Por María C. Rodríguez
Se cuenta que vivió por la zona central de Cuba un señor de edad ya madura llamado Don Sebastián, el cual tenía un cariño sin límites por una bella mulata de 17 años llamada Julia Rosa.
Según dicen las malas lenguas, Julia Rosa era hija del solterón Don Sebastián, porque ambos tenían los mismos ojos verdes, y también dicen, que cuando Julia, la madre de Julia Rosa, murió al parirla a ella, que era una niña casi blanca, Don Sebastián, lloró su muerte en público.
Ahora bien, Don Sebastián tenía una hermana, la cual tenía un hijo muy apuesto llamado Felipe, y había llegado a los oídos de su madre, que él y Julia Rosa se estaban enamorando.
Pero la madre del joven no podía permitir que esto sucediera, pues Felipe, estaba comprometido desde su niñez para casarse con Elvirita, la hija de Doña María Elviera, una vieja amiga de su madre.
La madre de Felipe, al ver que su hijo se alejaba cada vez más y más de Elvirita, y estaba más unido a Julia Rosa, se alarmó más aún, y le habló a Doña María Elvira, la cual al saber esto, mandó a buscar a un brujo que vivía en las cercanías de su hacienda.
Cuando el brujo vino, invitaron a Julia Rosa, y este le dio de comer un extraño dulce de coco mientras le contaba muchas historias ocurridas en el África, su tierra natal; él le dijo que muchas mujeres son transformadas en aves y que esas mujeres no mueren jamás. Julia Rosa rió mucho, pero después tuvo miedo.
Al dia siguiente, Julia Rosa había desaparecido y el brujo fue enviado de regreso lejos, muy lejos, a la hacienda de Doña María Elvira. Don Sebastián no soportó la pérdida repentina de Julia Rosa, y murió.
Tiempo después, Felipe andaba caminando cerca del mar, y vio cómo se le acercó una gaviota, la gaviota tenía los ojos verdes y de un mirar muy raro, casi humano.
Felipe murió loco, porque se había enamorado de una gaviota.
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