Las llanuras del norte de Francia, atravesadas por ríos caudalosos, constituyen una de las mayores superficies paisajistas y agrícolas de la vieja Europa. Bosques de robles y otras especies salpican ese vasto territorio en el que todas las poblaciones cuidan el entorno para sorprender y seducir al viajero. Y es cierto que la variedad y la fama de tan bellos lugares hacen difícil la elección de nuestro destino…
Por Amalia González Manjavacas
LA BRETAÑA FRANCESA
Esta región del noroeste de Francia preserva una fuerte identidad, forjada por una cultura y una lengua propias, arropada por un paisaje de bosques legendarios, bahías con poblaciones marineras y acantilados con esos solitarios faros que como pendones luminosos desafían al Atlántico.
El cielo brumoso recibe a las mañanas de verano, donde se intercalan lloviznas y vientos. Los vecinos británicos de la antigua provincia romana de Britania (Gran Bretaña), atravesaron el Canal de la Mancha y trajeron la lengua en el siglo V, que ya solo hablan un 6 por ciento ya que en el siglo XVI se anexionó a Francia.
Acantilados imponentes flanqueados por cabos rocosos, playas de arena fina abiertas en calas pequeñas, fortificaciones custodiando la costa, pecios hundidos en las entrañas de un mar de aguas verde esmeralda de las que emergen un sinfín de islas, con sus faros y sus colonias de aves.
Enfrente del Canal de La Macha es obligado visitar Rennes, una ciudad encantadora para pasear por plazas y calles con casas de entramado, terrazas y tiendas de productos locales; las playas y los paseos amurallados de Saint-Malo; el casco antiguo de Paimpol, con la isla de Beauport; Plougrescant, uno de los enclaves más bellos; la bahía de Morlaix, un tranquilo puerto natural; Brest, Crozon o Punta de Raz.
NORMANDÍA
El espectacular Mont Saint-Michel, situado en la bahía del mismo nombre y limítrofe entre Normandía y Bretaña, es uno de los principales puntos turísticos de la región.
Entre la maravilla de Mont Saint Michel y la belleza gótica de Rouen se extiende una región, Normandía, dominada por imparables playas e imponentes acantilados, el paisaje y la luz que enamoró tanto a románticos como a pintores impresionistas Monet o Gaugin, fueron atraídos hacia Normandía gracias a la facilidad que les dió el ferrocarril para recorrer los 600 km de costas, un paisaje de clima cambiante y luz especia. La casa y jardín de Monet en Giverny es uno de los atractivos turísticos, donde pintó los cuadros de nenúfares.
Y para conocer Rouen, la capital de Normandía, se puede caminar por su centro histórico, repleto de colombages, es decir, fachadas con entramado de vigas de madera y argamasa, y como no, su catedral, esa que Monet captó a distintas horas del día, para percibir sus distintas luces… y ángulos.
POR LA RUTA DE LOS CASTILLOS
DEL LOIRA
Hubo un tiempo en el que París no era el centro del poder de Francia. En el siglo XIV cuando luchaban contra Inglaterra durante la llamada guerra de los Cien Años, los reyes y sus cortes se establecieron a lo largo de el boscoso y fértil valle del río Loira, el más largo que cruza de sur a norte para girar después de este a oeste.
A lo largo de su recorrido se suceden edificios de distintos estilos arquitectónicos que han sobrevivido. La dureza del castillo de Chaumont, por ejemplo, que a pesar de sus distintas remodelaciones conserva su aspecto de fortaleza medieval, conviviendo con la delicada armonía del palacio de Chenonceau que parece salido de un cuento infantil contrasta con el castillo de Blois en el centro de la ciudad, que despliega en su patio todos los estilos que van del gótico al neoclasicismo.
A la altura de Orleans, cuando el Loira gira hacia el Atlántico, es donde nace el Valle del Loira propiamente dicho, y su ciudad, Orleans donde un año 1428, y 1429, no se olvida, una fecha en la que una mujer Juana de Arco, se atrevió a levantarse y olvidar la ciudad de la amenaza de los ingleses. Y lo hizo sin contar con el apoyo de la Iglesia ni de los militares. Su memoria está presente en calles y plazas que llevan su nombre y con una casa-museo consagrada a su memoria.
Hacia el oeste de pronto aparece lo más profundo del bosque, y allí, el castillo de Chambord, joya del renacimiento francés, cuya concepción se atribuye al polifacético Leonardo da Vinci ya que el genio italiano fue amigo de Francisco I y como tal residió en el castillo los últimos años de su vida, una obra que no vio terminada, ya que murió antes del comienzo de las obras en 1519. El edificio ha sobrevivido casi intacto al paso de los siglos y conservó muchos tesoros del Louvre durante la II Guerra Mundial para evitar ser destruidos.
El original castillo de Blois, con sus cuatro partes de distintas épocas; el de Cheverny, el que inspiró a Hergé el de Tintín, y el de Chaumont, que con sus inconfundibles torres de tejado cónico de pizarra es famoso por celebrar cada primavera el Festival Internacional de Jardines con sus exposiciones que combinan arte y paisajismo.
Llegamos al siguiente, el castillo de Amboise, uno de los más emblemáticos del valle que se alza sobre una colina que domina el río y a 20 kms de Tours. Finalizado por Francisco I quien vivió allí durante los primeros años de reinado, rodeado de muchos fastos, el lugar tuvo sus días de gloria a mediados del siglo XV. El rey Francisco, admirador del italiano lo alojó en el palacio de Clos Lucé del que se dice está comunicado con el del monarca a través de un pasadizo subterráneo. La mansión se conserva, pero no así el castillo que fue destruido y desmantelado durante distintos conflictos y hasta fue prisión. En su interior, la capilla de Saint-Hubert, alberga la supuesta tumba de Leonardo da Vinci.
La lista continúa. El castillo de Chenonceau conserva cuadros de Tintoretto, Veronese, Van Dyck; el de Villandry, con sus impresionantes jardines geométricos que se consideran los más bellos del Loira; el de Langeais, también del siglo XV y aspecto medieval, posee una excepcional colección de muebles, arte sacro y tapices.
El imponente castillo de Ussé, una fortaleza que reta al vértigo al asentarse sobre un abrupto acantilado. del que se dice que Perrault imaginó el castillo de la Bella durmiente o el de Azay-Le-Rideau sobre una isla y rodeado por un extenso jardín inglés, finalizado en el XIX, cuya silueta es uno de los mejores ejemplos de arquitectura renacentista francesa.
La memoria permanece en todos ellos y se renueva permanentemente en el Valle del Loira. Desde la Edad Media hasta el Renacimiento, y después en el Barroco y el Neoclasicismo hasta llegar a nuestros días, la mente viaja en el espacio y en el tiempo.
BURDEOS: LA CIUDAD MÁS HERMOSA
DE FRANCIA
Cerca de la costa atlántica, al suroeste del país, se levanta Burdeos, ciudad portuaria, capital de la región de Nueva Aquitania. Monumental y apacible, Burdeos asombra por su armonía arquitectónica, por mimar un extenso y bello casco histórico, por lo que se la conoce, y con toda razón, como «la perla de Aquitania» y registrada en la lista del Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
Un recorrido por la señorial y vitalista Burdeos incluye, la gran plaza de la Bolsa, con su pavimento transformado, la catedral gótica de los siglos XI al XIII, con muchas bodas reales célebres; el popular barrio de Saint-Michel con sus típicos bistrots, sus anticuarios y diversas universidades; el barrio de Saint-Pierre, la plaza de la Comédie con el gran Teatro con la escultura de Sanna de Jaume Plensa y el Triange D´Or con su paseo de Tourny…. Con razón, la ciudad que Stendhal calificó como «la ciudad más hermosa de Francia», es en uno de los destinos imprescindibles de Europa.
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