A veces, triste y lamentablemente, nos parece que es inútil tratar el tema latinoamericano. Han sido tantos los errores, la inmadurez política, el egoísmo y la corrupción, que no atinamos al punto de inicio para dicho análisis.
Décadas de ignorar la educación, alfabetismo real y búsqueda de vías de superación para las clases más humildes que, —es preciso aclarar— gozan también del derecho al sufragio electoral en las naciones libres y democráticas. Décadas de indiferencia y abandono padeciendo el mismo mal político: “Los que aspiran no sirven, y los que sirven no aspiran”.
Le hemos cedido tanto terreno a la calaña impostora y demagoga que conforma el aborrecible comunismo, que cuando intentamos reaccionar casi siempre es demasiado tarde. Estos depravados que preconizan la igualdad, la justicia social y otros engañosos enunciados, no son más que los peores ladrones y explotadores que podemos elevar a la cúpula de una nación. Y una vez que se afincan al poder como arácnidos ixódidos (garrapatas), sólo se dedican a chupar los recursos nacionales, desfalcar al país, robárselo todo a todos y crear sistemas de control y represión para asegurar su permanencia vitalicia en el mando. En sus comienzos se valen de cuantos quieran apoyarles, ya sean colaboradores, tontos útiles o soñadores inocentes con las mejores intenciones. Pero después se deshacen de ellos sin el menor escrúpulo.
En Cuba, cuando el ruin Fidel Castro Ruz fundó el “Movimiento 26 de julio”, —fecha trágica que el gánster cubano escogió en honor del artero asalto a las barracas y el hospital del Cuartel Moncada en la provincia de Oriente, el 26 de julio de 1953— numerosos cubanos jóvenes, tontos, soñadores o con las mejores pero erradas intenciones se unieron a él. “Cualquier cosa es mejor que Batista”—afirmaban muchos, repudiando la dictadura de Fulgencio Batista y Zaldívar. ¡Qué caro le costó a Cuba ese error fatal! ¡La “dictablanda” de Fulgencio Batista era un paraíso terrenal comparado con lo que vendría después!
Como buen converso comunista (porque el maldito sólo fue “Fidelista”), el gánster cubano —agitador y pandillero desde muy joven, participante del “Bogotazo” en 1948, abogado fracasado en 1950, y aspirante perdedor a un escaño político por el Partido Ortodoxo, que ni de cerca pudo ganar— proclamó engañosamente todo lo contrario de lo que hizo al llegar al poder. Transmutó las escuelas en cuarteles después de prometer en la “Plaza Cívica” —que rebautizó como “Plaza de la Revolución”, como si él la hubiera construido— que “en Cuba hay que convertir los cuarteles en escuelas”. Entre muchas de las escuelas transformadas en cuarteles, la más tristemente célebre fue “Villa Marista”, el hermoso campo de recreación y deportes del importante “Colegio Champagnat de los Hermanos Maristas”, que conforma hoy un tenebroso centro de interrogación y tortura de la Seguridad del Estado, el organismo represor de la férrea dictadura castrista.
Le pidió al comandante Humberto Sorí Marín, a quien había nombrado Ministro de Agricultura, que preparara la ley de “Reforma Agraria”; pero cuando dichos planes le fueron presentados, los echó abajo iracundo. Él realmente no tenía intención alguna de conceder “Títulos de Propiedad” a ningún campesino cubano, como había proclamado en sus fingidas promesas antes del triunfo de la revolución, sino solamente intentaba “hacerles creer” burdamente que la tierra que cultivaban sería suya, para explotarlos a su antojo. A partir de ese momento, “le enfiló los cañones” al comandante Sorí Marín, cuando éste supo comprender que “el máximo líder” no era más que un vulgar demagogo. Finalmente, el gánster cubano le llevó al paredón de fusilamiento en 1961, aunque prometió a su familia que “todo quedará entre nosotros y nada le sucederá a Humberto”.
¡Cínico! Otros hombres que le apoyaron en la Sierra Maestra o se jugaron la vida por él, correrían la misma suerte como hizo Lenin en su momento, y Stalin, y Mao Tse-tung. Luego repetirían esas traiciones el protervo ladrón y ambicioso Hugo Chávez Frías, el analfabeto contumaz Nicolás Maduro, el incestuoso amoral Daniel Ortega y otros por el estilo, portadores de los mismos “atributos” que hemos descrito anteriormente. Como bien vaticinó siglos antes, en 1794, el francés Maximiliano Robespierre —una de las principales figuras de la revuelta—, al ser llevado al cadalso: “La revolución devora a sus propios hijos”.
Felipe Lorenzo
Hialeah, Fl.
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