Foto de ARISTIDES (1957)
Los bodegueros celebraron su día. Para ellos, tan enraizados en lo nuestro, tan encariñados con nuestro medio, hubo en ese domingo muchos abrazos afectuosos, muchos sinceros apretones de mano. El bodeguero no es un
comerciante ajeno al público, sentado en refrigerada oficina; es un mercader que se codea día a día con sus clientes, que les conoce a fondo, sabe sus penas y sus alegrías. El bodeguero forma parte íntegra de nuestras más típicas clases populares; él —a lo mejor —prestó el dinero para los gastos de una enfermedad o dio fiados los refrescos para celebrar un santo o un bautizo. Está por eso enraizado en el alma del pueblo que va a sus establecimientos como a casa de un amigo.
Claro está que los tiempos han cambiado mucho. Varias generaciones de cubanos se han ido incorporando a la clase. Las bodegas han variado en lo externo: ahora hay más luces, anaqueles barnizados, neveras eléctricas, vidrieras con refrigeración. Ya la mulatica sandunguera no pide la contra de sal ni grita el chiquillo demandando: dos de café y tres de azúcar! Ya los «groceries» han sustituido en mucho a las viejas bodegas y éstas se
modernizan para no sucumbir ante el empuje del progreso.
Pero el bodeguero no ha cambiado mucho en espíritu; ha seguido siendo el hombre sano y paciente, amigo de todos en el barrio, que lo mismo presta el dinero que da un consejo o un informe. Dejó algo de aspecto externo. Pero no dejó su sencillez ni se le recortaron los entusiasmos. Y ha seguido siendo un tipo popular en su barrio, un tipo que ya no se podrá borrar de nuestro folklore.
Por eso, al celebrar su día, tuvieron los bodegueros todos el abrazo cordial de los que conviven con ellos todos los demás días del año. Por eso, porque se lo han ganado con esfuerzos, con dedicación, con servicios, váyales aquí el saludo sincero junto a los votos por su progreso y bienestar.
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