Una de las tácticas, quizás la más abominable, usada en las pasadas elecciones de medio término, fue la del soborno enmascarado por la administración de Joe Biden, y extendida a nivel nacional por el Partido Demócrata, de ofrecer a la juventud votante, el perdón de la deuda estudiantil de $10,000, o más, como incentivo para llevarlos a las urnas y obtener sus votos. Es, desde el punto de vista moral, realmente deplorable, porque son estos engaños los que socavan la integridad de nuestro proceso democrático.
En las varias ocasiones en que el perdón de la deuda decretada por Biden, sin consulta, aprobación, ni apoyo del Congreso, ha llegado a las cortes, el fallo, invariablemente, ha sido contra la orden presidencial por su carácter inconstitucional. La persistencia de la administración de proseguir con el plan, ignorando las reglas de derecho y la separación de poderes, es realmente inexplicable por su evidente ilegalidad.
En la promesa del alivio a la deuda estudiantil había más que el ánimo o el aliento legítimo de aumentar el flujo a las urnas. Esa gestión es parte del ejercicio democrático de la consulta popular, y es, totalmente entendible y justificable. Pero la intención, aunque disfrazada de generosidad, obedecía más al mundano interés del beneficio político, que al sentimiento altruista de una sincera cancelación.
Sin embargo, lo que hizo el presidente, Joe Biden, fue implementar un plan embustero, a todas luces inconstitucional, de ofrecer incentivos financieros a los jóvenes votantes, con la promesa del perdón a sus deudas estudiantiles. En la pupila pública esto no deja de verse sino como una estratagema para atraer votantes en las elecciones del pasado noviembre, con un grupo, los estudiantes deudores, como blanco específico. ¿Existe alguna ilegalidad en esta estrategia? Probablemente no; salvo aquella de saltar por encima del Congreso, echando a un lado la división de poderes, y decretar al margen de la Constitución.
Lo dicho no significa, en modo alguno, que la deuda estudiantil que afecta a millones de jóvenes no sea, de hecho, una preocupación nacional. Es, en efecto, un asunto de primer orden en la prioridad de problemas sociales a resolver. Pero buscarle una solución temporal, con motivaciones políticas, no es la solución práctica, ni honesta.
La deuda estudiantil que pesa sobre el futuro de tantos jóvenes americanos va más allá de las líneas políticas partidistas, y resulta imperativo un enfoque completo y exhaustivo, emanado del poder ejecutivo, o del Congreso, que culmine en forma de ley codificada para darle solución real, y no un espejismo engañoso, como el perpetrado por el presidente Biden, y su administración, para ganar votos en las pasadas elecciones de medio término. Eso, no se la hace a la juventud. No es justo, ni honesto.
Mas, a pesar de todo lo que pudiéramos escribir condenando esta truculencia política de Biden, usando el sensible tema de la deuda estudiantil, y su promesa de cancelación como estímulo monetario para obtener sus votos, contrario a toda esperanza justa y ética, la táctica le funcionó. Su intento, carente de legítima bondad, fue, ultimadamente, exitoso.
Y es que Biden ha mostrado, en sus más de 50 años de vida política, un instinto acomodaticio, camaleónico, desde la indiferencia hacia los afroamericanos, en la década de los 80s, cosa destacada por su actual vice presidenta en las primarias del 2020, hasta ser su fiel protector desde su llegada a la presidencia. O, como, por ejemplo, adoptar, por décadas, una postura política paradojal en sus propias actividades, presentándose como centrista moderado en el Senado, para revelarse como el presidente más izquierdista liberal de la última veintena.
La oferta de Biden de perdonar la deuda a millares de estudiantes, que, a simple vista, pudiera parecer trivial, conlleva en sí, riesgos y consecuencias. Es probable, de acuerdo a la opinión de prominentes expertos legales en temas constitucionales, que la ayuda o alivio a la deuda, sea declarada inconstitucional.
De ser así, la división del país tomaría tonos inflamables, entrando en juego hasta la credibilidad de la Corte Suprema. Y las fricciones ideológicas políticas, en lugar de un modo empírico prudente para resolver los problemas, serían el debate diario conducente a la inestabilidad.
La imprudencia del presidente, pretendiendo sobornar a una clase vulnerable de la sociedad, como es colectivamente el estudiantado, ofreciéndole ayuda financiera con el propósito de obtener a cambio sus votos, pudiera ser a corto plazo políticamente rentable, pero a la luz de la razón moral, no pasa de ser un abuso de poder inaceptable.
Ahora le toca al Congreso remendar lo descosido.
BALCÓN DEL MUNDO
Son las 4 P.M. del miércoles 4 de enero en que escribo esta columna, y Kevin McCarthy continúa corriendo afanosamente, digamos, desesperadamente, los pasillos del Capitolio, buscando los votos que no encuentra para ser elegido presidente, es decir, Speaker, como miembro de la mayoría republicana. Necesita 218 votos y no los encuentra. Ha tratado todo, incluyendo inesperadas concesiones con sus oponentes, y los votos no llegan. En efecto, llegan, pero disminuidos.
En su último momento de desesperación solicitó del ex presidente Trump su endorso, y eso, tampoco le funcionó. Cerrando esta nota, me llega la noticia: El Freedom Caucus republicano ignoró la petición, y en la última votación, incluso con la bendición de Donald Trump, no obtuvo los votos requeridos, poniendo fin a una sudorosa campaña que marcó récord en la elección del Speaker de la Cámara.
Kevin McCarthy no ha logrado su dorado sueño de 30 años. Hasta ahora.
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El gobierno interino de Juan Guaidó, si alguna vez existió, ha desaparecido. Supuestamente la Asamblea Nacional designará a un nuevo presidente, probablemente esta misma semana. El gobierno de Biden dice que desconoce a Maduro como presidente y que reconoce a la Asamblea como el único organismo gubernamental jurídicamente legítimo. Todo un complicado rompecabezas al que le faltan varias piezas para que tenga alguna semblanza entendible.
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Ucrania les ha tomado la medida a los drones iraníes usados por los rusos contra la población y estructuras ucranianas, y cada día son más los artefactos derribados por la fuerza aérea de Ucrania.
Rusia está dependiendo en gran medida de los Shahed drones, que son más grandes que los normales, y mucho más lentos, y que los hacen más vulnerables al sistema de defensa aérea suministrado por Occidente.
Cuando la guerra de Ucrania termine, la nación arbitraria e injustamente agredida, quedará semi destruida. Pero Rusia emergerá como una nación profundamente debilitada, militar y económicamente, y, sobre todo, permanecerá por muchos años como una nación paria en la comunidad internacional.
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Cuba, el primero de enero, arribó a sus 64 años de vida (¿vida?) comunista ayudada por la misantropía internacional y la filantropía de la diáspora. De no haber sido por estos dos poderosos factores, la historia hoy sería diferente. Pero hay factores eternamente irreversibles inherentes a la condición humana. Mientras estos factores, en su condición filosófica, divergentes, pero en la práctica humana convergentes, persistan, las hojas del almanaque seguirán cayendo en una acumulación atroz como las cadenas en el suplicio de Prometeo.
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