Por Eladio Secades (1952)
El turista es un tipo de saco de colores y esposa vieja, que se ha cansado de la civilización y busca lo primitivo. Fabricar lo primitivo cuando no existe, es una de las maneras de fomentar el turismo. De ahí todo lo colonial hecho después de la colonia. Cuando el turista ve una calle estrecha, un tejado y una torre, saca la Kodak igual que el cazador de escopeta.
La Habana defrauda al turista que no la encuentra, como la quisiera encontrar. Con peatones vestidos de toreros. Coches de caballos. Y un negrito con la cabeza zambullida en una tajada de sandía. Un banquete para la lente.
Los cubanos millonarios que viajaban mucho, cuando llegaban a Venecia sufrían un desengaño. Porque la creían una ciudad de amor y de maravilla. Y después comprendían que para el amor Venecia pone la góndola y el gondolero. Y el visitante tiene que poner la mujer. Venecia es la ciudad coqueta, con un espejo a los pies. Cuando nos miramos en el espejo del agua, tiembla el otro yo. Las luces más serias al reflejarse en el agua pierden la dignidad. Se arrugan y son como faroles de verbena. La contemplación del agua despierta en algunas personas el deseo de pescar. En otras estimula la inspiración. Los que no son amantes de la pesca ni de la poesía, el agua les da gana de escupir en ella. Como al asomarnos a la cubierta de un trasatlántico. O cuando mordemos una aceituna. La aceituna es el fruto que huele a zapato nuevo y sabe a marisco.
Cuando menos lo pensamos, la métrica social nos obliga a enseñarle La Habana a un extranjero. Hay que deslumbrarlo. Y no sabemos por dónde empezar. Lástima que el Valle de Viñales no esté en Belascoín.
Lo llevamos al centro asturiano. Para que vea las lámparas. Esperamos que se asombre para decirle que la quinta Covadonga todavía es mejor. Pintamos a La Habana antigua, y con sus calles estrechas. Los “Office boys” que van de prisa. Y los almacenes de víveres.
De pronto nos apeamos de la cera y el chofer a quién le debemos la vida nos grita animal. Nos detenemos en la Loma de “El Ángel”. Desde que se fue el baratillero con su carro y sus juanetes, de la loma de “El Ángel” desapareció la sensación de antigüedad. Ya no hay aquellos organilleros que tocaban un pasodoble y pasaban la gorra.
En los balcones españoles ya no hay macetas con claveles, ni jaulas con canarios. Las muchachas del barrio llevan siluetas de “Maidenform”. No hay más remedio que ir al Morro. A firmar un libro manoseado por tres generaciones de visitantes y a subir una escalera de caracol que huele a gato. Como todas las escaleras de caracol.
Desde lo alto la capital es una tarjeta en colores. A vista de pájaro. Los parques son injertos de campo en un Congreso de cemento. Las fachadas de los rascacielos con unas ventanas abiertas y otras cerradas parecen crucigramas sin resolver. Hay árboles alineados como militares en desfile. El forastero que se ha despeinado nos dice que La Habana es muy bonita. Y nuestra vanidad queda satisfecha.
Cuando le enseñamos los monumentos nacionales a un extranjero comprendemos que andamos un poco flojos en historia. Del bachillerato siempre nos olvidamos. Como de la primera novia. En los museos a las cosas históricas les ponen una cartulina explicativa. “Las espuelas que usó el general”. Son monumentos con pies de grabado. Los intérpretes de hoteles los leen como leen la lista del menú.
La visita al Capitolio la hemos dejado para última hora. La cúpula del Capitolio le queda grande a los murciélagos que salen al oscurecer. La Habana sería una ciudad chata si no fuera por los rascacielos. Y si no fuera por los rascacielos sería una ciudad colonial. Arquitectónicamente aspiramos a ser una sucursal de New York. Como Filadelfia. De la que no nos hemos olvidado de todo por Connie Mack y por la Orquesta Sinfónica. Pero nunca llegaremos a ser New York porque llevamos la voluntad a media asta.
Ya desapareció el último tranvía, pero quedan todavía las primeras paralelas. Y no acabamos de quitar los tendidos eléctricos. Hilos negros que nos facilitan la pesadilla de que vivimos en una capital cuyo mapa es un pentagramas y notas de gorriones.
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