Mientras los aires de guerra se arremolinan con catastróficos presagios en el Medio Oriente, y en otras áreas del planeta, se nos aproxima, dentro de unos días, exactamente el 11 de este mes, sábado, para ser más preciso, la conmemoración del armisticio que puso fin a la primera guerra mundial, cuyo evento, con toda su debatible trascendencia, de poco sirvió a las generaciones futuras, que aún buscan soluciones a sus problemas mediante la destrucción recíproca. Aquellas monstruosas atrocidades, que, según los expertos de la época, sería la guerra que terminaría todas las guerras, y que, posiblemente, nos traería una paz duradera, no resultó así, empero, trayendo, paradójicamente, por la forma en que terminó, otras atrocidades todavía mayores, con la matanza y destrucción de la segunda gran guerra, y el potencial espectro de la guerra impensable.
Aquella brutalidad, cuyo armisticio, conmemoraremos el sábado próximo, produjo, entre soldados y civiles, el repugnante saldo de 16 millones de muertes, superado sólo por la segunda gran guerra, secuela, en muchas opiniones, de la primera.
Por esta razón, y como un alivio a tanta pavorosa matanza, en aquella mañana de noviembre, Europa, y el mundo en general, enmarcaba la atmósfera de un júbilo legítimo, con un grito cuyo eco tenía resonancia universal: ¡había terminado la guerra! Pero ¿había terminado? ¿O solamente sería un paréntesis abierto, cuya conclusión quedaba en suspenso, para ser ventilada una veintena más tarde?
Se llegó a pensar, por los politólogos de entonces, ante la contagiosa alegría de aquel noviembre 11, al firmarse el armisticio, que los horrores del conflicto, por toda su inmensidad, harían imposible, por su repugnante e intolerable carácter, la repetición de otro evento similar.
¡Cuán equivocados estaban! De las ruinas y cenizas de aquella primera gran guerra, se levantaría, aún con mayor devastación, y con profundas consecuencias geopolíticas, la segunda guerra mundial, con la subsecuente creación de una era de carácter despótico, materialista y unitario del Estado totalitario liderado por el dogma marxista enarbolado por Rusia.
Si los horrores de la primera guerra mundial hicieron pensar, a muchos optimistas, que tales matanzas servirían para eliminar otras guerras, los acontecimientos posteriores, testigos de mayores atrocidades contra la humanidad, han echado por tierra esos pensamientos.
Pasados los terribles estragos de la segunda guerra mundial, y los reajustes geopolíticos que le han seguido, como el desplome de la Unión Soviética, y el fortalecimiento de la OTAN, muchos analistas del presente, como aquellos de 1918, estimaron que, colapsados la Unión Soviética y el comunismo, habíamos logrado el sueño kantiano de la paz perpetua. Sin embargo, ninguna de las dos espantosas guerras que han devastado a la humanidad con sus terribles muestras de destrucción, arbitrariedades y crímenes, han impedido otras guerras en diferentes latitudes del planeta, especialmente en el área báltica de Europa.
Por lo tanto, podemos decir, con poco margen para la equivocación, que aquella teoría de que el enorme costo trágico de las guerras serviría de ejemplo para evitar otras de similar naturaleza, carece en lo absoluto, de validez.
La abominable crueldad de la primera guerra mundial no pudo evitar la enorme tragedia de la segunda.
¿Podrían los millones de muertes, y la horrenda destrucción de la última gran guerra librarnos de la tercera?
Si la hipotética esperanza de que la monstruosidad de estas guerras impediría el brote de la próxima, la impensable, la humanidad habría ganado en su anhelo de la paz perpetua. Pero ¿será así? En el momento presente, los tambores de guerra suenan con más vigor en varios lugares del orbe. En Ucrania se libran batallas diarias, donde la dinamita, la aviación, los drones y los tanques imponen su atroz lenguaje en la eliminación de seres humanos. Lo mismo ocurre en la región del Oriente Medio, donde las fuerzas israelíes combaten contra grupos terroristas empecinados en la destrucción de esa pequeña nación.
No, el mundo no es más seguro, ni más pacífico hoy, por la enorme demolición humana de esas dos grandes guerras. Si existiera, como es posible que exista, un ligerísimo margen de seguridad, capaz de prevenir el holocausto final de la humanidad, no sería basado en las dramáticas enseñanzas del pasado, sino en los horrores del futuro. Una tercera guerra mundial, donde abunda la proliferación nuclear, implicaría la casi obliteración del mundo que habitamos hoy, como el eco de Juan en el desierto.
Y, es, precisamente, el terror a ese exterminio de proporciones inimaginables, el único resguardo capaz de contener la ambición belicista, siempre latente, en líderes enloquecidos.
Luego de una pequeña digresión, regreso al tópico principal de este artículo: el armisticio de 1918.
No obstante, los asumidos fracasos de aquella gestión que puso fin a la primera gran guerra, no es menester, para restarle legitimidad a la conmemoración del armisticio de 1918 este próximo sábado ll, a los 105 años de su firma, en Francport, Francia, negarle su merecido crédito y agradecimiento.
La conmemoración del armisticio, cada 11 de noviembre nos sirve de incentivo, para reafirmar la confianza en nuestros valores y para recordar el sacrificio de las naciones que se opusieron a la arrogancia de Alemania y Austria.
De vez en cuando, en este caso, cada año, es reconfortante proyectar una clara luz en las sombras de un heroico pasado, que sirve de sostén a las libertades y derechos que disfrutamos hoy, y que es, por la mayoría, disfrutado sin cuestionar su origen.
BALCÓN DEL MUNDO
El destrozo causado por el huracán Otis, que azotó al estado de Guerrero, en México, donde se encuentra Acapulco, uno de sus centros turísticos más importantes, fue calificado por su presidente, López Obrador, como “algo no tan importante, cuyos estragos han sido exagerados por la prensa oposicionista”.
¡Este AMLO sí que se las trae! El huracán causa más de mil millones de dólares en pérdidas; cientos de casas derrumbadas, con sus correspondientes desalojos, y desamparados. La industria turística afectada. Casi paralizada. La población clamando por una ayuda gubernamental que no llega; y el presidente de la nación trata de aminorar los daños reales que la población ha sufrido, sin una justificación lógica.
¿Qué pretende López Obrador con esta ceguera ignorante? ¿A quién pretende engañar? Los hechos están ahí, palpables, a la vista de toda la nación y al mundo entero.
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Hamas es una organización terrorista, lo sabemos. También lo es Hesbollá y otros grupos operando desde Gaza y el West Bank. Pero también sabemos, y es bueno repetirlo para que no se olvide, que todos estos grupos son mantenidos, financiados y amparados por Qatar, que dona, para mantenerlos activos y de su lado, alrededor de 500 millones anuales, principalmente a Hamas, cuyo líder, Ismali Haniyeh reside en ese país ostentosamente. Haniyeh, a costa de la causa palestina, que ha sabido explotar muy bien, goza de una fortuna en exceso de 4 billones de dólares. De la misma manera, Qatar provee casi todos los fondos requeridos para el funcionamiento de la cadena de televisión musulmana, Al Jazeera, hostil a todo lo que no comulgue con el Corán.
Qatar no será terrorista, pero los ampara y alimenta fabulosamente, para que cometan atrocidades contra occidente y su sistema democrático.
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Hacia la frontera sur de Estados Unidos, posiblemente para estacionarse en México con vistas a ingresar, de manera ilegal, a Estados Unidos, una caravana de alrededor de 5 mil personas de distintos puntos de Centro América marcha sin tregua.
Otro acto temerario inútil, como los anteriores, que pone en peligro la vida de muchos de sus integrantes.
Saben, de antemano, que no van a entrar a este país. Se lo han dicho claro: no van a cruzar al territorio americano. Hay un procedimiento legal establecido para eso.
Lo peor del caso es que la inmensa mayoría es víctima de elementos que buscan explotarlos ofreciéndoles un pase imposible a este país.
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