CAP. XVII DE XXXII
Por Oscar F. Ortiz
Leo dio un paso al frente y le mandó otro puñetazo al hippy, pero en esta ocasión Rick se agachó para eludir el golpe y se abalanzó sobre su atacante. Al chocar los dos hombres, Byers abracó a Leo y lo proyectó hacia atrás. Cayendo ambos duramente y rodando por el piso. Haciendo girar su cuerpo, el «neoyorrican» se las arregló para quedar encima de Rick y aplastarlo contra el linóleo con su formidable peso. Se le sentó a horcajadas sobre el pecho y le inmovilizó ambos brazos con cada una de sus rodillas. Gruñendo una y otra vez, mientras intentaba liberar sus extremidades, Rick se percató de que sus esfuerzos eran fútiles. Leo lo tenía bien agarrado.
Lucas intentó interponerse entre ambos y separarlos, pero Candy Mack, que conocía mejor a Leo, le hizo señas para que no lo hiciera. Jadeando y rezongando como un toro, Leo agarró un puñado de la mata de pelos grasientos de Rick y tiró con fuerza para obligarlo a ladear la cabeza, exponiendo su cuello. Entonces le colocó la punta de su navaja de bolsillo contra la garganta y el hippy quedó petrificado.
─¿Qué dijiste que ibas a hacerme, cabrón? ─Bisbiseó Leo.
Rick, todavía desafiante, pero sin poder moverse, le escupió a la cara. En represalia, Leo le hundió medio centímetro la punta de la navaja.
─¡Quítame tu gordo trasero de encima, escoria del Bronx! ¡Voy a mat…!
Pero no pudo terminar la frase por quedarse sin voz, y sin garganta. Leo no perdió tiempo en cercenársela.
Por unos segundos de espectral silencio, en la sala sólo se escuchó un leve gorjeo producido por el aire y la sangre que escapaba a borbotones por la garganta abierta del Hippy Rick. Leo limpió la filosa hoja de su navaja en la camisa del occiso y se incorporó con ella todavía en la mano. Con la violencia aún retratada en su semblante, se enfrentó a Candy Mack y a Negro Lucas.
─Saquen a este pedazo de mierda de aquí ─les ordenó tranquilamente─. Tiren el cadáver en la bañera por ahora. Ya veremos luego lo que hacer con él. ¡Vamos, muévanse!
Ambos mercenarios se apresuraron a cumplir la orden.
─Ahora tengo que salir, pero regresaré con un carro para llevarme a esta carroña ─dijo Leo cerrando su navaja y guardándola al comprender que sus hombres no iban a darle problema, al menos por el momento─. ¡Tranquen la maldita puerta y pasen los cerrojos, coño!
¡Y manténganse alertas!
***
No hizo Leo sino abandonar el refugio, se coló en la primera cabina de teléfono público que encontró y telefoneó al número de contacto que le había dado Yuri sólo para emergencias. No contestó Pavenko, lo hizo un contestador automático y Leo dejó dicho que se encontrara con él dentro de una hora ─siempre se daban una hora de tiempo─ en la discoteca latina. Leo iba decidido a matar dos pájaros de un tiro; quería informar al ruso de lo ocurrido con Hippy Rick y, por otra parte, como esa misma tarde el carro que servía de transporte para los viajes de recogida al Seaport Mall de South Street había sufrido una avería, Leo debía poner al corriente a Pavenko para remplazarlo.
El ruso lo encontró donde siempre, sentado al final de la barra en la discoteca. Caminó directamente hacia él y, aprovechando que el asiento contiguo estaba vacante, lo ocupó.
─¡Qué demonios sucede! Cuando te contraté me garantizaste que podías encargarte de cualquier problema.
Sobresaltado por el tono hosco del patrón, Leo reculó en su silla.
─Tranquilo, Yuri. Todo está bajo control. Sólo quiero informarte algo.
─¿Qué? ─inquirió el ruso en tono hosco.
─Uno de los muchachos… Lo que ocurre es que decid aparecerme por allí sin anunciarme y los sorprendí con la guardia baja. Dos reaccionaron más o menos bien. Pero el tercero falló la prueba.
─¿Y…? ¿Qué sucedió?
─Pues, nada, los puse a todos en sus sitios, pero uno de ellos se lo tomó a pecho y me faltó el respeto…
Lo maté. Eso es todo… Aparte de eso, tenemos problemas con el carro; se averió.
Pavenko lo miró con dureza. Por un momento tenso, el ruso permaneció callado y pensando, a la vez que batallaba por no perder los estribos.
─¿Piensas que hiciste lo correcto, Leo? ─Bisbiseó Yuri─. Escúchame, cabrón, con la plata que me están costando tú y tus malditos simios, puedo darme el lujo de despedirlos a todos y buscarme otro equipo mañana mismo… ¡Qué porquería de gente has contratado con mi dinero!
Resignándose a escuchar la reprimenda del patrón, Leo bajó la cabeza y aguardó en silencio a que el ruso se calmara un poco. Pavenko respiró profundo par de veces, bebió de su trago, y al fin logró serenarse.
─Asegúrate de que esos bastardos no vuelvan a fallar ─dijo al cabo de un rato─. ¿Entiendes, cabrón? ¡Lo mismo va contigo!
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