RAMONA GARCÍA, PRIMERA REINA DEL CARNAVAL, HACE 114 AÑOS

Written by Libre Online

9 de marzo de 2022

La elección y proclamación de una Reina en 1908.–No quería y la llevaron a la fuerza.–Tres centenes y un traje de “La Casa Grande”.–“Si yo hubiera sido una loca”.–Flores a los pies de Martí, del brazo de don Julio de Cárdenas. Mr Magoon ríe y concede.–25 mil pesos en regalos.–Obtuvo gracias e

indultos.–Lecuona, Gran San Martín y Prío.–Una cesantía y sus consecuencias.

Un reportaje de F. Meluza Otero

Escenario–Una casita blanca escondida entre un monte de arecas y rosales. Barrio de Buenavista. Cerca de madera, derruída. De aquí, hasta donde está la casa que no llegó a terminarse, una acera de ladrillos rojos sobre la tierra. Cierta anarquía en el jardín que ocupa el terreno de la sala que no llegara nunca a fabricarse. Al fondo dos piezas de mampostería. Al penetrarse en la primera, que sirve de recibo, muebles quejosos por el uso. Y muchos adornos, adornos por doquier: figuras de porcelana, jarras de cristal, cuadros de bronce, retratos apagados. Detalles de esplendor lejano y presencia de vergonzosa pobreza. Mezcla de humilde romanticismo y señorial silencio. Gatos blancos y tristes. Perros alegres y labradores. Muchos gatos y perros.

Personajes: Sentada en una mecedora, una anciana. Ojos azules, fijos y vivaces. Amplia cabellera de plata. Viste ropitas cuidadosas. Hay en ella un gesto de temor y de humildad a la vez. Al hablar, mira fijamente, como si quisiera inquirir la reacción del interrogante. “¡Ah no, no diga eso. Si ya no soy ni sombra de lo que fui…”, dice continuamente. Rehusa hablar del pasado, cuando todo en ella es pasado.

Otro personaje: su hija Rosita. Rosita Cortiñas y García. Delicada de cuerpo y de espíritu. Ágil, nerviosa. Alegre en la mirada. Ojos grandes y despiertos. Pasa de la risa rápida y abierta, a la honda tristeza de una mujer que sufre: el novio se caba de morir, la han dejado cesante en Hacienda. Ella, que es el único sostén de su madre.

Y otro personaje más: el periodista.

Sí, ya estamos en casa de Ramona García. Ramona I, Primera Reina del Carnaval que tuvo La Habana, el día 24 de febrero de 1908, pero antes, echando atrás escenario y detalles, vuelve el periodista a situarse en la calle, inquiriendo aquí y allá, donde habita ella. No hay mejor prólogo. Recuerdo que al llegar frente a su jardín, tuvo una vecina que “llamarla por el fondo”. Yo no había logrado hacerme oir, a través del tupido follaje que rodea la casita. Vi llegar, poco después. Aquella ancianita ágil y breve. Confieso que no sospeché, siquiera, quien fuera.

–¿Vive aquí la señora Ramona García?

–Si, soy yo. ¿Qué desea?

–Señora, si es usted, vengo a hacerle una entrevista.

––¿A mí?– responde asombrada, incrédula, casi uraña.

–¿No fue usted la primera Reina del Carnaval que tuvo La Habana? Estamos próximos a los carnavales.

–¡No, no, por Dios! Eso ya pasó hace muchos años.

El periodista insiste. Hay una firme resolución en ella. Como de algo que pasó, tanto, tanto, que no es posible recordar siquiera. Rogamos.

…Bueno, pero venga otro día, mi hija tiene que salir, otro día tal vez.

–Si pudiera ser hoy, suplicamos. Desde esta mañana ando por toda La Habana indagando por usted. Cuando en la esquina me dijeron que usted vivía aquí, vi los cielos abiertos.

–Pero, ¿usted dijo que yo había sido Reina del Carnaval?– dice asustada.

–No, no se inquiete. Pregunté solamente por la señora Ramona García, que tenía una hija llamada Rosita. Es todo lo que sabía.

–Ah, que alivio. Yo no quiero que sepan por aquí, que yo fui reina de nada. Hace tanto tiempo. Ya no soy ni sombra de lo que fui. Bueno venga otro día, otro día.

Y no abría la pequeña portada de madera, ni a tres tirones.

–Podría hablar con su hija Rosita?

–Está bañándose. Y luego, tiene que salir.

Aquella ancianita frágil como fino cristal y aquella portadita de madera, cayéndose sola, era invulnerable barrera. No abría. Y hasta sujetaba el pestillo, temiendo que fuese abrirse. Pero no me dí por vencido. Y aquí está la entrevista.

Un jurado en 1908

Estamos en la salita, la señora Ramona García, su hija Rosita y el periodista. Ya han pasado los sustos y los temores: ya estamos casi en familia. Preguntamos a Ramona I cómo había sido su elección. Animada por su hija, habla la primera Reina del Carnaval que tuvo La Habana.

–Don Julio de Cárdenas, alcalde habanero, había echo una convocatoria para que los gremios obreros presentaran candidatas ante el jurado que debía elegir la primera Reina del Carnaval. En la fábrica donde yo trabajaba, “Susini”, eligieron a varias obreristas, entre las que me hallaba yo.

Una tarde, se me apareció en casa, yo vivía en Santa Irene 16, Santos Suárez– la Delegada y varias compañeras. Venían a buscarme para presentarme, aquella noche en el Centro Asturiano, donde había de reunirse el jurado. Yo me resistí. No quería. Casi a la fuerza me hicieron vestirme, tomando uno de los trajes que me había hecho para mi próximo matrimonio. Todavía me quedaba la esperanza de no ser elegida, ya que eran muchas las que se presentarían. Sinceramente, confieso que no quería. Me vistieron y casi a empujones me llevaron, entre risas y bromas.

–¿Me dijo que llevaba uno de los trajes de su boda?

–Sí, estaba al casarme. Hacía catorce meses que llevaba relaciones. Me hubiera casado antes, pero enfermé. Aquella noche, aquella noche cuando entré en los portales del Centro Asturiano, la gente que se había congregado en los alrededores, comenzó a comentar en voz alta:

“Esa, esa será la reina”, “Es la más bonita”, “se llevará el gato al agua”. Cuando subí al salón me senté en una esquina casi arrinconada. No había forma que me hicieran salir de allí. Las otras aspirantes pasaban de un lado al otro del salón luciendo su porte y belleza. Cuando empezaron a contar los votos de los miembros del jurado, mi nombre se oía en una proporción que me sorprendió. La gente se agrupaba ante mi. Hasta que me llevaron ante el jurado. Don Julio de Cárdenas me dió la mano felicitándome por haber sido electa, Reina del Carnaval de La Habana. Yo no salía de mi asombro. Las escenas de entusiasmo y alegría que se sucedían a mi lado, jamás he podido apartarlas de mi memoria. Una compañera de la misma fábrica salió electa Dama de Honor, en segundo lugar.

–¿Cómo era la proclamación, entonces?

–La noche del día 23, al ser proclamada en el Centro Asturiano, me dijeron que al día siguiente, fiesta del 24 de febrero y primer día del carnaval, tendría que ser presentada al pueblo de La Habana, en el paseo. Me entregaron allí el traje que debía lucir y la corona de flores. Era un regalo de “La Casa Grande”. Por cierto que tuve que pagar tres centenes para que me lo arreglaran. Poco antes de las doce del día 24, vino a buscarme a mi casa, el coche que me enviaba la señora Lila Hidalgo de Conill. En otro coche iban las cuatro Damas. Nos llevaron hasta la fábrica donde yo trabajaba, en la calle de Carlos III, donde me esperaba el alcalde de La Habana y su comitiva. Él montó en mi coche y nos encaminamos hacia el Parque Central. A nuestro paso el pueblo no cesaba de apludir y lanzarme flores.¡Qué animación por todas partes!

Los ojos de la ex-soberana, brillaban de alegría o de emoción. Tratamos, ayudado por su hija Rosita, que continúe la narración.

–Cuando llegamos al Parque Central, descendí del carruaje y del brazo de don Julio de Cárdenas, fui hasta la estatua del Apóstol Martí. Allí deposité las flores de mi corona. Las manos me temblaban. Y los ojos se me llenaban de lágrimas. La bondad infinita de Don Julio y su delicada caballerosidad, me daban valor. Distinguidos caballeros rigurosamente vestidos, acompañaban a las damas. Altos oficiales de la Policía. Funcionarios. El pueblo todo que no cesaba de ovacionarnos.

40 días de reinado

Cuarenta días duraron los festejos carnavalescos de aquella primera fiesta popular que celebró La Habana de 1908. Días lejanos impregnados de sencillez y romanticismo. Cuarenta días durante los cuales Ramona I, era llevada y traída como niña mimada, como una reina feliz y venturosa. Había que verla con su traje blanco y flores sobre el busto, en el peinado, en las manos enguantadas, mostrando solo la belleza extraordinaria de su rostro y su alta cabellera negra. Imaginemos aquella estampa de comienzos del siglo XX y pensemos un momento en la elección última de la reina del carnaval. La imagen me revolotea en la mente. Y lanzamos una pregunta:

–Ramona, ¿sabe usted que ahora se hace la elección de la reina del carnaval, haciéndola desfilar en trusa?

–¿Cómo? No, eso no puede ser. Dice horrorizada. Su hija Rosita nos ayuda a convencerla.

–¡Oh, que es eso! ¿Pero, es cierto? En trusa…trusa de esas que andan por aquí…?

Sencilla y simple La Habana de entonces. Ramona I, tuvo cuarenta días de esplendor, de agazajos, de homenajes y mimos por doquier. Veámos como vestían ellas, cómo los caballeros que la acompañaban, cómo aquel pueblo respetuoso que se emocionaba hasta llorar.

–Vamos, Ramona, cuénteme alguna anécdota de aquel reinado. Supongo, –soberana al fin– que tuviera una corte de admiradores.

–Si, tuve muchos admiradores, en el buen sentido de la palabra. Durante los paseos, escoltaban mi carruaje una corte de estudiantes y oficiales de la Policía a caballo. Eran jóvenes, rumbosos, dicharacheros. ¡Pero que gentiles y caballeros! En aquella época la gente era así.

–Pero en toda época hubo enamorados–, nos atrevemos a decir.

–Sí, los tuve. Muchos. Buenos mozos, ricos, distinguidos. Si, yo hubiera sido una loca. Pero nunca olvidé mi origen humilde. Jamás dejé de pensar que debía volver a ser una obrerita. Y ni el dinero, ni las joyas, ni las palabras bonitas y bien dichas, me hicieron cambiar. Y prueba fue que terminaron los festejos con mi matrimonio.

–Ya le oí hablar de casamiento, anteriormente.

–Cuando me eligieron Reina llevaba catorce meses de relaciones. Yo me hubiera casado antes, pero enfermé gravemente y tuve que posponer el matrimonio. El “reinado” me sorprendió con la habilitación hecha. ¿No le dije que llevé la noche de mi proclamación un traje de tornaboda?

Y de esa manera sigue su relato:

–Todas las mañanas, a las cinco y media, iba para la fábrica. En la calzada tomaba el tranvía. Jesús del Monte-Vedado. Trabajaba como revisadora en la fábrica de cigarros “Susini”, ganando un peso cincuenta centavos diarios. En aquel tranvía iba un conductor, que se llamaba Ramón Cortiñas. Con él me casé, el último día de los festejos, siendo padrinos de mi boda el Alcalde don Julio de Cárdenas y su esposa Rosa Echarte, que lo fueron también de mi hija Rosita, única que tengo, pues la primera murió a los pocos días de nacida. Así terminaron los festejos de aquel memorable Carnaval. Fue una boda regia, pero la Reina salió de la iglesia de la Merced, llevando a su conductor del brazo.

Ramona García, vuelve a decir lentamente, desgranando las pa-labras.

–Si yo hubiera sido una loca…

23 mil pesos en regalos

Jamás fue persona alguna más festejada y obsequiada que Ramona García. Calcula ella que más de 25 mil pesos importan los regalos que recibió. Objetos de todas clases –algunos de estos aún veo en su humilde casita de Buenavista–cheques, ropa, joyas.

–Veinte años después, todavía usaba ropa de cama y medias que me regalaron. Carmela Nieto, siempre bondadosa, se encargaba de pedir regalos para mí en las columnas que redactaba. Los bomberos de Regla me regalaron una pluma de oro con que firmé el acta matrimonial. Mire, es esta.

Rosita me muestra la pluma de oro. Y el velo quye usó en la boda, y el abanico.

–Me amueblaron la casa toda, cristales, loza, cortinas, cuanto pudiera desear la persona más rica, lo tuve yo. Puede usted decir que lo he tenido todo, que lo he disfrutado todo.

–Una casa en la calle Concepción, en la Víbora, he oído decir que se la habían regalo también.

–Sí, una casa. La perdí cuando la enfermedad de mi esposo. Tres años hace que murió. Después lo he ido perdiedo todo, poco a poco. No me queda nada más que esas cosas que usted ve. Casi nada. Mi hija Rosita, fundadora del Partido Auténtico, solamente estuvo colocada once meses en Hacienda. En noviembre la dejó cesante  Antonio Prío y desde entonces no entra nada en esta casa. No hay esperanza que la repongan.

Ese mismo Ministro le dijo que no podía hacer por ella. Ya usted ve esta pobreza. Ya usted ve lo que es ahora, la que fue reina.

Ciertamente. Hay una relación muy acentuada entre lo que fue y es… entre lo que tuvo, y no tiene.

Mr Magoon rie

La Habana entera estaba pendiente de la boda de Ramona I. Era una manera tierna y hogareña, muy siglo pasado, de dar fin a unos festejos populares con el consabido matrimonio. Un final feliz. Pero he ahí que la Reina se niega a casarse, en fecha fija, a renglón de programa o itinerario fijo. Ya ha dicho que no se casaría hasta colocar a su padre. No podía ella dejar en el desamparo a los autores de sus días, ya que era el único sostén de la familia. Y el padre no tenía trabajo y la Reina debía casarse por deseo y mandato popular.

Cuando don Julio de Cárdenas, austero y cordial iba del brazo de Ramona I, para saludar al Gobernador Mr Charles E. Magoon, insistía. La boda debería ser el broche de oro de los festejos y ella casarse el primer día de marzo. Ramona I seguía en sus trece. ¡No dejar a sus padres sin nada, no!

Mr Magoon se inclina ante la Reina del Carnaval, besa sus manos enguantadas de cabritilla blanca. Y don Julio en una frase oportuna le dice al Gobernador norteamericano que “la reina se negaba a casarse”.

¿”Qué es lo que exige?”– dijo Mr Magoon, aguntando la risa. Y la Reina habla, Don Julio iba traduciendo sus palabras. Y una sonora carcajada rompe la solemnidad del momento. Después dijo Mr Magoon: “su majestad, dígale a su padre que mañana, a las cuatro de la tarde, venga a verme para entregarle el nombramiento”.

Cuando daban las cuatro campanadas en el reloj del Palacio de la Plaza de Armas, Mr Magoon entregaba al padre de Ramona García un nombramiento en la Aduana de La Habana.

Concedió gracias y

obtuvo perdones

Durante su reinado, Ramona I no abandonó su carácter afable, tierno, humilde. La modestia, que en ella fue característica, sin empañar su belleza esplendorosa, no dejó de ser norma en su vida.

Para su hija Rosita, como lo fue para su esposo desaparecido, ella sigue siendo “Monona”, así le decían a la linda obrerita de “Susini” que fue la primera reina del carnaval habanero. Y es Rosita la que nos cuenta muchos detalles de su vida, que la madre trata de olvidar, repitiendo siempre: ya eso pasó…No soy ni sombra de lo que fui…”

En sus relaciones con personas influyentes ayudó a muchos. Intercedía por los necesitados. Ayudaba a quien tuviera necesidad de algún apoyo. Con frecuencia recibía carta de los presos. Logró el indulto de muchos de ellos que más tarde y en libertad acudían ante ella para besar sus manos de mujer buena.

Cuando fue electa Reina del Carnaval, tenía 26 años de edad. Su belleza era serena, dulce, firme. Su carácter tierno y bondadoso. Su humildad no tenía límites. Amó y ama la música. En eso su hija Rosita la hereda. Lecuona es su ídolo, desde luego, después de Grau y Prio, a los que ansía ver abrazados a pesar de su cesantía.

–Ramona, usted que vivió días de esplendor y riqueza, que conoció el halago y los aplausos, que concedió gracias, que tuvo a sus plantas galanes y caballeros…¿qué es lo que más desea ahora que aquello está tan lejano?

–Ver a mi hija feliz.

¡Eso pide la primera Reina del Carnaval de La Habana, allá en el año 1908!

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