Creí, por varias semanas, que la invasión rusa a Ucrania no se produciría. Lo consideraba absurdo. Ilógico. Una guerra innecesaria en la que no habría ganador, carente de un motivo legítimo para su justificación. Pero, desafiando el sentido común, la prudencia, y el más elemental respeto a la libertad y la soberanía de Ucrania, sucedió de la manera más atroz y despiadada que pudiera imaginarse. Sin provocación, ni acto hostil mediante, el dictador ruso, Vladimir Putin, alegando cuestiones de seguridad para Rusia, amasó una fuerza militar desproporcionada, para atacar a su vecino, mucho más pequeño, pero fieramente celoso de su libertad y su democracia. Esta invasión injusta, indiscriminadamente criminal, y totalmente inhumana, le ha ganado a Rusia, y a Vladimir Putin, no solamente un desastre económico por las sanciones impuestas como represalia para castigar su crimen, sino una condena universal sin paralelo en lo que va de este siglo. Rusia, y su líder, Putin, ya empezaron a pagar un alto precio por la sangrienta aventura. Ambos son los nuevos parias del mundo actual. La repulsa general, entre los países serios de la comunidad internacional, los acosa. El mundo ya no puede mirar para el otro lado. Tiene que ver a Vladimir Putin como lo que es: un delincuente peligroso al mando de una nación con poderío nuclear, que puede desatar una conflagración mundial de proporciones apocalípticas, en cualquier momento. Ése es el Putin que ya se dio a conocer, y con el cual el mundo, con conocimiento de este monstruoso fenómeno, tendrá que lidiar de aquí en lo adelante.
En realidad, Vladimir Putin, es un sujeto obsesionado por un espíritu revanchista de reconquista, alimentado por un enredo de complejos paranoicos que lo acosan. Sueña con la grandeza imperial zarista y con la nostalgia de una Unión Soviética ya desmembrada y desaparecida. Y quiere rehacerla, por todos los medios, invadiendo, asesinando, y, hasta amenazando, con el extermino mundial. Éste es el tétrico y preocupante panorama que nos presenta Vladimir Putin, por el hecho de tener en sus manos, infortunadamente, el acceso a un enorme poderío nuclear, y, por ende, si le falla el equilibrio mental, el destino de cada uno de nosotros.
Sin embargo, Putin se equivocó con Ucrania. Le fallaron los cálculos. Pensó que la correlación de fuerzas, tan obviamente en su favor, comparada a la de Ucrania, le facilitaría la victoria en un par de días. Y no ha sido así. Cuando se escriben estas líneas, la confrontación lleva siete días de intensos combates, con las fuerzas rusas cometiendo ataques barbáricos, crímenes de guerra y destrucción masiva contra la población, y no han podido doblegar el espíritu firme y la determinación heroica de los ucranianos. Su presidente, Volodymyr Zelensky, y el gobierno en pleno, han dado el ejemplo, resistiendo el brutal embate con un coraje admirable. A estas alturas, no sabemos cómo va a desembocar esta tragedia que ya va costando miles de vidas y exorbitantes pérdidas materiales. Pero algo sí sabemos. Por ejemplo, sabemos, la ejemplar heroicidad del pueblo ucraniano en la defensa de su libertad y sus principios, y también sabemos, infortunadamente, que nunca recibieron la ayuda militar necesaria para resistir y atacar al enemigo con la contundencia requerida. Las sanciones a Rusia fueron efectivas, pero no suficientes. Se necesitaba más, mucho más que sanciones económicas que generalmente son tardías y lentas en su efecto, cuando la población moría bajos los bombardeos y misiles de los invasores rusos. Se necesitaban aviones para ser operados por los pilotos ucranianos, sin intervención extranjera, que era la gran preocupación de EE. UU y sus aliados para no contrariar a Putin; y se necesitaban los Stingers y morteros antitanques que se debieron haber enviados desde noviembre, que, desde entonces, la inteligencia americana y europea, sabían de los planes agresivos de Putin.
No es desacertado, ni está fuera del contexto, ni de la ecuación en que se mueve esta injustificada guerra criminal, el infortunado y humillante nexo con el retiro de Afganistán. Existe una secuencia vinculante entre aquello y esto.
Con su deplorable actuación, el presidente Joe Biden elevó, ante los ojos del mundo, la imagen de un presidente americano débil, errático, indeciso, sin la mano firme que requiere la presidencia del país más poderoso del mundo.
Esta percepción, -y a veces en política, la percepción es más fuerte que la realidad- no pasó desapercibida para Vladimir Putin. La tomó como la luz verde que le permitiría tomar riesgos más allá de lo razonable. Y Ucrania, siempre presente en su enloquecida ambición imperial, merecía el riesgo de la reconquista, aunque el precio fuera alto. Y, sin duda, lo será, por un tiempo que no será breve.
Por su numérica superioridad y la asimetría en el poderío entre ambas naciones, la conclusión probable es que Rusia prevalecerá en su intento de tomar Ucrania. Sin embargo, una cosa es tomar, por la fuerza, y otra es retener. Y aquí la conclusión toma un giro diferente. Para la mayoría de los expertos en estos eventos militares, Ucrania, por la ferocidad de sus sentimientos patrios, por su identidad como nación soberana, hará imposible la permanencia rusa en su tierra. Serán tiempos extremadamente difíciles, y a un costo que la economía rusa no podrá afrontar. Todo, en este contexto, está dentro de lo posible, inclusive, un derrocamiento de Vladimir Putin.
Un repaso, a vuelo de pájaro, por la historia reciente, nos ofrece una visión de un acontecimiento similar que nos invita a la reflexión y a la comparación.
Cuando los soviéticos, bajo Stalin, invadieron Finlandia en noviembre de 1939, estaban eufóricos y confiados en la convicción de una victoria pronta y relampagueante. Pero no sucedió como lo planeado. Los finlandeses pelearon bravamente contra los invasores, deteniéndolos próximo a la frontera. Sin embargo, Stalin no podía aceptar esa derrota. Estaba en juego la invencibilidad del Ejército Rojo y la pupila mundial observaba. Las tropas soviéticas se retiraron, se reorganizaron, y retornaron, meses más tarde, aplastando la principal fortificación de la defensa finlandesa en una costosísima ofensiva final. Sólo después de esta derrota, accedieron los finlandeses a los términos soviéticos.
Todo parece indicar que, en el teatro de hoy, en Ucrania, Vladimir Putin, siguiendo los pasos de su añorado ídolo, y embelesado con el aura de la invencibilidad militar rusa, se ha empecinado en una victoria a toda costa, sin límites en la rudeza de la crueldad y sin respeto al derecho internacional aplicado a todas las naciones.
En el momento en que la infantería, los vehículos blindados, la aviación y los helicópteros rusos rodean y destruyen a Kiev, y la OTAN y Occidente, se limitan, a distancia, a la aclamación y el entusiasmo por el coraje ucraniano, y repiten la oferta de sanciones al agresor, son los ucranianos los que, en dispareja proporción, continúan la lucha por el futuro de su soberanía.
Y como la historia, para que no la olvidemos, nos trae, de vez en cuando, pasajes de comparación, aquí tenemos que es posible, y tal vez probable, que los bravos ucranianos que hoy luchan por su integridad territorial, puedan hacer a los rusos lo que les hicieron a los alemanes en 1942-43 y conviertan a Kiev en el Stalingrado de Vladimir Putin.
El Estado de la Unión, que cada año da al presidente la oportunidad de presentar a la población los logros de su administración, no fue bien aprovechado por Joe Biden. Lo más importante, tal vez lo único, fueron los primeros 11 minutos que dedicó a la invasión de Ucrania por Rusia. El resto fue pura hojarasca. El presidente habló de progresos inexistentes. Mencionó el aumento de salarios, pero silenció el hecho de que la inflación se ha tragado con creces ese ilusorio aumento. El presidente, que compite, con considerable ventaja, en convertirse el sucesor de Jimmy Carter como el peor presidente americano de la historia reciente, debió haberse disculpado, en un acto de honestidad, con el pueblo americano, y hablarle de esta manera:
I APOLOGIZE FOR:
La inflación que mi administración ha causado con el desborde innecesario de miles de billones persiguiendo un número limitado de productos y culpar a la pandemia y a los comerciantes por la subida de los precios.
El astronómico precio actual de la gasolina por haber paralizado el Keystone XL pipeline y limitado la producción nacional de crudo en nombre del cambio climático.
Por la inhabilidad de mi administración en resolver la crisis migratoria, que nosotros empeoramos al llegar al poder, convirtiéndola en crisis humanitaria.
Por la enorme humillación que le causé a la nación con la vergonzosa retirada de Afganistán.
Por haber fallado en prevenir la invasión de Ucrania, después de haber afirmado que “estábamos listos”, cuando no lo estábamos.
Eso debió haber dicho en un gesto de candorosa sinceridad con su pueblo.
Pero el presidente decidió ofrecer a la nación una repetición aburrida de su agenda doméstica del primer año, que le ha traído una pobrísima aprobación del 37% y una desaprobación del 55%.
En esta carrera, Jimmy Carter, que nunca le mintió a la nación, está perdiendo la competencia con Joe Biden, como el peor presidente americano de los últimos tiempos. A sus venerables 98 años, Mr. Carter puede estar tranquilo. Ya Joe Biden se ha ganado la desagradable etiqueta, y todavía le quedan tres años para seguir aumentando puntos a la cuenta.
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