El entierro del enterrador

Written by Libre Online

19 de septiembre de 2023

Capítulo III

Por J. A. Albertini, especial para LIBRE

-¿Nunca has dicho nada…? -y la saliva moja la camisa de Felipito.

-¿Para qué? Para que me digan loco.

-¡Yo también la veo…! -Felipito se aturde.

-Eso es lo que me extraña. Nunca nadie que no sea yo ha visto a los muertos en este cementerio. ¡Por lo menos que yo sepa! -corrige-. Cuando el Tuerto trabajó conmigo pensé que por lo borracho que es podría ver, o por lo menos imaginar… pero no pasó nada… y tú que eres medio seboruco estás viendo ¡clarito, clarito!

-¡No soy tan bruto! -Felipito se anima e incorpora.

-Ya me doy cuenta. Parece que para ver a los muertos no se puede ser muy leído ni muy escribido. Aquilino siempre está leyendo en su biblia una cosa que dice: “Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos será el reino de los cielos”. A lo mejor los muertos que vemos nos están preparando el camino del cielo por ser pobres. Tú de inteligencia y yo de educación -Generoso especula.

-¿Dices los muertos? -Felipito trata de precisar-. Yo nada más veo a Susanita. ¡La veía porque ya se fue! -se asombra frente a la súbita difumación de la figura.

-Ya volverá. Ella y su hija muerta al nacer, están y van a estar hasta que Aquilino muera y se les una. Y apariciones -aclara la duda de Felipito -hay muchas. Van y vienen; algunas duran más tiempo que otras, pero todas terminan yéndose, después de joder un tiempo.

-¿Aquilino sabe lo de Susanita…?

-¡Que va! -Generoso abre los ojos desmesuradamente-. Ni puede saberlo porque es capaz de ahorcarse para reunirse con ellas. ¡Y óyeme bien, muchacho comemierda! -le advierte -¡Cómo digas algo te parto la crisma! Esto es un secreto.

-No voy a decir nada -se defiende apocado-. ¿Pero por qué tanto misterio? Los dos vimos a Susanita y a la niña -termina con cierta naturalidad.

-¡Serás tolete! No te das cuenta que si la gente se entera van a pensar que estoy loco. Que estamos locos, porque tú también la viste -lo compromete.

-¡Yo no soy chismoso! Haré lo que digas.

-Eso es lo correcto -Generoso aprueba, queda pensativo y a la postre con entonación cómplice anuncia-. Ya no estás más a prueba. El trabajo de ayudante de enterrador es tuyo.

-¡Qué bueno, qué bueno! -Felipito sale del hueco y salta de alegría-. ¡Ay como, como arden los sobacos! -el roce de la piel lo tortura.

-Dije que te pusieras la camisa y no quiero repetirlo. Para trabajar conmigo tienes que hacer caso -Generoso le recuerda.

-Lo que usted mande jefe -el muchacho asiente y se coloca la prenda de vestir.

-Fíjate -requiere la atención del joven -no puedo decir que eres vago, pero te doy el trabajo, principalmente porque, como; yo, tienes gracia para ver a los muertos. Solo, ¡sólito! -acentúa- llevo años soportándolos. Muchas veces aquí, en el cementerio, comparto con personas de carne y huesos, y al mismo tiempo estoy rodeado de fantasmas que hablan y hablan y me llenan la cabeza de cosas que no entiendo ni me interesan. Si Aquilino supiera -evalúa -que algunas tardes después del trabajo, en los ratos que nos sentamos arriba de la tapa de un panteón a tomar aguardiente, es cuando Susanita más se extrema. Él me habla y Susanita jode que jode, pasando de un lado a otro y repitiendo conversaciones que en vida tuvo. ¡Te digo que es del carajo! -Generoso se pasa la mano por el rostro-. ¡A ver! -exclama repentino -¿qué ves allá, al lado de aquel ángel de la guarda?

-¿Cuál ángel? -Felipito busca.

-¡Allá! -y señala con el brazo—. El que está a la cabecera del panteón de mármol gris, cercado con una reja pintada de blanco.

-Ya… ya veo -Felipito reconoce. -Y bien… ¿Qué ves?

-Al lado del ángel está parado un joven alto y delgado, con camisa blanca y pantalón oscuro.

-¡Perfecto! -Generoso se alegra-. ¿Qué está haciendo?

-Recita un poema que habla de amor y muerte… dice que el amor es el peor de los venenos.

-¡Coñooo! Ahora sí que estoy convencido que no estoy solo. ¡Qué alivio! -Generoso suspira.

-¿Quién es él? -Felipito muestra curiosidad.

-Se llamó José Luis Fernández Sosa y era poeta. Hace menos de una semana que se envenenó por un desengaño amoroso. Cuentan que tomó el veneno y después salió a caminar por las calles del pueblo y que al cruzar el puente de la Vigía se cayó muerto. Pero si no se va rápido yo termino loco… ¡Es peor que Susanita!

-Ya no lo veo -Felipito lo interrumpe.

-Se va y viene. Cuando menos lo esperas vuelve a aparecer con la misma cantaleta.

-Tengo hambre -Felipito interpone.

-Yo también. Hablando de muertos se ha ido el tiempo -Generoso admite y mira en dirección al sol—. Casi es la una de la tarde.

-¿Me dejas ir a almorzar a la casa? No me demoro mucho -Felipito plantea.

-Te invito a almorzar. Quiero celebrar que ya tengo quien me acompañe con el asunto de los aparecidos.

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