Le llegó el momento. El partido Republicano no puede prolongar más la decisión, incómoda, pero absolutamente necesaria, de confrontar directamente a Donald Trump. El hombre que fuera un eficiente, aunque controversial presidente, comenzó, desde su derrota en 2020, su carrera cuesta abajo. Primero, su renuencia a aceptar su derrota, seguida de su intento de impedir la certificación de la elección, y finalmente, su exhortación a la marcha al Capitolio que culminó con su infortunado violento asalto dio al traste con un legado que parecía seguro y favorable. Al menos, así lo creí yo.
No obstante, y pese a su trayectoria de incontables problemas con la justicia, el ex presidente ha logrado mantener, por los dos años fuera de la presidencia, el control del Partido Republicano con un respaldo considerable. Pero sus repetidos traspiés, han ido mermando ese respaldo, y ya son varios congresistas y senadores los que se han manifestado contra su conducta y ven, con cauteloso agrado, la posibilidad de una gestión del partido para resistir la presión de Trump.
Donald Trump siempre ha sido una figura impredecible. Pero, donde alcanza su máximo extremo, es su actuación, incomprensible, cuatro semanas después de haber anunciado su candidatura a la presidencia, de invitar a una cena en su hogar, en Mar-a-Lago, al supremacista blanco, Nick Fuentes, y al famoso rapero Kanye West, ambos notorios antisemitas. Y, lo realmente irónico del caso, es que Donald Trump no posee una gota de antisemitismo en sus ideas. Al contrario, siempre ha sido un fervoroso defensor del estado judío de Israel.
A muchos de los que vieron su discurso anunciando su candidatura, incluyendo el que suscribe, observaron a un Donald Trump candidato, muy diferente al Donald Trump presidente. Estaba ausente la energía y el entusiasmo de ayer, Tal vez el peso de la presidencia, o quizás, los casi 77 años, se están haciendo sentir.
El último incidente de hace unos días, el más desafortunado, hasta el momento, ha sido su absurda carga contra la Constitución, abrasado por esa perenne fanática obsesión de reclamar una presidencia que, según él, le han robado, y que quiere que, de alguna manera, alguien, o algo, de cualquier medio, o forma, lo regrese a la Casa Blanca.
Y estas reclamaciones, expresadas en un Tweet, la semana pasada, implican no sólo un riesgo político para el Partido Republicano, sino, lo que es peor, un peligro real para el país.
Posteriormente, el ex presidente quiso redondear, a manera de clarificación, el tweet anterior, y dijo que, “the fake news” trataba de convencer al pueblo americano que él quería terminar la Constitución.
Pero sus palabras fueron claras: “que se permita la terminación de todas las reglas, regulaciones, y artículos, incluso los encontrados en la Constitución”. “Y que, por lo tanto, la elección del 2020 debería ir justamente al ganador, o, por lo menos, anularlas y celebrarlas de nuevo”. Así lo explicó Trump. Pero, el pueblo americano, que no es nada tonto, entendió el significado del tweet en su exacto concepto y ha mostrado su repudio a semejante disparate.
A estas alturas, Donald Trump es un terreno minado para el futuro del Partido Republicano. Su candidatura tendría un carácter negativo y les negaría la oportunidad a otros candidatos jóvenes, con agendas similares a la suya, pero sin su drama.
Afortunadamente, los republicanos cuentan en sus filas a figuras valiosas en un número de gobernadores en estados importantes, con potencial presidencial.
El primero entre ellos es Ron DeSantis, de Florida, por su arrolladora reelección en las pasadas elecciones, quien se espera que declare su candidatura en los próximos meses. También entretienen sus aspiraciones Youngking, de Virginia, y Kemp de Georgia, con la posible adición de, por lo menos, tres o cuatro más. El Partido Republicano tendrá que tomar un ejemplo de la estrategia usada por sus adversarios demócratas, cuando, en las primarias del 2020, se las ingeniaron para cerrarle el paso al viejo socialista Bernie Sanders, y desempolvaron al casi olvidado Joe Biden, al que rediseñaron como centrista moderado, quien, desde el sótano de su residencia, sin hacer campaña, derrotó a Donald Trump.
Esto no quiere decir, en modo alguno, que, en términos realistas, el Partido Republicano esté hábil, bajo las condiciones presentes, para un abierto rompimiento con Trump. Pero un apoyo a DeSantis, u otro candidato de semejante prominencia, sentaría la pausa para un cambio de posición en la dirección del Partido. ¿Podría pasar? Es posible, pero no probable.
Al margen de acontecimientos de fuerza sísmica, que pudieran, de forma dramática, alterar el panorama político, el escenario más probable sería unas primarias con abundantes aspirantes, como aconteció en el 2016, que, de hecho, garantizarían la nominación de Donald Trump, al dividirse la votación en detrimento de los moderados.
Si este escenario se vuelve realidad, Donald Trump ganaría la nominación, para perder la presidencia.
Al final, todo queda en las manos de la dirigencia del Partido Republicano. La decisión es suya.
BALCÓN AL MUNDO
La incógnita de Georgia quedó resuelta: el Senador demócrata Raphael Warnock derrotó por escaso margen al republicano Herschel Walker en una votación récord para el estado de Georgia. Los votantes demostraron su confianza en nuestro sistema electoral. El ex futbolista Walker concedió, mostrando decencia y cortesía, expresando su fe en nuestra Constitución. Aunque la campaña fue brusca, al final, prevaleció la civilidad como debe ser en los encuentros políticos. En efecto, como siempre ha sido.
Los demócratas aumentaron un asiento en el Senado para ganar la mayoría 51 vs 49.
Tenemos ahora un Congreso divido. Así lo quisieron los votantes.
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La revista TIME ha escogido como El Hombre del Año a Volodymyr Zelensky, presidente de Ucrania. ¿Quién más pudo haber sido?
El Hombre, más que del año, es el de la década. Su ejemplo es un modelo viviente de coraje, amor a su patria, a la libertad, y la democracia.
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El presidente de Perú, Pedro Castillo, en un intento de Golpe de Estado, disolvió el Congreso, el Poder Judicial, impuso un toque de queda, y se disponía a gobernar por decreto cuando, con la aprobación popular, las fuerzas armadas y policiales, lo sacaron del poder y lo enviaron a prisión.
Los países democráticos de la región, de los que pocos quedan, aplaudieron la gestión. El presidente de México, López Obrador, populista, demagogo y socialista, como su ex homólogo, Castillo, lo defendió alegando que las élites sociales y económicas de Perú, lo sacaron del poder.
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Y es que López Obrador anda de pésimo humor en estos días, después que el pasado martes, el Congreso le asestó una tremenda derrota legislativa, cuando por una votación de 269 vs 225, rechazó su propuesta de enmendar la constitución, y reformular el sistema electoral, lo cual le daría un enorme poder para manipular las próximas elecciones.
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Cristina Fernández, la vicepresidenta argentina, ha sido condenada a seis años de prisión por una cadena de corrupciones, antes, durante, y después, de todas sus funciones en el gobierno, al amparo de esa enorme mafia que es el peronismo.
No irá a la cárcel. La ampara su inmunidad como vicepresidenta. Y después, vendrán apelaciones tras apelaciones, que durarán años. Y cuando las apelaciones y los años se agoten, tal vez se tome unas largas vacaciones al amparo del gobierno cubano con el cual ella mantiene tan buenas relaciones.
Cristina jamás visitará la cárcel. Los peronistas se encargarán de eso.
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