EL CÁNCER DE IBEROAMÉRICA (II)

Written by Libre Online

10 de octubre de 2023

En sus luengos discursos llenos de afectación y promesas huecas, Fidel Castro Ruz —en estudiada pose de actor dramático— se volteaba ocasionalmente y preguntaba ingenuamente: “¿Voy bien, Camilo?” El comandante Camilo Cienfuegos con su sombrero de ala ancha y su larga barba afirmaba con la cabeza. Pero Fidel Castro no calculó que su “gesto actuado” le daría más popularidad a Camilo Cienfuegos que a él mismo, lo cual despertó celos y maquinaciones para eliminarlo. No podía acusarlo de “alta traición” como hizo con el presidente “de dedo” Manuel Urrutia Lleó. Camilo ya era demasiado popular y querido por las masas cubanas, aún ignorantes de lo que se cernía sobre Cuba, y embriagadas todavía con la revolución. 

Pero luego de su entrevista con el periodista Bernardo Viera Trejo de la revista “Bohemia”, donde afirmó que “ya era hora de quitarse el traje verde olivo y vestirse de civil” para encauzar al país hacia su recuperación democrática, y que había que acabar con los “vivas a los líderes de la revolución” para dar un sólo grito: ¡Viva Cuba!, Fidel Castro llegó a la conclusión de que tenía que desaparecerlo.

Así, su asesino se convirtió en el deudo más dolido frente a las cámaras de la televisión cubana dirigiendo personalmente la búsqueda de la avioneta “perdida en el mar”, con mapas y gesto “agotado”. ¡Desalmado farsante! Y después, como todo buen comunista, le convirtió en héroe de la revolución llenando las vallas públicas con fotos del “querido Camilo Cienfuegos”.

Frente al pandillero Ernesto “Che” Guevara actuó de manera diferente, pero con el mismo propósito. Nadie podía hacerle sombra, y el argentino aventurero y criminal que gracias a la revolución tenía licencia para asesinar a cubanos inocentes, fue “embarcado” en Bolivia, con alguien pasando la información de su ubicación, desde La Habana, al gobierno de René Barrientos en La Paz, en 1967. ¡Entre los malvados siempre triunfa el más malvado de todos!

No olvidemos a su fiel discípulo Hugo Chávez Frías tras su rescate y devolución al poder para desgracia de Venezuela, en abril de 2002. Desde el balcón de Miraflores le echó el brazo por encima a su salvador, el Ministro de Defensa general Raúl Isaías Baduel. “Mi hermano el general Baduel” —proclamó ante la muchedumbre mientras le abrazaba emocionado. ¡Claro que le había salvado la vida y la presidencia de Venezuela! ¿Cómo no hacerlo? Pero el “Socialismo del siglo veintiuno” (que no es más que el mismo estiércol del siglo veinte con una dosis agregada de fetidez), asomó su garra comunista algún tiempo después cuando le acusó de traición y le metió a la cárcel donde, tras una breve liberación, finalmente murió el general Baduel en octubre 12 de 2021 en la prisión de Fuerte Tiuna. ¡Qué fatídica equivocación, y cuánto infortunio le trajo a su nación!

Es que todos ellos son iguales, no nos engañemos. Lo mismo hizo Mao Tse-tung durante las semanas que siguieron a aquel discurso de victoria desde la plaza de Tiananmen con la primera paloma entrenada que se posó en el hombro de un zorro caudillo comunista. (La de Fidel Castro Ruz en el balcón del Palacio Presidencial, el 8 de enero de 1959, fue la segunda).

Los comunistas, a pesar de ser muy hábiles para la maldad, son poco creativos. Sus métodos y sistemas son repeticiones al carbón de lo hecho anteriormente. Su limitada inteligencia sólo es aplicada para hacer daño. ¿Por qué triunfan? Por el descuido de los países democráticos, y porque son hipócritas, traidores y mezquinos más allá de todo límite. Ellos constituyen la más baja fibra moral del género humano, algo difícil de comprender a cabalidad por los habitantes de las sociedades justas. Les tratamos desde la perspectiva de nuestros conceptos, porque nos cuesta mucho descender al bajo nivel de ellos; timadores, ladinos, mal intencionados, envidiosos llenos de odio, inescrupulosos y carentes de principios. 

No respetan acuerdos ni convenios, son totalmente amorales y mienten descaradamente lo mismo en la destartalada casucha de un “Comité de Defensa de la Revolución” en La Habana, que en el elegante “Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas” en Nueva York. No les importa que los demás sepamos que mienten, y su tosca desfachatez no reconoce barreras.

Felipe Lorenzo

Hialeah, Fl.

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