XVII floreció una pléyade de mujeres notables que abrazaron los hábitos monjiles. Entre estas se recuerdan a Catalina de Eslava, cuyas poesías aparecen plenas de gran inspiración; Sor Anamía del Costado de Cristo que escribió diversas vidas de santos, en verso; Francisca del Castillo, matemática y astrónoma de
reputación.
Pero entre todas ellas la que fue tipo representativo de su sexo y de la cultura de su época, es Sor Juana Inés de la Cruz, conocida por la “Décima Musa”, en el parnaso castellano. “Llenó con su figura todo un siglo–escribe un crítico–, brilló en él y aún sus méritos no han sido opacados en la historia literaria de México.”
Vino al mundo esta ilustre mujer en el pueblo de San Miguel Nepantla, en Amecameca, el 12 de noviembre de 1648, de padres acomodados y de origen español. A escondidas de su familia aprende las primeras letras pues era muy pequeña cuando adquirió ese conocimiento. A la edad de doce años pasa a Ciudad México, atraída por el deseo de consagrarse a los estudios.
En su candorosa ingenuidad, la mexicanita propone a su familia que la vistiera de hombre para poder ingresar a la Universidad. No fue necesario, pues un tío suyo, sacerdote, le enseñó en breve tiempo latín, retórica y filosofía, con cuyos saberes continuó perfeccionándose, llegando a sobresalir y constituir una verdadera notabilidad.
La fama de la joven vuela por toda la Nueva España, así de su ingenio y sabiduría como de su hermosura, y la Virreina, prendada de tan altas dotes, decide hacerla su dama de honor, empezando Juana Inés de Asbaje, –que tal era el nombre de nuestra poetisa, a brillar en las elegantes fiestas de la Corte.
De momento un cambio opera. Pero no se sabe en qué extrañas circunstancias, Juana Inés abandona los galanteos y la vida fastuosa palaciega, y a los dieciséis años en 1664, ingresa en un convento, consagrándose a la oración y al estudio. Y a producir sus bellísimas obras poéticas que son orgullo de la literatura española.
Tal labor insigne, un crítico moderno, así la enjuicia: –“Sor Juana Inés de la Cruz, que murió a los 47 años, el 17 de abril de 1695, revela el florecimiento científico y literario de su época, el genio poético de sus contemporáneos y hasta las aficiones de quienes, en plena edad, un amor no comprendido o un prematuro desengaño hacían buscar en las celdas de los conventos, el olvido de una vida de aventuras y placeres cortesanos…”
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