Inicialmente todas nuestras madres nos encontraron bonitos y no les vamos a permitir a ningún mequetrefe que desmientan a las gloriosas mujeres que nos trajeron al mundo.
A los cubanos nos encanta decir: “¡Mira, compadre, que mal quedé en esta foto!” Y le echamos la culpa al fotógrafo hasta por un par de arrugas en la frente.
Gracia a Dios que inventaron el “Photoshop”… Y poner una foto en Facebook de hace 30 años.
Lo cierto es que debía haber más solidaridad y compañerismo entre los feos. Pero, de eso nada.
Un feo perfectamente puede decir: “Oye, mira para eso, ese tipo le mete miedo al susto”, y el otro feo le contesta: “Chico y ¿tú no te has mirado en un espejo?”
Pero, los cubanos somos hasta capaces de decir: “¿Qué le pasa al espejo este? voy a tener que comprar uno nuevo, ya no estoy luciendo bien en el”.
¿Qué derecho tiene un barbero que nos hizo 20 cucarachas en el pelo, a echar a perder el atractivo facial y la Mota de Elvis que todo cubano está supuesto a tener?
Y para colmo de males durante mi niñez surgió un cantante llamado Pacho Alonso que sacó una cancioncita que poco a poco se convirtió en un himno de lucha de los pocos feos cubanos, y entonces a ningún cubano se le puede decir que “es feo” porque enseguida le echa mano a una estrofa de la canción y nos dice: “Que me digan feo, a mí que me importa, si la dicha de los que no son bonitos todos la desean”.
En realidad hay un solo cubano feo, y es el cubano que hacía 30 años no veíamos y de pronto se topa con nosotros.
No importa si hace 35 años era más horrible que Arbogasto Pomarrosa, o si era mejor parecido que Carlos Alberto Badias, ahora lo vemos y pensamos: “¡Ñoooo que feo se ha puesto este tipo!”
A lo mejor yo estoy más feo que él pero ninguno de los dos nos enteramos de la verdad porque ambos nos decimos cariñosamente: “¡Chico, estás igualito!”
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