El olvido es una experiencia común que no hay que asociar necesariamente a ninguna enfermedad mental o nerviosa. Suele ser recurrente y normal si no llega a extremos inquietantes. Por ejemplo, algo corriente es que perdamos las llaves del automóvil. Sin embargo, el hecho de que cuando las encontremos nos olvidemos para qué sirven si es señal de un serio problema.
Nosotros, los cubanos, somos muy proclives a diagnosticar enfermedades al prójimo y a recetar verbalmente fármacos con absoluta liberalidad. Una amiga le dijo a otra que se estaba olvidando de los números telefónicos de algunos familiares, y la respuesta que escuchó fue contundente: “Ay, mi cielo, te agarró el alemán”. En efecto, en los Estados Unidos sufren la enfermedad de Alzheimer alrededor de 5 millones y medio de personas. Se estima que en el año 2050 habrá en el país de 11 a 16 millones de personas afectadas con esa enfermedad; pero no debe tomarse ligeramente la misma como para asignársela a cualquiera por errores comunes y sin importancia.
Hay que tener en cuenta que el Alzheimer es una enfermedad cerebral que causa problemas de la memoria, la forma de pensar, la habilidad para orientarse, el carácter y la conducta individual en términos generales. Es progresiva y aunque a menudo se desenvuelve con una temible velocidad, en la mayoría de los casos va pasando de un síntoma a otro de manera perceptible.
Olvidarse de un aniversario, o de una cita o un número telefónico ocasionalmente son situaciones comunes que todos experimentamos una que otra vez. El Alzheimer es tema bien serio que debe ser tratado por un apto profesional.
Hay personas que, por supuesto, usan el olvido de manera muy conveniente. Abundan los que argumentan que no pagaron su cuenta debido a “un simple olvido”. Tirso de Molina decía en su simpática obra “El Celoso Prudente”, que “no hay cosa más provechosa como un discreto mentir”. Y creo oportuno citar unas interesantes palabras de Pierre Corneille: “El mentiroso siempre es pródigo en promesas”.
En varias ocasiones algunas personas me han dicho con inquietud, “yo perdono, pero no olvido”. Ciertamente cuando uno perdona y olvida, salta de la herida a la sanación. El problema con el olvido es que no es voluntario, no obedece a nuestro mando, es totalmente involuntario y solo se consuma en casos en que purificamos el corazón en una actitud de entrega total a Dios.
Vamos a señalar, desde el punto de vista de nuestra experiencia personal cinco características del olvido que pueden ayudarnos a superar la molestia que ocasiona a muchas personas:
Lo primero es aceptar que el olvido es parte de la vida diaria. Quizás su presencia se acentúa cuando los años son muchos, pero con el simple remedio de anotar compromisos, pagos, fechas importantes, y planes, superamos la posibilidad de frustrarnos con su adversa intervención.
A menudo hay seres humanos que prefieren olvidar tramos de su propia existencia. La inquietante sombra de un pasado acusador nos tortura con inclemencia. Ya que es imposible tramitar el olvido, la alternativa que nos queda es la de arreglarnos con nuestro pasado por medio del perdón, la reconciliación, la retribución y la más sincera humildad. Alguien dijo con cierto cinismo que “nadie puede cambiar su pasado, pero todo el mundo puede contarlo al revés”.
Existe también la necesidad emocional de recordar. Nos contaba un amigo en una de esas reuniones comunitarias de las que participamos, que le molestaba no acordarse de todas las calles de La Habana, que las sabía en hilera, y que ha olvidado los números y rutas de los autobuses. Para este amigo el olvido era una disociación dolorosa con porciones de su juventud. Le sugerí que buscara en el internet una página titulada “Calles de La Habana” y otra en la que se menciona el tema de las rutas de los autobuses habaneros. A los pocos días me llamó para agradecerme mi información, pues felizmente recapturó los recuerdos que tenía perdidos. Una señora, ya octogenaria, me contaba que increíblemente se había olvidado del nombre de su primer novio. Le dije “Recuerde el del último, y resuelva así el conflicto”. Quizás mi comentario fue simpático, pero evasivo porque ciertamente es una demanda emocional la que nos obliga a mantener nuestros mejores recuerdos del ayer.
Es bueno reconocer que hoy día hay medicamentos para fortalecer la memoria y técnicas muy eficaces para mantenerla. En mis tiempos de juventud me ayudó mucho un pequeño libro de Dale Carnegie titulado “How to Remember Names”. De este famoso autor devoré textualmente todas sus otras producciones, siempre orientadas hacia promover la superación y la auto estima del ser humano. Todavía es posible comprar sus libros en español, y de veras que recomiendo su lectura.
Terminemos señalando lo que considero el lado negativo del olvido. No recordar los paisajes bellos que hemos visitado, las amistades afectuosas de que hemos disfrutado, los sentimientos amorosos que nos llenaron de flores el corazón en los días de la juventud, o los conocimientos que a lo largo de la vida hemos adquirido, nos priva del placer indescriptible de andar los caminos que nos fueron propicios. Gabriel García escribió una frase que nos sirve de punto final: “La muerte no llega con la vejez, sino con el olvido”.
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