Por María C. Rodríguez
EL PRIMER EMPERADOR
El primer emperador romano, responsable del inicio de un gran imperio, Julio César es una de las personalidades políticas más importantes de la historia. En su juventud era un hombre muy atractivo: atlético, guapo, de ojos negros y rasgos femeninos, tanto que el Rey de Britania, al convertirlo en su amante, lo hacía vestir y maquillar como una mujer. La acusación le persiguió hasta sus últimos días con la intención de socavar su autoridad.
La homosexualidad en la Antigua Roma, sin ser un crimen penal, aunque lo era en el ejército desde el siglo II a.c, estaba mal vista en todos los sectores sociales, que la consideraban, sobre todo en lo referido a la pederastia, una de las causas de la decadencia griega. Los romanos hacían una importante diferenciación sobre quién ejercía el papel de activo y quién el de pasivo en la pareja, tanto a nivel sexual como social. Y ese fue siempre el principal problema de los rumores contra Julio César, que era apodado por sus enemigos como «la Reina de Bitinia».
Un relato muy repetido aseguraba que en una ocasión los ayudantes del soberano, en presencia de comerciantes romanos, condujeron al joven patricio hasta el dormitorio real, donde fue vestido con ropajes púrpuras y le dejaron reclinado en un diván dorado esperando a Nicomedes.
El hecho de que César hubiera ejercido así un papel pasivo significaba una actuación completamente inadecuada incluso para un esclavo en Roma; y le situaba inmerso en un escenario –las cortes asiáticas– considerado propicio para la depravación sexual y las intrigas políticas.
Los rivales del futuro dictador de la República romana emplearon la historia a modo de arma arrojadiza en una infinidad de veces sin que les importara mucho que el relato fuera cierto o no. En un ambiente político exageradamente difamatorio, los rumores dieron lugar al apodo de «Reina de Bitinia» y a la definición de que Julio César era el «marido perfecto de toda mujer y la esposa de todo hombre». No en vano, también los propios soldados usaron el rumor para burlarse de su comandante en varias situaciones, sin que por ello disminuyera el enorme respeto que sentían por él.
Paradójicamente, si por algo es conocida la vida sexual de Julio César es por su apetito insaciable con el género femenino y por la falta de moderación en sus aventuras extramatrimoniales, en muchos casos con las mujeres de otros senadores.
César se desposó por primera vez a los 16 años con Cornelia –la hija de Lucio Cornelio Cina, uno de los principales líderes del partido de Cayo Mario– a quien trató con mucho respeto para los estandartes de la época como demuestra el hecho de que se negara a divorciarse como le ordenó Cornelio Sila con el cambio de régimen, pero que no se libró de las infidelidades.
En cualquier caso, las relaciones fuera del matrimonio eran comúnmente aceptadas en la sociedad romana para satisfacer los deseos más vergonzosos que una esposa romana, la encargada de asegurar la siguiente generación de activos familiares, no debía padecer.
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