Dentro del nuevo tipo de fiesta colectiva que se ha generalizado en los últimos tiempos —los días de las profesiones, actividades y categorías sociales en general—, el Día de los Padres representa, más que otro alguno, un homenaje a la responsabilidad. Pues no hay otra que signifique tanta, para la sucesión de las generaciones humanas, como la función paterna, a condición de que se la tome en toda su trascendencia.
Mantener y proteger a las criaturas es cosa elemental, que los mismos animales realizan cumplidamente.Orientarlas, servirles de guía en el incierto y complicado escenario de la vida, brindarles consejo y apoyo en sus dificultades y tribulaciones, señalarles metas morales e inyectarles el sentido de la ascensión personal y el deber hacia sus semejantes, es la tarea del verdadero padre.
Cada uno de ellos lo desempeña, en grado variable; a ninguno se le escapa completamente la tremenda exigencia y la inflexible deuda contraída al traer al mundo nuevos seres. Y ese cometido de suprema importancia espiritual es el que genuinamente debe honrarse en el Día de los Padres; es el que palpita en el reconocimiento de cada hijo en esa fecha.
Tanto el mundo como nuestro país atraviesan actualmente una de las épocas más turbulentas y caóticas de su historia. No hace falta pormenorizar su honda crisis, que implica la de toda una civilización: los valores, las ideas, las clases sociales, las naciones, experimentan una violenta transición hacia nuevos modos. En ella vivimos y somos parte inherente. No podemos sustraernos a su influencia, a su repercusión, a su tragedia inevitable, que trastorna almas y consume vidas.
El rol paterno, mucho más complejo, puesto que está vinculado a un deber activo y no meramente a un padecimiento sobrellevado con resignación, como suele ser el de las madres.
Y esa enorme responsabilidad cobra caracteres más agudos que nunca cuando los hijos llegan a la confusa, exigente y sincera edad de la adolescencia.
El momento en que un joven, despierto y afanoso de claridades, como lo son los de nuestro tiempo, plantea al progenitor cuestiones principalísimas para su vida; por qué andan convulsos y agónicos el mundo y su patria, qué debe hacerse para remediarlo, cuál el papel que les corresponde en la forja del porvenir y qué actitud, de aprobación o repulsa, merecen las realidades que los rodean; ese instante, que se multiplica infinitamente es el de la gran obligación paternal. De cómo responda a esos urgentes planteamientos y con qué honestidad vibre su palabra y su consejo depende su autoridad moral.
En Cuba, particularmente, ese gran problema tiene una vigencia de primer orden. Desde hace pocos años, como consecuencia de faltas y frustraciones públicas que han ido acumulando las generaciones precedentes, la juventud se agita insumisa y anhelosa.
Demasiado se ha mentido, olvidado y falsificado a lo largo de los años. Y la inexorable sinceridad de los espíritus jóvenes ha llegado a cansarse de que se les predique el ideario martiano. fuente nutricia de la democracia nacional, mientras contempla, a través de los años, cómo sus mayores, salvo escasas excepciones, vuelven la espalda al gran mandato que imprimió en caracteres imborrables la mano del Apóstol.
La generación actual está saciada de hipocresía institucional, de ver al funcionario infiel a sus juramentos, a la fuerza entronizada bajo el manto del derecho, las más elementales garantías atropelladas, la existencia humana misma pisoteada y victimada por la usurpación.
¡Difícil respuesta la de los padres cuando la boca inmaculada del hijo mozo les demanda la verdad y la justicia de ese monstruoso estado de cosas!
LIBRE no quiere desempeñar el ingrato papel de aguafiestas en el Día de los Padres. Bien están los regalos, las manifestaciones de afecto, la patente identificación personal de la muchachada con sus progenitores.
Son parte del orden moral del mundo, que subsiste aún en las peores épocas, como la contribución cotidiana al equilibrio social. Sin ese ingrediente de candor, de lazo entrañable, la existencia privada no podría mantenerse frente a tanta angustia y desconcierto como los que hoy abundan en el mundo y en Cuba.
Lo que ha querido LIBRE, siempre preocupado por su condición representativa de la opinión, es fijar en una dimensión mayor, de suprema importancia humana, el homenaje anual a la paternidad.
Ojalá nuestro país, por acción y obra de todas las generaciones de diversas edades se haga capaz de brindar mañana a sus juventudes lo único que ellas ansían de veras: una patria más justa y mejor, como sus fundadores la soñaron.
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