LAS COMPARSAS

Written by Libre Online

30 de marzo de 2022

Por Eladio Secades (1951)

Ya es injusto indignarse ante el espectáculo callejero de las congas que pasan. Las congas son muestras calientes de la cubanidad. En lo nuestro, no hay otro capítulo humano que tenga más energías combativas. La comparsa es lo único que vence esa indolencia típica de aceptar a perpetuidad la cazuela de harina para toda la familia, de un país en invierno. El invierno de Cuba se aprecia en algunas mujeres de buena posición, por la rabia que nos da que ya no vengan compañías de ópera. Señoras cultas, porque tienen dinero. Y gruesas porque tienen años. En los hombres por la desaparición del traje tropical. Que tiene de malo lo pronto que se arruga. Y de bueno que sirven para que los tintoreros les puedan dar a sus hijos una educación esmerada. En Cuba también se advierte que ha llegado el invierno que nunca llega por el desembarque de turistas con tacos de colores.

Los turistas que cuidan que no le roben la Kodak del bolsillo, con toda confianza dejan salir sola a la esposa de lentes. Cuando desembarcan los turistas alteran los precios de los menús en los restaurantes. Y salen las comparsas. Es también la época en que se envían a los periódicos notas anunciando un nuevo libro sobre cosas inéditas de José Martí que no se ha publicado todavía. Los biógrafos de José Martí son los herederos de José Martí.

Ahora los expertos en la materia descubren con precisión meticulosa que no es lo mismo comparsa que conga. Lo que resulta una verdad vernácula y hasta casi histórica. Aunque a simple vista parezca un anuncio. La comparsa es la primitiva rumba de la calle. Aquella rumba que el cubano de horas pretéritas le daba vergüenza bailar en la casa. Y el ya desaparecido Eliseo Grenet arregló e instrumentó en París, creando la verdadera conga.  La conga de salón permite ponerse un poco chusma, sin que los demás se den cuenta. Y saca a flote el instinto a arrollar un rato que todos llevamos en el alma. Y que antes cuando pasaba el camión anunciando el circo, ocultaban y contenían los prejuicios sociales. Prejuicio es una palabra que a todo el mundo le da ganas de pronunciar mal. Diciendo perjuicio. Que casi siempre es más exacto.

Ahora a la señora que tiene criada, chofer y bóveda en el City Bank para guardar las joyas de la familia, se le pueden ir los ojos y los zapatos de tisú de plata detrás de la farola. Lo mismo que a la mulata del solar. La mulata del solar es la que trae el barrio revolucionario, porque cuando se pinta y se pone el traje limpio meneando la cintura, en un endemoniado cotel de sudor, juventud y canela, a pesar de lo cual no fia el bodeguero español. El cartelito de “hoy no se fia”, en el tabique prosaico que ha impedido que el bodeguero español acabe de compenetrarse con el género afrocubano.

De África los pueblos de América nos hemos cogido los ritmos. Y los pueblos de Europa las colonias.

La comparsa es la serpiente epiléctica, de cuerpo negro y cabeza lumínica. Emisaria de un pueblo que sistematiza sus penas, pensando que tener el alma es no tener penas. Cuando suenan los cornetines y retumban los tambores (el tambor de la comparsa es el clinch musical con un barril de aceitunas) las penas todas quedan en el solar vacío, con los fogones apagados y la plancha sujetando la puerta. No importa en ese gran momento la papeleta del desahucio. Ni la clase de bemba que pone el “encargado”. La conga va dejando atrás todas las amarguras nacionales. Y a ese prototipo de cubano haragán que cuando lo mandan al puesto de chinos va refunfuñando y arrastrando los pies, de pronto se le agitan el espíritu y se le iluminan los ojos de un bienestar indescriptible. Saca el pañuelo de Santa Bárbara, que agita de un golpe en el vacío y…¡súbela!…Mientras los zapatos no acaban de largar las suelas y quede un buchito de ron en la botella, ¿qué más da que esté abocada la otra guerra?…

 Tres pasitos a la izquierda y la parada en seco, la elevación de la pierna, la contracción de los brazos, como si se atrajera algo hacia sí. ¡Dime!… Tres pasitos a la derecha y el mismo desgaste. Lo demás que pueda tener la vida de bueno o malo, no va tan a lo recóndito. Ni la alegría que ocasiona tener un peso. Ni el hambre que infiere no tenerlo. La fatiga de la conga depura la conciencia criolla, dejándola sin energías para hacer nada más en el resto del año. Por eso hay que traer haitianos para las zafras.

Hay comparsas que llevan adelante niñitos que aún no han ido al colegio y detrás viejos que ya no pueden con los pantalones del disfraz. Prueba de que la fascinación de esa música va de los pañales a la arterioesclerosis. Pasando por esa juventud preciosa que piensa comprarse un traje nuevo cuando engrampe la centena.

La conga es uno de los dos movimientos espotáneos de masas que se producen en Cuba. El otro es el motín para querer matar al umpire de baseball cuando se equivoca. El cubano no se reúne ni se identifica para nada más. Los candidatos que presumen que conocen a su pueblo primero buscan una buena conga y después redactan la plataforma electoral.

Un hombre en Cuba no será verdaderamente célebre hasta que le saquen un danzón. De todas las campañas políticas han quedado las músicas y se han olvidado las promesas. Dicen que las canciones y los bailes populares reconstruyen las caracteríticas de los pueblos. Los bailes rusos y las ideas rusas fatigan igualmente. El pasodoble es la alegría del español cuando va para la romería. El tango es el himno nacional del adulterio. Los cantantes de tangos buscarán llenando de mentira la traición de sus propias mujeres, se han lanzado por el mundo a llevarse de verdad las mujeres ajenas. Pero la conga no confirma aquella teoría.

El cubano tiene una marcada inclinación patológica vagal (es decir, licencia clínica para ser vago) a la hamaca puesta en el árbol, al abanico de guano, a la digestión sin problemas y con un poquito de sueño. A todo lo grave, lo incomplicado y lo dulce. Aún quedan residuos del criollo formado en la filosofía cordial de “¿para que apurarse?”. El cubano que sigue hablando de los zapatos de a centén. El que cuando hace natilla le lleva un platico a la vecina. Y todavía le pide “La Marina” prestada al bodeguero. La conga obliga a una actividad que nunca tenemos y a una pieza que nunca llevamos. Si le quitamos la música y al terminar le ponemos la conga esta sería un deporte de héroes.

La veneración activa por las congas se manifiestan en esos “sangaletones” que se pasan el año sin trabajar y en mangas de camisa. Pero que trabajan y ahorran para comprarse un traje y lucirlo con orgullo en la comparsa del barrio… y la veneración pasiva por las congas se expone en los que alquilan las sillas a las tres de la tarde para ver pasar a las once de la noche a las comparseras cuyo tumulto hace posible la sonrisa de la mulata del dientecillo de oro.

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