Por ERNESTO MONTANER (1954)
Dicen los optimistas que en la vida no hay nada imposible y que todo depende del entusiasmo y el tesón que pongamos en las cosas para obtenerlas. Y vamos a aceptar esa tesis. Muy bien. Pero a cambio tenemos que exigir que reconozcan que hay cosas difíciles —casi imposibles— en las que de nada vale el entusiasmo que pongamos ni la firmeza del propósito.
Una de ellas es —sin lugar a dudas— que el doctor Grau San Martín responda, concretamente, a una pregunta, Preguntarle es fácil —él da pie para ello— lo difícil es obtener su respuesta. Porque es en un mismo tiempo desconcertante, absurdo, inteligente y simpático. Habla como asturiano y es el más criollo de todos los criollos. Una cosa es por fuera y otra por dentro. Una especie de melado de caña o raspadura envasada en Asturias: Quizás se le derramaba a chorros cuando decía: “habrá dulce para todos”. Sin embargo, respuesta concreta no la hubo nunca para nadie. Ni la habrá.
Grau aplica en sus conversaciones el conocido método de Ollendorf, para aprender el Idioma Inglés. Perfeccionado con la técnica moderna del notable profesor de Fisiología, Es más; si le preguntaran qué opina del método de Ollendorf, el doctor Grau estiraría los brazos, haría un pollito de lo más gracioso y respondería con una sonrisa irónica:
—Verdaderamente, amigos — ¿por qué no decirlo?- la Vía Blanca es una cosa maravillosa. Esa es la obra del autenticismo, obra del pueblo, porque el autenticismo es del pueblo y el pueblo es del autenticismo. ¿A usted no le parece?
Es un nuevo Ollendorf, corregido y aumentado —menos aumentado— negando y afirmando a un mismo tiempo al verdadero Ollendorf.
Solamente el anuncio de un programa en televisión a base del doctor Grau. con el título de “Pregúnteselo a Grau”, causó sensación. Ya el público se imaginaba al viejo profesor haciendo de las suyas ante las cámaras. Produciendo siempre el último chiste; improvisando las más graciosas morcillas; creando un nuevo personaje de alta comicidad, capaz de superar al mismísimo Fcrnandel. Porque es innegable que las cualidades histriónicas del ex presidente cubano jamás han sido superadas en el teatro.
Grau es un cómico nato. Y como todos los grandes cómicos, sabe buscar en el contraste de matices insospechados las emociones humanas, convertidas unas veces en risa y otras en llanto. Ningún verdadero “gran cómico” nos hará reír solamente. Los genios de la comicidad –Chaplin, Cantinflas, etc. etc., nos muestran a veces su parte dolorosa —mueca de horror y de espanto— para ha-cernos llorar con su tristeza. Es el reverso ¿por qué no el anverso?— de la personalidad del cómico. Y el doctor Grau nos ha hecho reír como nadie y también nos ha hecho llorar.
“Pregúnteselo A Grau” tiene que ser un programa sumamente interesante. Es él ante las cámaras en diálogo directo con el pueblo. Para que todos pregunten y él tener siempre una respuesta oportuna, una frase mordaz o una salida hiriente y genial. Es él, derrochando ingenio y talento en la televisión donde no hay ni talento ni ingenio. Porque la televisión en Cuba, salvo contadas excepciones, es un espectáculo hueco, vacío, carente por completo de amenidad y gracia. Y el doctor Grau habría de Imprimirle eso: chispa, agilidad, alegría.
Ahora bien; no espere nadie que “el viejo” responda a pregunta alguna con la debida respuesta. De Grau hay que esperar siempre lo insospechado, la irreal, lo absurdo. Sí le preguntan sobre azúcar hablará de aeroplanos, si de papas cocidas hablará de calzado cubano, si de los problemas de la Cadena Azul nos contará la historia de un tío suyo que era notario en Constantinopla y si le pregunta qué opina del general Batista puede que se entusiasme y recite un fragmento de “La Divina Comedia”. Y esto, aunque no le guste a Batista ni al Dante, tiene mucha gracia.
De todos modos, el tal programita es una tentación. El éxito consiste precisamente en eso, en que la pregunta sea extremadamente trágica y la reapuesta dé una gracia sin límites. A lo Bernard Shaw. Porque Grau no tendrá nada de “Bernard”, pero tocante a lo de “Show”, ese lo da dondequiera que llega. Tremendo show tiene montado ahora con el señor Alcalde “Don Quintín el Amargao”. Y lo tritura a diario con sus ironías, con sus procacidades. Y el Alcalde de dedo —el tremendo dedo— se sacude las sátiras y se defiende. Justo Luis en eso de defenderse siempre ha sido un maestro. Y ahora —como nunca— se está defendiendo con la ferocidad de un león.
Pero el doctor Grau no cree en nada ni en nadie. Y a un hombre tan excepcional, lógicamente se le deben hacer preguntas excepcionales. El está en su derecho —para eso este es un país casi libre— de responder como le venga en ganas. Pero las preguntas deben ser más o menos así:
¿Sabía usted, doctor Grau, que la orden de “eliminar” al doctor Eugenio Llanillo salió de Palacio, siendo usted Presidente de la República? ¿Por qué mataron a Llanillo?
¿Cómo es posible, doctor, que usted haya estado hablando de cubanidad y de honradez durante veinte años, arremetiendo contra todos los gobernantes y en un plano de intransigencia y de inconformidad por la falta de honestidad en los que lo precedieron en el poder, para después —entre “polutos” y chistes— salir procesado por desfalcar al tesoro, nada menos que en la cifra record de ciento setenta y cuatro millones de pesos -vamos a regalarle los centavos— que constan en la tristemente célebre causa 82?
¿Nadie le dijo al “presidente cubano” que esos ciento setenta y cuatro millones eran sustraídos al hambre y a las necesidades de todos los cubanos? ¿Ni por un momento pensó el notable profesor de Fisiología que suprimirle a los niños pobres el desayuno escolar, para con ese dinero comprar casas de apartamentos, yates de recreo, fincas, palacios, era contribuir a crear una generación raquítica y enfermiza de pretuberculosos, de cubanos anémicos, incapaces y débiles? ¿Es que esto lo puede ignorar un médico, profesor universitario?
¿Acaso no sabía usted, doctor Grau, que durante su gobiernó existió un monstruo terrible, insaciable, que estrangulaba nuestra economía con poderosas garras y saqueaba impunemente al tesoro? ¿Ignoraba que este monstruo tenía un nombre y que esc nombre era el B.A.G.A.? ¿Es que nadie le dijo que las dos letras finales eran las iniciales de su sobrino Pancho “Grau Alsina”?
¿No se le ocurrió pensar cuando estimulaba en Palacio, a altas horas de la noche, a los muchachos del “gatillo alegre” que estaba propiciando una guerra de grupos que invariablemente tendría que terminar como terminó, con la masacre de Orfila? ¿Recuerda que en el grupo de muertos había una pobre señora en estado avanzado de gestación?
¿Ignoraba usted, doctor, que todas estas cosas destruían los cimientos institucionales del país y abonaban el campo para que los ambiciosos de poder, los audaces madrugadores justificaran eso tan injustificable que es una dictadura?
¿No se da cuenta, doctor Grau que usted es el máximo responsable de que tengamos que bajar la cabeza cuando nos dicen: “Batista es el orden”, sabiendo como sabemos —y nos consta— cuánto hay de desorden en el régimen marxista?
¿Nunca se ha puesto a analizar, señor profesor hasta dónde llegan sus reservas festivas, humorísticas, para burlarse de un pueblo que lo adoró a usted, que lo vio como un ídolo, que lo siguió ciegamente, lleno de entusiasmo y de fe; que depositó en usted todos sus anhelos, todas sus ansias de superación, todo su patriotismo, todo su ardor revolucionario y le entregó —arrebatándoselas a Batista— las riendas del poder? ¿Es que se puede hacer esto impunemente? ¿Es que esto le causa risa a alguien?
¿Con qué fuerza moral puede aspirar de nuevo a la Presidencia de la República un hombre procesado por haber dilapidado del tesoro nada menos que la respetable suma de ciento setenta y cuatro millones ds pesos? ¿Están vendiendo, acaso, la fuerza moral en alguna ferretería o la traen de Miami de contrabando?
¿A qué edad se piensa retirar usted, doctor? ¿No cree que se tiene más que ganado el derecho a un retiro cómodo en su modesta chocita de la Quinta Avenida?
Seguramente los televidentes se enterarían de cosas que no se conocen ni en las “Gotas de Saber” de nuestro entrañable amigo Miguel Angel Martín. ¿Quién quita que el culto profesor se remonte al origen de las cucarachas y ofrezca una conferencia de dos horas explicando como viven, se reproducen y mueren las cucarachas en todo el mundo? O tal vez explique, sabia y cantinflescamente. la importancia social del poste eléctrico en el desarrollo físico y mental de la raza canina. Porque “el viejo” sabe. Mucho más de lo que le enseñaron. El mismo —jactanciosamente— dice: “yo me le escapé al diablo”. Y la gente le ríe las gracias y le celebra el chiste. Pero eso es falso. Grau no se le escapó al diablo. Lo cierto es que el diablo lo dejó ir porque con las risotadas de Grau y los que le rodeaban no dejaban dormir a nadie. Y ya ni en el infierno se podía descansar.
Alguien escribirá algún día sus memorias y nos dará la gran novela de Cuba. Humorística, chispeante. Un éxito de librería. Tomándole de personaje central veremos como en él la anécdota deja de ser “una categoría en la Histeria” para ser la Historia misma. Porque Grau, no obstante su actuación presidencial, no es un hombre de historia.
Es un personaje de anécdota considerado como “Mister Televisión”. Y esto, que a a cualquiera le desagradaría, a él le encanta. El goza. Porque toda su vena artística se desborda y en la televisión tiene el marco propicio para lucir sus cualidades histriónicas.
De cómico genial. El cómico mejor pagado del mundo. El único que le ha ganado a su carrera ciento setenta y cuatro millones de pesos. El que más nos ha hecho reír. Y el que de nuevo quiere hacernos llorar.
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