Por María C. Rodríguez
Se cree que los cazadores en la prehistoria tenían pánico de la sangre menstrual porque creían que su olor podría propiciar el ataque de animales peligrosos.
Hipócrates (466 y el 377 a.C) creía que la sangre menstrual era un desecho porque la mujer generaba demasiada sangre. Hipócrates, inventó una gasa de hilo enrollada en un trozo de madera y fomentó su uso entre las mujeres.
El tampón lleva siglos inventado: en el Antiguo Egipto las mujeres de clases altas utilizaban papiro enrollado para absorber la sangre menstrual.
En el siglo I d.C., Plinio el Viejo dedicó un capítulo entero a la
menstruación en su libro ‘Naturalis historia’, de donde podemos afirmar que salieron muchísimas de las leyendas urbanas posteriores.
En el siglo VI, las mujeres ricas pertenecientes al Imperio Bizantino, encargaban tampones a los griegos de Crimea, que los elaboraban con la mejor lana y la enrollaban de una manera particular. Podríamos estar ante la primera fábrica oficial de tampones.
En la Edad Media se consideraba que la mujer era más débil que el hombre y que era incapaz de digerir bien los alimentos… así que los restos de estas indigestiones se evacuaban durante la menstruación.
No fue hasta el siglo XX cuando los médicos alemanes, Fritz Hitschman y Ludwig Adler, determinaron que el ovario tenía “cierta” influencia sobre la menstruación y los procesos del útero en el embarazo.
Hasta no hace mucho, las trabajadoras de bodegas y destilerías no trabajaban cuando tenían la regla porque todavía se pensaba que la menstruación agriaba el vino.
A principios del siglo XX, el doctor Béla Schick «descubrió» que cuando alguien llevaba flores al hospital y estas quedaban a cargo de una enfermera con la regla, las flores se marchitaban antes («toxicidad
menstrual»).
Se dice que entre 1700 y 1900 las mujeres de las altas clases europeas no usaban ni toallitas, ni compresas, ni esponjas. Las señoras de bien sangraban sobre su propia ropa. Ah, y jamás llevaban ropa interior.
En 1937, Leona Chalmers patentó y comercializó un invento denominado «receptor catamenial», que era nada más y nada menos que la copa
menstrual.
En 1888, Johnson&Johnson
comercializó las primeras compresas desechables, en contraposición con las compresas de tela o los paños que se utilizaban hasta entonces. Pero la sociedad pudorosa de la época no las aceptó. Sin embargo, después de la I Guerra Mundial las compresas tal y como ahora las conocemos vivieron su época de esplendor. Esto se produjo porque muchas enfermeras que trabajaron durante el conflicto bélico se dieron cuenta de que el rayón, que se utilizaba como sustituto del algodón, era muy absorbente.
Aunque sean menos populares, las compresas reutilizables siguen utilizándose a día de hoy, especialmente por ecologistas, personas preocupadas por el medio ambiente u otras que no quieren gastarse un pastizal todos los meses.
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