Por: Carlos Luis Brito. Especial para LIBRE
Muchos insisten erradamente en la variedad de Biblias: La hebrea, la católica, la cristiana, la mormona, la de los testigos de Jehová, etc, etc., pero la verdad es solo una. En el Sinaí y en el Tabernáculo de reunión del desierto, Adonai le habló a Moisés con un solo mensaje dirigido a todo hombre. Siglos después, los retoños de aquel pueblo que no era judío, fue el único que abrazó la Toráh y a los Diez Mandamientos escritos por el propio Dios.
El Señor no ordenó diferentes instrucciones a distintos grupos de hombres o naciones. El Eterno expresó un solo pensamiento y una sola ley para todos.
Muchos, cercados por la tradición argumentan que la Toráh es para los judíos, pero no es así. Con sólo leer la Biblia y prestarle atención a lo que leemos podemos conocer y aprender que el Pentateuco es para todo hombre y no solo para los judíos como algunos debaten.
Según la tradición, repito “la tradición”, en otras palabras, de acuerdo a las doctrinas, ritos, costumbres, etc., hechas de generación en generación, el judaísmo nace a partir de tres patriarcas: Abraham, Isaac y Jacob pero no fue así. Ellos fueron el bisabuelo, abuelo y padre de Judá. Por consiguiente, la tradición no se ajusta a la verdad histórica. Cometen un grave error.
Hagamos un par de preguntas y antes de contestarlas mentalmente analicemos el asunto: ¿Pudo haber judaísmo sin que naciera Judá? ¿Es el Pentateuco que está en el Antiguo Testamento sólo para los judíos? Analicemos y después respondamos.
Comencemos diciendo que Abraham, “el Padre de la Fe”, no era judío y nunca lo fue. Él nació en Ur de los Caldeos que se encontraba a unas 145 millas al Sur de lo que es hoy Bagdad, Irak. Debo agregar que Abraham tampoco era hebreo. Pasó a serlo cuando siguiendo las instrucciones de nuestro Dios, tuvo la necesidad de cruzar un río convirtiéndose en un (hibrit) que significa «cruce, al otro lado». En América les llaman mojados.
La palabra “hebreo” viene del término latino “Hebraeus” que fue traducido del hebraico “hibrit” (ivrit).
Muchos creen, incluso hoy en las directivas políticas y religiosas de Israel, que Abraham era judío, pero… No lo era y la Biblia lo confirma. Veamos si alguno cambia su pensar al terminar la lectura de esta crónica. Abraham fecundó dos hijos: Ismael e Isaac. Ninguno fue judío. El menor, Isaac engendró hijos gemelos: Esaú y Jacob. Tampoco eran judíos.
Jacob procreó doce hijos entre ellos Judá y ninguno fue judío. Ni siquiera Judá. A los hijos de Jacob se les recuerdan como “Los Hijos de Israel” aunque en aquel momento no había nación alguna llamada así. Entonces…
¿Por qué fueron conocidos como los “Hijos de Israel? La respuesta está en la Biblia. Durante toda una noche Jacob luchó con un ángel del Señor y este, cuando ya amanecía le cambió el nombre de Jacob hijo de Isaac a: Israel. Debemos entender que el cambio de nombre no lo hizo judío ni israelita (Génesis 32:28)
Durante cuatro siglos, los “Hijos de Israel”, descendientes de Jacob, fueron esclavos en Egipto y aunque muchos de ellos eran de la genealogía de Judá, ninguno fue judío. Después, las 12 plagas. La última es recordada como la noche en que un ángel de Adonai pasó sobre el pueblo egipcio matando a todos los primogénitos tanto del Faraón como el del cautivo que estaba en la cárcel y a todo primogénito de los animales (Éxodo 12:29)
Aquella noche, los primogénitos de los Hijos de Israel (descendientes de Jacob) no murieron porque se mantuvieron dentro de sus casas en Gosén y gracias a la sangre con que pintaron los umbrales de sus puertas siguiendo las instrucciones que Dios le dio a Moisés, quien no era judío al igual que su hermano Aarón. El ángel de la muerte pasó sobre sus hogares sin lastimarlos.
Es sensato verificar en la Biblia que, al ocurrir este hecho en Egipto aún no había judíos. Ni siquiera en pequeños grupos.
Y al fin, tras cuatro siglos de esclavitud, llegó la noche en que Dios con el liderato de Moisés, sacó de Egipto a aquel pueblo carente de nacionalidad dando comienzo el viaje de 40 años rumbo a la Tierra Prometida.
Aquel gentío de seiscientos mil hombres de a pie, sin contar a las mujeres y niños estaba formado por los “Hijos de Israel” o lo que es igual los descendientes de: Rubén, Simeón, Leví, Judá, Isacar, Zabulón, Benjamín, Dan, Neftalí, Gad y Aser más los hijos de José representados por la descendencia de Manasés y Efraín. Ni siquiera uno de aquellos que salían de Egipto era judío. Tampoco, la multitud de toda clase de gentes que les seguía y cuya procedencia era desconocida. (Éxodo 12:38-39).
Debo recordar que aquellos viajeros, cerca de un millón de personas, no eran israelitas porque no había un territorio o país llamado Israel. No tenían una bandera, un escudo ni un sello que los identificara. Todos aquellos seiscientos mil hombres de a pie, sin contar a las mujeres y los niños eran simplemente eso: hombres, mujeres y niños y fue a ellos a quienes Dios eligió para darles “El Pentateuco”. Repito: No tenían nacionalidad ni eran judíos. Solo eran bíblicamente conocidos como “Los Hijos de Israel” que expresado con otras palabras eran: los descendientes de los doce hijos de Jacob hijo de Isaac.
Toda aquella multitud de hombres, mujeres y niños representaban a la clase humana y no a un grupo determinado o conglomerado alguno y fue justo a ellos, carentes de nacionalidad, pero creyentes de un solo Dios a quienes el Eterno habló en el Monte Sinaí, lugar al que llegaron poco más de tres meses después de haber salido de Egipto. (Éxodo: 19:1)
Fue allí en el Monte Sinaí donde Dios nos habló a todos a través de aquellos hombres y mujeres que no tenían nacionalidad ni eran judíos. Sí… Nos habló a tí, a mí y a todos los ciudadanos del mundo. Fue allí, en el Sinaí donde Moisés, que no era judío recibió las Tablas con aquellas hermosas palabras que dicen: “Yo soy el Señor, tu Dios” (Éxodo 20:1-2) Fue allí donde recibimos sus “Diez Mandamientos” que resumen los 613 de la Toráh.
Poco después, Adonai le habló a Moisés dándole instrucciones para levantar un santuario, agregando que Él (Dios) habitaría en medio de ellos (Éxodo 25:1-9) y sería su Dios (Éxodo 29:45) Esto no los hizo judíos. Los hijos de Israel seguían siendo un pueblo sin nacionalidad y sin judaísmo.
Tras la muerte de Moisés, Josué que no era judío recibió el liderazgo de los Hijos de Israel (Josué 1:1-2) y con la ayuda de Caleb que tampoco era judío, cruzaron el Jordán, llegando a las tierras de Canaán, lugar donde repartieron la tierra (Josué 14:5) del modo que Adonai lo había ordenado.
Después de la muerte de Josué comenzó el período de “los Jueces” quienes tampoco eran judíos y tras unos años de magistrados, invistieron al rey Saul que tampoco era judío. Este, ordenó que le trajeran el “Arca de Dios” que estaba con los hijos de Israel (1 Samuel 14:18) el pueblo que ahora estaba en Canaán, pero dividido en diferentes territorios.
Más tarde el Rey David que tampoco era judío unificó las tribus de los Hijos de Israel declarando a Jerusalén como capital de la nueva nación. Tras la muerte de David y en el año cuatrocientos ochenta después que los hijos de Israel salieron de Egipto, el rey Salomón (su hijo) que tampoco era judío comenzó a edificar la casa de Adonai en el monte Moriah en Jerusalén (1 Reyes 6).
Muere Salomón y poco después se crea un grave conflicto que condujo a la separación de las tribus: Diez al norte del territorio y dos al sur. Siendo un reino dividido, las diez tribus del norte cayeron fácilmente en manos de los asirios mientras que las dos del sur fueron conquistadas por los babilónicos. En ese entonces, los pueblos, ya eran identificados de formas diferentes. Las diez tribus norteñas seguían siendo “Hijos de Israel” mientras que las dos sureñas eran “los Hijos de Judá” (Jeremías 32:30)
Los Hijos de Juda fueron conquistados por el rey Nabucodonosor permaneciendo cautivos durante 70 años en Babilonia, pero el único Dios de los cielos facilitó el medio para que los justos de Judá volvieran a Jerusalén. Con ellos volvió Esdras quien siendo “escriba” era activo en la ley recibida por Moisés. (Esdras 7:1-10)
Esdras llegó a Jerusalén y con la ayuda de Nehemías gobernador de Judá, reedificaron el Santuario. En otras palabras, levantaron el segundo Templo y reintrodujeron la Toráh en el pueblo.
700 años AC., el judaísmo fue establecido por “Esdras” y hay una razón poderosa que lo aprueba. A través de los siglos y con marcada frecuencia, los Hijos de Israel se apartaron de las ordenanzas de Dios. Luego del regreso de Babilonia, los “Hijos de Judá” se abrazaron a la Toráh y se han mantenido rabínicamente subscritos a ella.
Muchos ignoran que Esdras haya sido el originador del judaísmo porque sin base alguna, encontramos líderes religiosos que aseveran que el fundador fue Abrahán. No olvidemos que el Patriarca fue el Bisabuelo de Judá y de la descendencia Judá fue que brotó el judaísmo. Debo agregar que, con el paso del tiempo el término “judío” se ha extendido a todo el pueblo sin tomar en cuenta el origen tribal.
Judío no es una nacionalidad ni una religión. Es una forma de vivir. La palabra “judío” nació para identificar a los nativos de Judea.
Concluyo diciendo que Adonai, nuestro Señor, le dio la Toráh o Pentateuco a una multitud de personas errantes en el desierto, huérfanos de nacionalidad y carentes de judaísmo, por consiguiente, las Palabras escritas en el Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio fueron dirigidas a todo hombre. Están en el Antiguo Testamento y son para tí y para mí.
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